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Mártires en Sevilla, A. Fernández, Rita Dolores Pujalte y Francisca Aldea Araujo

11 h. del 20 de julio, en San Marcos de Sevilla

 

El Beato Antonio Fernández Camacho es el protomártir salesiano y uno de los primeros sacerdotes asesinados en la persecución religiosa española.

 

Natural Lucena (Córdoba), era hijo único de una familia modesta y cristiana. Huérfano de padre, Antonio marchó con su madre a Sevilla y en 1901, protegido por el celoso sacerdote don Sabas Pérez, ingresó como estudiante en las Escuelas Salesianas de la Santísima Trinidad. Cautivado por el espírtu de San Juan Bosco, hace allí mismo el aspi- rantado, el noviciado y la profesión religiosa el 15 de septiembre de 1909, y los estudios de Filosofía.

 Tras dos años en Córdoba y Écija, en- tregado a la docencia, retorna a Sevilla- Santísima Trinidad. Siempre en Sevilla estudia Teología y, ordenado sacerdote por el cardenal Almaraz el 23 de septiembre de 1917, celebra su primera misa rezada en el convento de Santa María la Real, en el que su madre había profesado como religiosa dominica, tras la muerte de su propia madre, de la que no había querido separarse. Este hecho representa el lazo que ligó a don Antonio definitivamente a la casa de la Santísima Trinidad, a excepción del sexenio pasado entre Utrera, Ronda y Alcalá de Guadaíra, alter- nando los cargos de catequista y consejero escolástico con la entrega a la docencia, de tal modo que entusiasmó “en el estudio aun a los menos dotados”.

 Don Antonio se distinguió siempre por su candor de niño y por su admirable don de gentes. Como salesiano destacó por la entrega total a la enseñanza y a la asistencia; competente en el ministerio pastoral, animaba la Compañía de San Luis [Gonzaga], organizaba juegos, funciones de teatro, junto con un ardiente celo por atender a las necesidades del prójimo. Como sacerdote era competente en todos los ministerios, especialmente el de la predicación, si bien sentía un invencible temor a predicar desde el púlpito, pese a lo bellas que resultaban sus intervenciones oratorias, tanto religiosas como profanas. En sus cartas de dirección espiritual y en sus consejos inculcaba siempre gran amor a Jesús Sacramentado y profunda devoción a María Auxiliadora.

El martirio

 Precisamente la tarde del 19 de julio de 1936 -día siguiente al del estallido de la guerra civil-, tras extinguir el fuego que “unos osados habían provocado en el taller de carpintería” de la Escuela de Artes y Oficios de la Trinidad, y ante el constante tiroteo, algunos salesianos “salieron y se hospedaron en casa de amigos y conocidos.” Uno de ellos fue don Antonio, acompañado del estudiante interno Arsenio Ortiz Moreno, cuya declaración (del30 de noviembre de 1954) será la más cualificada y de- terminante en el Proceso:

 “A primera hora de la tarde del domingo, 19 de julio, salí del Colegio para acompañar a don Antonio que vestía de paisano… Dada la poca seguridad que ofrecía, en especial durante la noche, el barrio de la Trinidad, don Antonio pernoctó en la pensión de la calle Corral del Rey nº 12, propiedad de unos parientes de los hermanos Menacho, antiguos alumnos suyos [y testigos también en el Proceso]. A la mañana siguiente, lunes 20 de julio, celebró a las ocho la misa -que yo le ayudé- en la capilla del “Protectorado del Niño Jesús de Praga”. Tomado el desayuno, lo acompañé a la calle Feria, a hacer una breve visita a los parientes de su antiguo alumno Rodríguez Villar.

Desde allí fue a ver a su anciana madre, que residía temporalmente en la casa de Hijas de María Auxiliadora, de calle Castellar nº 44.

