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Monseñor Salvio Huix, primer obispo mártir catalán

 

MONS. SALVIO HUIX, PRIMER OBISPO MÁRTIR CATALÁN DE 1936

 

 De los trece obispos españoles sacrificados en odio a la fe durante la persecución religiosa 1934-1939, tres de ellos eran obispos de diócesis cata- lanas: Mons. Irurita, Obispo de Barcelona; Mons. Huix, Obispo de Lérida; y Mons. Borrás, Obispo Auxiliar de Tarragona; y un cuarto obispo, Mons. Serra, catalán de Olot, que había sido Canónigo en Tarragona, fue sacrificado en su diócesis de Segorbe.

 No deja de sorprender que al cabo de 75 años de su inmolación, habiéndose ya beatificado a la mayoría de estos trece obispos mártires españoles, no lo haya sido ninguno de los cuatro catalanes. Por ello la noticia de la próxima beatificación del primero de ellos: Mons. Salvio Huix Miralpeix, nacido en casa «pairal» de la ―Catalunya Vella‖, ―Filipón‖ oratoriano durante 20 años en Vic, e inmolado siendo Obispo de Lérida, nos llena de alegría y de esperanza en que, al ser el primer obispo de nuestra tierra elevado a los altares, impetrada su intercesión, el nuevo Beato nos conceda el don de la Fortaleza instado por la virtud de la Caridad, don del que tan necesitada se halla nuestra otrora cristiana tierra catalana.

 De los trece obispos asesinados, diez lo fueron antes del 31 de agosto. El segundo, tras Mons. Eustaquio Nieto, fue Mons. Salvio Huix Miralpeix, Obispo de Lérida, inmolado el 5 de agosto de 1936.

 La recia fe de la tradicional familia campesina catalana

 Nace monseñor Salvio Huix Miralpeix en su «casa pairal» (solariega)  de ―Huix‖ en Santa Margarita de Vellors, provincia de Gerona y obispado de Vic, en 1877, en familia de profundo espíritu tradicional catalán, y por ello religioso. El padre, con espíritu de Zuavo pontificio, dejó escrito uno de sus propósitos de Ejercicios Espirituales: «…hasta dar la vida, si es preciso, por el Papa»

 Salvio ingresa a los doce años en el Seminario de Vic. Ordenado sacerdote en 1903, ingresa en 1907 en la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri en Vic, los populares ―Felipóns en la que permaneció 20 años y de la que sería elegido Prepósito en 1922. Profesor en el Seminario, la mayoría de sus discípulos lo escogieron como confesor o director espiritual.

 Pastor de la Iglesia ibicenca

 Nombrado en 1927 obispo de Ibiza, gobernó con prudencia su diócesis, promoviendo en la isla sus grandes devociones: el Santísimo Sacramento, el Sagrado Corazón de Jesús, y la Virgen María en su advocación patronal ibicenca de Nuestra Señora de las Nieves, en cuya festividad, el 5 de agosto, la Señora, agradecida, se lo iba a llevar con ella a los Cielos por el camino directo del martirio.

 Ante las leyes sectarias de la República, defendió con valor y entereza los sagrados derechos de la Iglesia y la fe del pueblo. Así, cuando aquellas leyes ordenaron quitar  las cruces de los cementerios, Monseñor  Huix aguardó en las gradas de la Catedral la llegada del gran Crucifijo que venía desterrado del cementerio; lo abrazó, lo cargó sobre sus hombros y lo entró en la Catedral entre la emoción de los fieles que la abarrotaban.

 Sucede a Mons. Irurita en el Obispado de Lérida

 Nombrado en enero de 1935 Obispo de Lérida, impulsó la labor de la célebre Academia Mariana de la ciudad del Segre, y procuró hermanar la Acción Católica y la ―Federació de Joves Cristians de Catalunya», muchos de cuyos jóvenes darían poco después sus vidas por Dios, sin que tampoco el enemigo los separara a la hora del martirio.

 Sólo un año llevaba como Obispo de Lérida cuando llegó la fase sangrienta de la persecución religiosa. No le vino de sorpresa, pues había predicho las consecuencias que traerían las leyes inicuas y las protervas doctrinas con que altas instancias habían ido envenenando durante años el alma de tantas pobres gentes. El 6 de junio de 1936 ordenaba en la catedral nueva a varios sacerdotes que en cosa de un mes iban a ser llevados al martirio como su prelado ordenante.

