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Primicias martiriales claretianas de Cataluña j Jesuitas de Cataluña

 

21 de julio de 1936

 Primicias martiriales Claretianas y Jesuitas en Cataluña

 

Federico Codina Picasso, CMF

 En Julio de 1936 la Comunidad de los Misioneros del Corazón de María de Lérida, presidida por el P. Federico Codina, la componían ocho Padres y tres Hermanos. Todos, excepto dos, fueron coronados con el don del martirio, a los que sumaron otros dos claretianos procedentes de otras comunidades, por lo que fueron once los primeros Misioneros Claretianos que ese día regaron con su sangre las calles y el cementerio de Lérida.

 La guarnición militar de la ciudad se sublevó el 18 de julio, pero, ante el fracaso de Barcelona, se rindió el martes 21. Los revolucionarios se vieron amos absolutos.

 Los Padres de San Pau, - así eran conocidos los Misioneros en Lérida, - aquel martes hicieron sus ordinarios rezos y celebraron sus misas matutinas a puerta cerrada, pero a las ocho, mientras celebraba el P. Superior, hubo de suspenderla, pues las turbas ya golpeaban amenazadoras la puerta de la iglesia. Recogió el Santísimo, mandó que todos se vistieran de seglares, que salieran por la puerta posterior que da a Santo Domingo, y se refugiaran en casa de la piadosa vecina Dª María de Jarque. Pero los perseguidores les seguían de cerca, acabando por descubrir su refugio, y allí fueron detenidos y conducidos a la cárcel.

 Por el camino el P. Luis Albí fue atacado por un carbonero que le hincó un clavo en el vientre. De allí fueron conducidos a la Generalitat, sede del Comité “a declarar”. El anciano y achacoso P. Busquets fue puesto en libertad, pero el P. Superior Federico Codina fue llevado a la cárcel. Echó a andar sonriente y tranquilo por la calle Mayor rodeado de milicianos; al llegar frente al Ayuntamiento le increparon: “Es el superior de de San Pau, ¡que muera!, ¡que muera!”

 Sonó un pito de alarma y la gente se apartó. Se oyó una descarga, el Padre Codina cayó sobre la acera bañado en su sangre. Allí quedó su cadáver hasta que alguien, arrancando el cartelón anuncio de la vespertina sesión de teatro, cubrió su cadáver, que más tarde llevarían al cementerio. El P. Federico subía al Cielo a las once de la mañana del 21 de julio de 1936 desde la calle Mayor de Lérida,

y allí espero a sus ocho compañeros que llegarían en Agosto. Su Causa de martirio, presidida por Mateo Casals, Teófilo Casajús, Fernando Saperas y 106 compañeros, es el resultado de la unión de 7 procesos distintos iniciados en diversas diócesis (oficialmente Barcinonen. et aliarum).

 José Romá Carrés, P. Felix Cots Oliveras y Hermano Felipe Iriondo Amundarain

 Primeros jesuitas mártires en “el Levante rojo

 La expresión “Levante Rojo”, - topográfica e ideológica, al ser escrita en mayúscula la segunda palabra,- que a alguno pueda sonarle a parcial, la tomamos de la obra "Los Jesuitas en el Levante Rojo. Cataluña y Valencia. 1936-1939”, escrita, aunque no firmada, por el que luego sería prestigioso historiador jesuita, P. Miguel Batollori, S.J., recientemente fallecido, libro cuya propiedad se afirma es de la Curia Provincial de Aragón S.J, editada e impresa en 1940 por la jesuítica “Revista Ibérica” de Barcelona, de la que en su página 8, y bajo el epígrafe de “En la Rabassada”, leemos:"En Barcelona el padre José Romá y el hermano coadjutor Felipe Iriondo fueron de los pocos sorprendidos en su domicilio: la Casa de Ejercicios de San José, situada en la pacífica barriada de la Bonanova.

 Parroquia de San Genis dels Agudells, segunda curva a la izquierda de la carretera de la Arrabasada desde el Paseo del Valle del Hebrón, lugar del martirio.

