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Beato Cruz Laplana, obispo de Cuenca

Tercer Obispo martirizado en 1936

 Contra D. Cruz Laplana, como persona, no había nada; el meterse con él, fue por ser Obispo” (Antonio Torrero González, Alcalde socialista de Cuenca en 1936)

  Nació en Casa Alonso de Plan, diócesis de Barbastro, en 1875. A los once años ingresó en el Seminario de Barbastro.

 Cursó Derecho canónico y Teología en la Universidad Pontificia de Zaragoza, y se ordenó presbítero en 1898. Profesor en el seminario de Zaragoza, y párroco en San Gil de la capital aragonesa.

 El Beato Cruz Laplana fue fusilado con su sotana e insignias episcopales

La Santa Sede le nombró obispo de Cuenca, siendo consagrado en la basílica del Pilar en 1922.

 En una de las homilías de su beatificación se dijo de él: “Muchas cualidades y méritos en sus ministerios sacerdotales   y   episcopales   podrían alegarse en su memoria, pero la que la Iglesia hace del Beato Cruz es por su identificación con Cristo por el martirio, siendo así ejemplo y luz para las generaciones venideras, entre las cuales nos contamos. No sabemos si  él padeció con Cristo o fue Cristo quien, en él y en todos los demás mártires que hoy celebramos, padeció en ellos… Nuestros mártires de la Iglesia de España del siglo XX son miembros vivos y actuales de la Iglesia de España del siglo XXI, a los que hoy recordamos con veneración y emoción, deseando seguir su ejemplo. … Ideologías anticristianas persiguieron con odio y crueldad a la institución en que veían su antítesis: la Iglesia católica, y por ella a los hombres que la regían. Esta su oposición no radicaba en la grandeza de sus miembros, humildes trabajadores de  la viña del Señor, sino que  se dirigía contra  la presencia en ella de Aquél en quien todo lo podemos, que es odiado por el mundo, como Él nos anunció.”

 Su biógrafo el P. Cirac Estopañán, en su Vida de Don Cruz Laplana, Obispo de Cuenca, nos dice de él: “Desde que se consagró a Dios consideró todos los bienes que por cualquier título le pertenecieran, no como cosa de su propiedad, sino como cosas sacerdotales que, como su persona, pertenecían por la consagración a Dios y en su nombre a la Iglesia y a sus pobres…

 En la mesa fue siempre austero y parco. Comía poco, no tomaba helado ni café, a pesar de que le gustaban mucho. Tampoco quiso tener coche propio.”

 Un Obispo contestado en vida e “in memoriam”

 Tres años antes de la entrada de Mons Laplana en la diócesis, había llegado a Cuenca como profesor de la Escuela de Magisterio el conocido socialista y masón alicantino Rodolfo Llopis. Atacó a la Iglesia en los periódicos, promoviendo la enseñanza laica, es decir atea, y propició la implantación de la masonería en ambientes oficiales. En un libro sobre su viaje a su admirada Rusia, reproduce la frase de un dirigente soviético: “¡Hay que apoderarse del alma de los niños!”. Años después llegaría a Ministro de Instrucción Pública en la II República, y a su presidencia en el exilio. Preparando la Transición, en el Congreso de Suresnes de 1972 se postuló como líder del socialismo español, pero, dado su sectarismo y siniestros antecedentes,      fue desbancado por la nueva imagen del tandem  de  jóvenes  sevillanos  Felipe  González-Alfonso  Guerra, apoyados por la Internacional Socialista

 Rodolfo Llopis

 Fundó Llopis la revista La Aurora, sociedad obrera dependiente del partido socialista, manejada por masones, más tarde puesta a su servicio como fuerza de choque. Mons. Cruz Laplana combatió valientemente esta politica anticlerical mediante pastorales claras y directas. Las irradiadas altas esferas no se lo habían de perdonar en vida ni después de haberle condenado a muerte.

 Así don Cruz Laplana, modelo de obispo y de sacerdote, ha tenido el honor de recibir el mismo trato que recibió Jesucristo: no sólo el de ser llevado a la muerte por odio a su doctrina, sino también el de haber sido calumniado, ayer y hoy, con la misma falsedad con que en su día fue ofendido su hermano mayor Jesucristo, Rey de los Mártires, cuando, conducido ante Pilatos, fue acusado de agitador político y conspirador frente al César.

 Su beatificación en 2007 fue contestada desde los medios del poder por los sucesores de sus opositores en vida, acusándole de ser  un obispo político enfrentado a la República.

 El desmentido de esta acusación tiene el valor de provenir del propio D. Antonio Torrero González, alcalde socialista de Cuenca en 1936, quien en la “Positio super martyrio” declara: “Contra D. Cruz Laplana, como tal D. Cruz Laplana, no había nada, como tampoco contra  el  otro señor (Beato Fernando Español, su familiar, también mártir); el meterse con ellos fue por ser Obispo, por ser Sacerdote. Yo, desde luego, puedo resaltar que el Sr. Obispo, en política, huía de toda ella. La impresión en que se le tenía en Cuenca era que era buena persona, y no se le tenía odio alguno.”