Premonición de martirio: Confidencias entre dos Obispos Mártires: Salvio Huix y Manuel Irurita

 En reseña del viaje a Roma en visita «ad limina», escribe Huix: «Sentíamos cómo el corazón nos pal- pitaba con fe renovada y confirmada, en firme propósito de fidelidad hasta la muerte y el martirio si fuera menester, con la ayuda de la divina gracia.»

 Unos días antes del estallido de la guerra, Mons. Irurita, de paso por Lérida de regreso a Barcelona desde su Navarra natal, visita a su amigo Mons. Huix. Comen juntos y comentan las crecientes amenazas que se ciernen sobre sus personas como máximos representantes de sus respectivas iglesias diocesanas y se manifiestan dispuestos a no abandonar a sus diocesanos, y ser los primeros en sacrificar sus vidas en la persecución de sangre que ahora sentían ya segura y cercana.

 El Dr. Amadeo Colom Freixa, que fuera familiar de Mons. Huix, le contó al P. Salvador Nonell, fundador de Hispania Martyr, como él fue testigo de excepción de la entrañable conversación entre ambos prelados pronto mártires.

 Dice que ― Se preguntan mutuamente si Dios les tendrá por dignos del martirio; y en caso afirmativo, si sabrían prestar la docilidad necesaria, y se animaban tú a tú, ambos Obispos, a decir sí… Y todos sabemos lo que pasó…‖ (Mosén Nonell asevera la exactitud de este relato, afirmando que se lo oyó contar de labios del propio Dr. Colom en la casa Sacerdotal de Lérida en marzo de 1982.

 El martirio de Mons. Huix le causó a Mons. Irurita extraordinaria conmoción, y queriendo imitar la conducta de su amigo, anunció a la familia Tort, en cuya casa se refugiaba, que iba a presentarse a las autoridades de la vecina Generalitat para ser también sacrificado. Mucho le costó a esta familia y a su Vicario General Padre Torrent disuadirle de este propósito.

 Comienza el Viacrucis martirial

 El 20 de julio Mons. Huix dice aun misa en su capilla, pero a mediodía golpean la puerta de Palacio gentes armadas exigiendo practicar un registro en busca de armas, asistidas de un oficial y varios Guardias de Asalto.

 Los Guardias presencian el registro como a disgusto, pero el teniente lanza una velada amenaza: ―desde el campanario de San Lorenzo se ha causado la muerte de una persona, por disparo, y‖ Ante el saqueo de las dependencias el familiar trata de protestar, pero el Obispo le contiene: «Es inútil, todo se ha de consumar».

 La Generalitat manda que se cierren las puertas del Palacio y sus moradores permanezcan dentro. Se ordena se retiren los guardias abandonando su custodia, y dejando al Obispo y sus familiares al albur de las turbas revolucionarias. Una mujer del servicio sale a ver si los sacerdotes recluidos serían aceptados por alguna familia, pero regresa diciendo que sólo ha logrado hallar acogida para el Obispo.

 

Martes 21 de julio: asalto del Palacio y huida del Obispo

 De lo acontecido el 21 de julio testimonia en el proceso la sirvienta Francisca Guiu: « A la una y media de la tarde, 21, cuando ya las  turbas habían  comenzado  a  violentar  las  puertas  del  Palacio  Episcopal, tras largas cavilaciones, el santo obispo se decidía a salir a la calle . Vacilaba porque, por salvar su vida, nunca hubiera tomado él semejante resolución, ya que  «su deber decía-era de no abandonar su puesto, en el que había resuelto morir». Pero la  tomó para salvar la vida de sus familiares, todos los cuales, hasta el último portero, se resistían a abandonarle, no obstante sus reiteradas instancias para que se pusiesen ellos a salvo.

Esta su decisión de salir solo para proteger la vida de los demás, fue acertada, pues «de todos aquellos que estuvieron con él hasta el último momento, ni uno pereció»

  

Palacio Episcopal de Lérida

 Sigue refiriendo Francisca Guiu : Salió de su residencia por el huerto, y se dirigió a la casa de unos familiares de los porteros, distante unos diez minutos, los cuales se la habían ofrecido aquella misma mañana. Pero el día 23, advirtió que su presencia llenaba de desazón al dueño, el cual le dijo que valía más que se marchara, por el peligro en que los ponía a todos. Se marchó, efectivamente, a las nueve de la noche del 23, solo y desorientado. » (Cf. Viola. El martirio de una Iglesia. Lleida, 1981, pág. 249)

  « Soy el Obispo de Lérida; me entrego a la caballerosidad de ustedes »

 El refugio de donde marcha el Dr. Huix en la noche del jueves 23 de julio estaba en las afueras, casi en plena huerta. Sale Mons. Huix, de aquella casa, y al final de la calle Alcalde Costa, junto a la carretera de Madrid, ve un control, con unos números de la Guardia civil y unos milicianos. Se dirige a los primeros diciendo: «Soy el Obispo de Lérida; me entrego a la caballerosidad de ustedes».

