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bodas de diamante de nuestros Mártires de la persecución religiosa en España siglo XX

Julio 1936-Julio 2011

 En las bodas de diamante de nuestros Mártires de la persecución religiosa en España siglo XX

 

 La Iglesia que camina en España ha sido bañada y fecundada con la sangre de una legión de mártires.” (Beato Juan pablo II)

 Juan Pablo II, el Papa de los mártires españoles

 “El martirio no es una realidad perteneciente al pasado, sino también una realidad del tiempo actual. ¿No lo será también para el siglo y milenio que estamos iniciando? “ (cf. Novo Millennio Ineunte, 41).

 “Los cristianos siempre y en todo lugar han de estar dispuestos a difundir la luz de la vida, que es Cristo, incluso hasta el derramamiento de sangre” (cf. Dignitatis humanae, 14).

 “Debemos estar dispuestos a seguir las huellas de los mártires y a vivir, como ellos, la santidad plenamente con Él, por Él y en Él.”

 “La herencia de estos valientes testigos de la fe, "archivos de la Verdad escritos con letras de sangre" (Catecismo de la Iglesia católica, 2.474), nos ha legado un patrimonio que habla con una voz más fuerte que la de la indiferencia vergonzante.”  (Juan Pablo II.11.3.2001)

 Es necesario custodiar la memoria de los mártires. Su testimonio no debe ser olvidado… Es preciso que las Iglesias particulares hagan todo lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio.”

 “Queridos hermanos, en diversas ocasiones he recordado la necesidad de custodiar la memoria de los mártires. Su testimonio no debe ser olvidado… Es preciso que las Iglesias particulares hagan todo lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio.

 Así vivieron y murieron José Aparicio Sanz y sus doscientos treinta y dos compañeros, asesinados durante la terrible persecución religiosa que azotó España en los años treinta del siglo pasado. Eran hombres y mujeres de todas las edades y condiciones: sacerdotes diocesanos, religiosos, religiosas, padres y madres de familia, jóvenes laicos. Fueron asesinados por ser cristianos, por su fe en Cristo,

 Al inicio del tercer milenio, la Iglesia que camina en España está llamada a vivir una nueva primavera de cristianismo, pues ha sido bañada y fecundada con la sangre de tantos mártires. Sanguis martyrum, semen christianorum!

 Para la nueva evangelización contáis con la ayuda inigualable de vuestros mártires. Acordaos de su valor, "fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre" (Hb 13, 7ó8).

 (Juan Pablo II, Homilía beatificación Mártires Archidiócesis de Valencia. 11 marzo 2001)

 “Proclamando la santidad de este gran número de mártires, la Iglesia da gloria a Dios. Su lenguaje es el del testimonio, que no se puede ni se debe olvidar” Juan Pablo II

 Han sido elevados a los altares gran número de mártires. Pero un número tan notable no hace olvidar sus características individuales. En efecto, en todos hay una historia personal, un nombre y un apellido propio, unas circunstancias que hacen de cada uno de ellos un modelo de vida, que es más elocuente aun con la muerte libremente asumida como prueba suprema de su adhesión a Cristo y a su Iglesia…

 Estos mártires… son como un gran cuadro del Evangelio de las Bienaventuranzas, un hermoso abanico de la variedad de la única y universal vocación cristiana a la santidad (cf. Constitución dogmática Lumen gentium, cap. V). Proclamando la santidad de este gran número de mártires, la Iglesia da gloria a Dios.

 Nos encontramos sacerdotes que, misacantanos o ancianos, ejercían los más diversos misterios: párrocos, vicarios, canónigos, profesores; religiosos provenientes de los vastos campos del ejercicio de la caridad, por medio de la enseñanza, la atención a ancianos y enfermos; hombres y mujeres, solteros o casados, padres de familia, trabajadores de varios sectores. En el origen de su martirio y de su santidad está el mismo Cristo. El denominador común de todos ellos es su opción radical por Cristo por encima de todas las cosas, incluso de la propia vida. Bien podían expresar con san Pablo: "para mí vivir es Cristo y una ganancia el morir" (Filp 1, 21).

Con su vida, y sobre todo con su muerte, nos enseñan que nada hay que anteponer al amor que Dios nos tiene y que nos manifiesta en Cristo Jesús. En ellos, como en todos los mártires, la Iglesia ha encontrado siempre una semilla de vida. Tanto es así, que podemos afirmar que las comunidades de los primeros tiempos se fraguaron en la sangre de los mártires.

 Pero el martirio no es una realidad perteneciente al pasado, sino también una realidad del tiempo actual. Por ello, he escrito en la reciente Carta apostólica

¿no lo será también para el siglo y milenio que iniciamos? (cf. Novo Millennio Ineunte, 41).

Los cristianos siempre y en todo lugar han de estar dispuestos a difundir la luz de la vida, que es Cristo, incluso hasta el derramamiento de sangre (cf. Dignitatis humanae, 14).

 El Beato Juan Pablo II sabía lo que es derramar la sangre en testimonio de Cristo

 Debemos estar dispuestos a seguir las huellas de los mártires y a vivir, como ellos, la santidad plenamente con Él, por Él y en Él.

 La herencia de estos valientes testigos de la fe, "archivos de la Verdad escritos con letras de sangre" (Catecismo de la Iglesia católica, 2474), nos ha legado un patrimonio que habla con una voz más fuerte que la de la indiferencia vergonzante.

 Es la voz que reclama la urgente presencia en la vida pública. Una presencia viva y serena que con la meridiana transparencia del Evangelio nos llevará a presentar con naturalidad, pero también con firmeza, su siempre actual radicalidad a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Se trata, pues, de un legado cuyo lenguaje es el del testimonio…Queridos hermanos: Su testimonio no se puede ni se debe olvidar. Ellos manifiestan la realidad de vuestras Iglesias locales.

 (Discurso Juan Pablo II en la audiencia a los peregrinos a la Beatificación de los mártires de la Archidiócesis de Valencia.12.3.2001)

 



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