 El declarante que reconoce participó en su calidad de primer edil en la incautación, y presenció el posterior saqueo del  Palacio Episcopal, testifica asimismo que “en el Palacio no se encontró absolutamente nada, ni de cartas, ni de periódicos, ni de armas, nada que pudiera ser comprometedor para el Sr. Obispo”. “Mi opinión sobre la muerte de los dos (Beatos Cruz Laplana  y Fernando Español) es que murieron como santos”.

 Y añade este testigo de excepción: “en Cuenca, en general, cayó mal el hecho de la muerte; yo mismo, personalmente, lo llevé tan mal que me costó llorar, ¡les digo la verdad!; y en cuanto lo supe presenté la dimisión ante el Sr. GobernadorAntonio Garrido como protesta por la muerte del Sr. Obispo”.

 Pastor que no quiso abandonar a sus ovejas al acecho del lobo

 El Beato Cruz Laplana dio ejemplo de pastor que no quiere abandonar a sus ovejas aun a costa de la vida.

 Invitado a Tarazona a la Consagración de Mons. Modrego como obispo auxiliar en la semana anterior al 18 de julio, declino la invitación, que le hubiera supuesto hallarse a salvo días después. En los primeros días del alzamiento militar le propusieron medios para poder abandonar su diócesis y pasar a zona nacional, incluso por parte de alguna autoridad civil del momento, pero él, identificándose con Cristo, quiso permanecer con sus fieles hasta el fin. Decía: “No puedo marcharme por temor al peligro. Mi deber está aquí, cueste lo que cueste.”

 La guarnición de Cuenca no secunda el Alzamiento militar

 Palacio Episcopal de Cuenca

 Empezaron los desmanes.

En Cuenca no hubo sublevación militar, y tras unos días de indecisión, el teniente coronel Francisco García de Ángela permaneció fiel al gobierno de Madrid. Con la llegada de milicianos anarquistas   mandados   por  Cipriano   Mera,

La noche del 19 de julio grupos armados rodean la Catedral y el Palacio Episcopal controlando su acceso y salida, y al día siguiente hacía explosión una bomba en la puerta de Palacio. En la mañana del 28 de julio un tropel de milicianos irrumpió en el Palacio. Mons. Laplana estaba orando en la capilla, al oír el tumulto abrió el Sagrario y sumió las formas.

 Salió al encuentro de los asaltantes y les preguntó sereno:

-¿Qué queréis?

¿Que qué queremos? - Pues encerrarte, pero antes que nos des el dinero.

 Cuando queráis voy con vosotros, pero dinero, yo no tengo.

 Registraron todo hasta dar con una caja fuere que abrieron, hallando en su interior dineros, títulos y valores.

 -¡Así que no tenías dinero, eh¡

 Dije que no lo tenía y no lo tengo Eso no es mío; son bienes de la diócesis y de fundaciones piadosas, que os ruego respetéis pues es el recurso de muchas necesidades y el depósito que dejaron antepasados nuestros.

 Empujaron al Obispo, a su mayordomo Manual Laplana, y a su familiar Fernando Español y, sin más equipaje que un modesto hatillo de ropa en la mano, y vestidos con sus ropas eclesiásticas, los condujeron escoltados al seminario, convertido mitad en cuartel y mitad en cárcel, ésta ya repleta de sacerdotes.

 

Seminario de Cuenca convertido en cárcel y cuartel

 Mientras medio seminario acuarteló a los guardias civiles reunidos de los pueblos, las turbas no se atrevieron con los presos que ocupaban la otra mitad; pero a finales de julio los guardias civiles fueron llevados a Madrid.

 A las 10 de la noche del 7 de agosto el Comité decide que ya han esperado bastante y que el obispo debe morir. A media noche se oye la llegada de un autobús. Suben a la celda en que está encerrado Mons. Laplana y le intiman a que salga, pues van a fusilarle. Su familiar Fernando Español dice que va con él. Un miliciano le coge del brazo y le aparta.

 - Tu no, es mejor que te quedes.

 –Yo voy donde va mi prelado. 

 - Pues si vas te mataremos también a t

 –Pues me matáis, pero yo no lo abandono.

 Arrancó el autobús. En el kilómetro 5 de la carretera, pasado el puente de la Sierra, en el cruce de Villar de Olalla, se les hizo bajar. Ambos mártires se arrodillaron y se absolvieron mutuamente. Mons. Cruz Laplana iba a la muerte vestido con su sotana y ostentando las insignias episcopales, ya que cuando lo detuvieron se negó a vestirse de paisano.

 Un miliciano con un hacha hizo ademán de degollar al obispo, pero el jefe del piquete, Emilio Sánchez Bermejo, le apartó. – A éste yo lo mato de un tiro. El obispo Laplana levantó la mano para bendecirles: «Yo os perdono y desde el cielo rogaré por vosotros». Una bala le atravesó la mano al alzarla para dar esta última bendición, y se le incrustó en la sien. Con él caía acribillado su sobrino y secretario, Fernando Español. Los dos cadáveres abandonados fueron sepultados al día siguiente en una fosa común del cementerio de Cuenca. Ambos mártires serían beatificados en Roma el 28 de octubre del 2007.

 



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