 La sorpresa es enorme. Los guardias discuten con los milicianos que lo quieren matar allí mismo; pero se impone el criterio de consultar antes a la Generalitat. Los guardias llaman a sus superiores comunicando que tienen a «un pez gordo» y que creen que lo procedente es llevarlo a la cárcel, en aquellas circunstancias el mejor refugio. Así se les ordena.

 Le llevan Paseo de Boters arriba, a lo largo de los muros del Seminario, hasta la cárcel y hacen entrega del preso al oficial Sr. Tomé. El prelado les da las gracias por el trato recibido. El oficial de prisiones, sargento Marcelino Sallán, atestigua que serían las once de la noche cuando entró el Obispo en la prisión, vestido con traje negro, e ingresa en la antigua capilla de la planta baja, donde encuentra hacinadas a unas setenta personas, una de las cuales - el tradicionalista Lisardo Portal - le cede su petate de dormir.

 El Obispo es un preso más. El Boletín Eclesiástico de la diócesis núm. 3 de 1938, da cuenta de sus 12 días de estancia en la cárcel, y del recuerdo de sus compañeros: ―Obispo, humilde y sencillo, no permitía ser relevado en los oficios más bajos, yendo a por agua y haciéndolo todo como los demás presos; distribuía la comida que almas piadosas le traían, entre los reclusos más necesitados, contentándose con el rancho de la cárcel; valiente y apostólico animaba a todos con su palabra, ejerciendo decididamente los sagrados ministerios, confesando, predicando a grupos de fieles, distribuyendo la Sagrada Comunión.» La sirvienta Francisca corrobora que estaba a rancho, pues repartía con los  necesitados lo que ella le llevaba; que barre los suelos, lava los platos y limpia el sucísimo retrete.

 El inesperado y Real Visitante de la Víspera de Santiago

 El 24 de julio ingresaba en la cárcel de Lérida mosén Antonio Benedet, cura de Benavent. Avisado en su pueblo del peligro que sobre él se cierne, pues su iglesia está ya ardiendo, corre a salvar el Sacramento, y huye con el copón a una masía, acompañado de un feligrés. Al poco son sorprendidos y detenidos por unos patrulleros, que tenían mucha prisa, y sin apenas registrarlos, los empujan a palos hasta su camión, sin advertir que bajo la sotana del cura va el Santísimo. Así llegan a los tres: Jesús, su sacerdote Mosén Benedet y su parroquiano a la cárcel. Un vez en la celda Mosén Benedet le entrega su Tesoro al Obispo, quien lo irá distribuyendo cada día a los presos que asisten a su misa clandestina.

 El Obispo, baza disputada entre los Comités de Lérida y la Generalitat

 En Lérida la autoridad efectiva estaba en manos de dos Comités revolucionarios: el Comité Militar presidido por Juan Farré Gassó, y el de Salud Pública que mandaba José Rodés Blay. Forcejeaban entre sí por el destino a dar a la persona el Obispo preso, baza importante para su reputación y méritos revolucionarios.

Seo antigua de Lérida

 Según Álvarez Pallás, - en «Lérida bajo la horda »,pág. 43, - el Comité Militar había logrado « gran popularidad entre la chusma ordenando el  fusilamiento de los jefes y oficiales de la guarnición», en tanto que el Comité de Salud Pública, celoso de este aplauso, « estimaba conveniente la selección y fusilamiento de los numerosos detenidos, incluyendo entre ellos la figura destacada del señor Obispo», temiendo además que el Comité Militar afiance su prestigio revolucionario si llevaba a cabo golpe de tanta resonancia».

 Barcelona reclama la entrega del Obispo Huix

 A esta rivalidad sobre quién debe despachar‖ el asunto del Obispo, se suma un tercer pretendiente: la exigencia de Barcelona, que reclama al prisionero, entre otros, para juzgarle en la Ciudad Condal.