 Terminada la visita (serían las once la mañana), nos encamnamos hacia la [vecina] plaza  de San Marcos, para volver al colegio de la Trinidad… Al desembocar en la plaza, frente a la iglesia -[que habiendo sido incendiada, aún llameaba el  rescoldo avivado]-, nos sorprendió una barricada, custodiada por milicianos rojos. Don Antonio intentó volverse, pero un miliciano armado de mosquetón, le obligó a proseguir adelante, pidiéndole la documentación: “La he dejado en casa”, haciendo ver la cartera, vacía. ¿No sabes que en estos tiempos no se puede andar indocu- mentado?”, le replicó un miliciano de  alta  estatura,  mientras  lo  cacheaba… De uno de los bolsillos le sacó un reloj, de cuya cadena pendía un crucifijo… “Entonces, ¿tú crees en esto?”

 “Don Antonio permaneció con la cabeza baja, sin proferir palabra. El miliciano alto… exclamó: “¡Si éste es un cura que veo pasar por aquí con frecuencia!”… Y sin más un miliciano corpulento, que empuñaba una pistola… a un metro de distancia… disparó tres o cuatro veces contra el acusado, hiriéndole en el costado derecho. Don Antonio… cayó a tierra, solicitando ayuda… Aturdido, no pude oír sus precisas palabras. Aproveché la confusión… y me escabullí con disimulo… Corrí al colegio de la Trinidad  para  referir  al  Sr.  Director  y  Superiores lo sucedido…”

 Otro testigo,  que vio todo “desde la ventana de su casa”, recogió las palabras de Don Antonio: -Por favor, llevadme a la Casa de Urgencias porque me muero”. “Pensaron hacerlo, pero uno se opuso por temor a ser descubiertos y optaron por arrastrarlo entre varios hacia la calle San Luis”. Y “entre el nº 7 y 9 -declara una tercera testigo-, lo hicieron sentar bajo mis ventanas con el cuerpo encorvado. Al abrirle el cuello de la camisa y ver el crucifijo y el escapulario, uno de los milicianos dijo al otro: ¿No te das cuenta que es un fascista?”. Y a bocajarro, le dispararon. Murió desangrado.”

 Sus restos mortales no se encontraron. Ha quedado la convicción, avalada por algunas confidencias en el Proceso, “que fue arrojado a los rescoldos, aún candentes, de la incendiada iglesia de San Marcos o de Santa Marina… Su alma esclarecida volaba al cielo a recibir la corona de los mártires.” Se cumplía así su deseo manifestado en una íntima conversación: “Cuando muera, celebrad abundantes sufragios por mi alma, pero no preocuparos de dónde irán a parar mis restos mortales”.

 Fue beatificado el 28 de octubre de 2007. Su nombre iba unido a la Causa del Beato Enrique Saiz Aparicio y 62 compañeros mártires.

J. López Teulón en R en L.

 

Información y fotos en:

http://www.donbosco.es/especiales/martires2007 http://auxiliadoracoronada.es/galeria.html

 

Beata Rita Dolores Pujalte Sánchez

Nació en Aspe (Alicante) el 18 de febrero de 1853, en el seno de una familia cristiana y acomodada. Sus años de infancia y adolescencia estuvieron marcados por una fuerte religiosdad, que la llevaron a comprometerse en la catequesis y obras de caridad.

 En 1888 ingresó en el Instituto de Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús, fundado en 1877 por Madre Isabel Larrañaga. Hizo su profe- sión religiosa el 21 de junio de 1890 y emitió sus votos perpetuos.

Fue Superiora del Colegio de Santa Susana, de Madrid, en 1891. Posteriormen- te del de San José, en Fuensalida (Toledo), en 1894. En 1896 es nombrada Maestra de Novicias. Fue Superiora General desde 1899 hasta 1928. Por último, desempeñó el cargo de Vicaria General en esta tarea.

Era una persona de gran calidad humana y espiritual. De carácter dulce y firme a la vez. Su caridad destacó con las hermanas enfermas. Infundía confianza e impulsaba a respuestas generosas. No esca- timó esfuerzos ante las necesidades educativas de su época, alentando a las hermanas

El amor a Jesús en su Pasión y su presencia eucarística, junto con una gran devoción a María, fueron la máxima atracción de su vida.