 Con ellos se encontraba, incidentalmente, el padre José María Murall, quien al cesar en su cargo de Provincial el día 15 de aquel mismo mes de julio, se había retirado por unos días a aquella tranquila casa. Y en la ma- ñanita del 21 se les juntó el padre Félix Cots: como superior de la casa de Ejercicios había ido a visitarles.

 Hacia las nueve se presentaron una veintena de hombres armados preguntando si tenían armas escondidas. No contentos con la respuesta negativa del P. Murall, quisieron hacer un registro, y en él dieron con los Padres Cots y Romá y con el H. Iriondo. Satisfechos con su presa, obligan a montar - a los tres Padres en un coche y al Hermano en otro y hacia un sindicato de la calle Salmerón, junto a la plaza de Lesseps. Allí ni siquiera les permitieron bajar. Cinco minutos de espera, entre denuestos e injurias de la chusma.

 -Os mataremos por ser curas. No ha de quedar ni un cura con vida – gritaban enfurecidos.

 Baja un  miliciano  armado  y  ordena  al  chófer:  ¡A  la  Rabassada! Al llegar los coches a la altura de San Genís dels Agudells se les obligó a bajar.

 Viendo que iban a ser sacrificados, dijo el Padre Murall, serenamente, en nombre de todos: Muero por Jesucristo. No tengo remordimiento de haberos ofendido. No os deseo mal alguno. Os perdono de todo corazón. El Hermano Iriondo pide la última absolución a los Padres.

 Suenan unos disparos secos, y los cuatro jesuitas se desploman inertes sobre la tierra. Los verdugos se acercan y los dan por muertos.

 Pero las heridas del padre Murall sólo habían sido leves: una abertura en la cabeza y fractura de radio. Al volver en sí vi extendidos, a su lado, los cadáveres de los tres santos mártires.

 Cerciorado de que está solo, deslízase hasta la casa más próxima. Rápidamente- arrostrando peligros gravísimos-le hacen la primera cura aquellas caritativas personas. Pero allí sólo podía permanecer unos minutos. Al instante vendrían las ambulancias a recoger cuatro cadáveres y, al encontrar sólo tres, cualquier cosa se podía temer. Llaman pues al primer camión que pasa.

 -¡Por favor! Recoged a un herido. Siempre es un acto humanitario... Dudó un momento el chófer. ¿Qué les parecía a sus compañeros? Pero, al fin, se animó. Lo sube al camión y lo lleva a la vecina clínica “Solarium.”

El 15 de septiembre, después de pasar un mes escondido en un chalet de San Gervasio, podía el padre Murall embarcarse para Marsella."

 Entre otros, fueron asimismo martirizados el 21 de julio de 1936:

 Beato Agricola Rodriguez García de los Huertos. + Manzaneque. Toledo.

 Beato José Limón Limón. SDB. Morón Frontera.

 Beato José Blanco Salgado Coadjutor SDB. Morón Frontera.

 Beato Hno Jaime Bertino (Antonio Jaume Secases) Hno Salle Manresa.

Fancisco Herruzo Ibáñez. Laico.+ Obejo,

 

15,30 h del 21 del julio, Mora de Toledo.

 

Jorge López Teulón en Religión en Libertad

 Protomártir del clero toledano

 Agrícola Rodríguez García de los Huertos nació el 18 de marzo de 1896 en Consuegra (Toledo). A los siete años de edad se separa de sus padres para marchar a Burgos, donde estudia en el colegio de los Hermanos Maristas. En 1908 se incorpora al Seminario Mayor “San Ildefonso” de Toledo, para continuar la carrera eclesiástica en los cursos de latín, filosofía y teología con las máximas calificaciones. En 1921 obtiene el doctorado en Sagrada Teología. Fue ordenado sacerdote el 21 de julio de 1918. En sus dieciocho años de vida sacerdotal ejerció en Villacañas, Guadamur y en Mora de Toledo.

Coinciden los testigos en señalar su ejemplaridad en el ejercicio de su ministerio sacerdotal. Era hombre dotado de buenas cualidades humanas, que son tan apreciables en el trato pastoral: agradable y educado en el trato, ordenado, puntual, limpio, justo, inteligente y culto, dotado de gran serenidad y fortaleza.

  Y junto a estas virtudes naturales, brillaban en él las específicamente pastorales, como lo eran su profunda vida de oración: todos los días estaba en el templo desde las seis de la mañana, rezando el breviario, preparándose para la santa misa y confesando a los fieles hasta las nueve en que celebraba la Eucaristía; su dedicación celosa y exclusiva al ministerio sacerdotal, su facilidad para la predicación, su dedicación a la catequesis especialmente de los niños, su atención a los enfermos y a los pobres con visitas y con limosnas.

 Ya estuvo en la cárcel en la primera parte de la persecución religiosa

 Desde 1931, con el advenimiento de la República, se creó un ambiente cada vez más hostil a la Iglesia. Don Agrícola lo experimentó en su propia vida con acusapor parte de los enemigos de la Iglesia, que le llevaron a la cárcel y al destierro de su parroquia durante tres meses. Cuando se lo permitieron, volvió a su parroquia de Mora, sabiendo a lo que se exponía. Y allí permaneció hasta su martirio, sin abandonar en ningún momento el rebaño encomendado.

 21 de julio de 1936

 El 21 de julio de 1936 quedó grabado a fuego en los anales de la multisecular historia de la archidiócesis toledana. Ese día comenzó el exterminio del clero toledano. Como recuerda Monseñor Colomina Torner, después de las diócesis de Barbastro y Lérida, la nuestra sigue en el tercer puesto -en esta desafortunada clasificación- con el 60% de los sacerdotes asesinados. Ese 21 de julio la Guardia Civil salió de Mora camino de Toledo. Entonces se desataron las furias de los marxistas, y buscaron al sacerdote para eliminarlo.

 Una vez más, al recuperar los restos de don Agrícola y recoger con piedad el cráneo de tan insigne párroco, el plomo caía en la cuenca de nuestras manos. El tiro mortal que atravesó su cabeza nos hacía regresar a la intensidad vivida por él, en los últimos momentos de su vida.

 Todavía hoy en día una placa, en la fachada posterior de la iglesia parroquial recuerda, aquel momento doloroso: “Serían como las cuatro o cinco de la tarde

del 21 de julio”, afirma Luis Lillo. “A esa hora don Agrícola abrió la puerta de la sa- cristía y pidió a los milicianos que respetaran a las mujeres y al niño. Entonces dijeron: “-Venimos solo a por ti, tira p’adelante”. Caminó por la acera unos diez pasos y oí una larga descarga, como si fuera de metralleta. Le vi caer boca abajo, con un boque- te en el lado derecho de la espalda, y también vi cómo caían sus gafas por la acera. Luego, por miedo, salí corriendo hacia mi casa”.

 “Por la tarde, explica otro testigo, oímos desde casa una ráfaga de tiros y oímos decir a una vecina: “-Ya han matado al cura”. Después vimos pasar por delante de mi casa un coche fúnebre con los restos de don Agrícola, por el cual asomaba el manteo, y no dudé que era el señor cura; sentado sobre él iba un individuo con un fusil en la mano, al cual no reconocí. Posteriormente se rumoreó que le remataron en una plazuela, en la que existe un pozo en la confluencia de las carreteras de Huerta y Tembleque”.

 Su cuerpo, como la vela del Santísimo, ha permanecido en el pasillo central de la parroquia de Nuestra Señora de Altagracia de Mora de To- ledo. Ahora, tras su beatificación en 2007, desde el altar mayor, donde otrora celebrara la Santa Misa, todavía más cerca si cabe de Nuestro Señor Jesucristo, el Beato Agrícola ruega por nosotros.

 Sí, ruega por las diócesis españolas y por nuestra Diócesis, por nuestro Arzobispo y sacerdotes, por los seminaristas, por las religiosas de clausura, por los reli- giosos y religiosas, por el pueblo de Mora de Toledo, por todos los matrimonios, por sus hijos. Sí, ruega por todos, tú que como el Apóstol Santiago fuiste el primero en derramar la sangre. Ruega por nosotros, Beato Agrícola, protomártir del clero toledano.

 Más información:

http://www.persecucionreligiosa.es/martires_cartel.html#A

 

 



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