 Asumió el deterioro de su salud, diabética y casi ciega, y el sacrificio de su vida, que presentía seguro, convencida de que es Dios quien guía la historia según su designio amoroso y providente.

  Beata Francisca Aldea Araujo

Nació en Somolinos (Guadalajara) el 17 de diciembre de 1881, en una familia sencilla y cristiana. Siendo niña aún, quedó huérfana, y fue acogida en el Colegio de Santa Susana, de Madrid, dirigido por las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús.

 Ingresó en el Instituto el 8 de diciembre de 1899. Fue su Maestra de Novicias la Madre Rita Dolores Pujalte. Posteriormente, la cuidó y acompañó, cuando estaba enferma y casi ciega, hasta el martirio.

 El 20 de septiembre de 1903 emitió su profesión temporal. Hizo sus votos perpetuos el 1 de noviembre de 1910. Dedicó parte de su vida a la enseñanza y a las actividades apostólicas que acompañan a la vida colegial. También desempeñó otros cargos de responsabilidad en el Instituto: superiora local, consejera, secretaria y ecónoma general, respectivamente. Era generosa, alegre, sencilla, de corazón grande y alma delicada.

 Pese a manifestar su temor a una posible muerte, en vista del rumbo que tomaban los acontecimientos, confiaba en que Dios le daría fuerzas, si le pedía el martirio.

 Unidas en la muerte

 

 

Las dos habían pasado parte de su vida en el Colegio de Santa Susana. Juntas salieron de él para recorrer un camino que las convertiría en testigos de su fe. El Colegio estaba enclavado en el Barrio de las Ventas, entonces una de las zonas suburbanas de Madrid. Fue uno de los primeros abiertos por Madre Isabel Larrañaga, en 1889.

 Este Colegio funcionaba como Curia General, y acogía, además de a las religiosas, a niñas pobres y huérfanas. Aunque la situación era extremadamente peligrosa, en medio de un ambiente general de crispación, la Comunidad optó por permanecer en el Colegio para atender a las niñas.

 La Madre Rita Dolores había sido invitada en reiteradas ocasiones a dejar el Colegio y buscar un lugar más seguro, pero, según su lógica, perdía más que ganaba, y rehusó siempre. La Madre Francisca, movida por su caridad, se com- prometió a no abandonarla, siendo consciente del riesgo que asumía. El 20 de julio de 1936 el Cole- gio fue asaltado y tiroteado.

 Las Madres Rita Dolores y Francisca, en cuanto tuvieron noticias de que la llegada de los milicianos era inminente, se dirigieron a la Capilla para prepararse al martirio. Prodigaron con gene- rosidad el perdón anticipado para sus verdugos, y se dispusieron a la muerte, que presentían segura, poniendo el presente y el futuro en las manos providentes del Padre. “Echémonos en sus brazos y que sea su santísima voluntad”, dijo Madre Dolores.

 En la portería, momentos antes de salir, recitaron el Credo en presencia de los milicianos, quienes más tarde, fingiendo ayudarlas, porque su intención era darles muerte, las acompañaron hasta un piso cercano de una familia conocida. Allí rezaron el rosario y dieron gracias a Dios por la posibilidad que habían tenido para prepararse al martirio ya tan cercano.

 Hacia el mediodía fueron conducidas violentamente al interior de una furgoneta. Ellas no opusieron resistencia; al contrario, esperaron sin desmayo la muerte. El 20 de julio de 1936, hacia las tres y media de la tarde, fueron fusiladas en la carretera de Barajas. Su fama de martirio se divulgó muy pronto.

 Testigos presenciales se maravillaron de la serenidad de sus rostros y del perfume que desprendían sus restos mortales. Por todas partes dejaron una estela de santidad y sencillez. Fueron coherentes hasta el final en el camino elegido para hacer el bien en servicio y entrega a los hombres y mujeres de su tiempo.

 

Más información en: http://beataaspenseritadoloressanchezpujalte.blogspot.com/

 



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