 Dice Fernando Gómez Catón en su ―Iglesia de los Mártires‖ que se trataba de dar impresión de legalidad a l caso, que la desconfianza entre los tres poderes era mutua , y que su rivalidad tenía profundas motivaciones , ―pero que no debe descartarse hasta qué punto el descabezamiento de la sociedad eclesial es la primera preocupación revolucionaria.

 Los hechos acontecieron así: La orden de Barcelona es protestada, alegando, con razón, que la jurisdicción para juzgar a los presos leridanos no corresponde a Barcelona, sino a la ―justicia‖ de Lérida. Álvarez Pallás dice que los Comités de Lérida exigen que la orden se les dé por escrito, pero la autoridad barcelonesa, no queriendo dejar pruebas, insiste en darla sólo telefónicamente, como en el proceso de Montblanc.

 Esta referencia al proceso de Montblanc alude al salvamento por intervención personal de Companys y Ventura Gassol del Cardenal Vidal y Barraquer, apresado por una patrulla del Comité de la Torrasa en Poblet. El rescate precisó que el propio Companys se pusiera al teléfono para convencer a los milicianos de que no matasen al Cardenal, rogándoles esperen a que les llegue la orden firmada por él, que remite inmediatamente por medio de un Diputado que envía aquella misma noche con una grupo de Mozos de Escuadra. Estos, no sin dificultad, rescataron al Cardenal, le hospedaron en la Consellería de Governació, y de allí le trasladaron a un barco de guerra italiano.

 Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de Ibiza

 En el caso de Mons. Vidal y Barraquer hubo voluntad política y se adoptaron los medios para salvarle  la vida, pero no la hubo en el caso de Mons. Salvio Huix. Las posibles razones no son de tratar ahora en este breve apunte. El hecho es que el comité más recalcitrante, el de Salud Pública, dio al  fin su conformidad al traslado, aunque planeando el modo de burlarlo mediante su asalto y asesinato a la salida de la ciudad.

 En la madrugada del 5 de agosto, Fiesta de Virgen Blanca

 Era la madrugada del 5 de agosto, festividad de Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de Ibiza, por cuya advocación siente Mons. Huix tierna devoción.

Se despierta a los presos enumerados en una lista, - con la apostilla «Para su traslado a Barcelona»- bajo la custodia del sargento de la Guardia Civil Venancio Navas. Momentos antes de la salida el Obispo, que i n t u y e su destino, prepara a todos los compañeros dándoles la comunión.

 A las tres y media de la madrugada les suben a un camión. Acompañan al sargento unos pocos guardias . Cruzan el  puente sobre el Segre y enfilan  la carretera de Barcelona. A la altura del cementerio, Navas  y su gente se ven frente a  «una partida  de unos doscientos  hombres armados»  que en medio de la carretera les cierra  el paso. Mons. Huix comenta: ¡Ja i som a Sants!‖ (―Ya estamos en Sans‖, primer barrio a la entrada de Barcelona) El camión y  comitiva  se  detuvieron.

 “No temáis, la mejor confesión es el martirio.”

 –―¿A dónde vais con éstos? - A Barcelona. -¿La orden de traslado? La tenemos verbal. – No sirve, ¡todos abajo!‖

Arrarás s e preguntan si iban de acuerdo los milicianos que detuvieron el camión de los presos con el sargento Navas, responsable de traslado, quien en su día tuvo que responder por no haber defendido a los presos encomendados a su custodia , ni haber previsto escolta suficiente.

 Apean a los presos, y encañonados los encaminan hacia el cementerio. Por el camino de cipreses piden al Obispo confesión y absolución. — Mons Huix les tranquiliza sonriente: ―No temáis, la mejor confesión es el martirio. Ruega a los fusileros le dejen el último para confortar a sus compañeros, que fueron cayendo, fija la vista en su prelado y recibiendo su bendición. Uno de los escopeteros —dice Tubau — miraba al Obispo con ojeriza y le disparó a la mano derecha, pero el Obispo continuó bendiciendo con la izquierda. Al llegarle la vez a Mons Huix aquel pobre hombre exigió ser su verdugo, y le disparó  varias veces sin derribarle, y exclamó extrañado: -¡Parece de madera!

 Se supo luego algunos detalles del fusilamiento por el relato de una monja que, viajando en ferrocarril de Lérida a Barcelona, pudo  oír  como uno de los asesinos se jactaba de haber tomado parte. Decía: «Les hicimos ponerse junto a la fosa , y así, cayendo, se   enterraban ellos mismos ahorrándonos el trabajo.   Solamente faltaba cubrirlo con cal y arena».

 Era primera hora del alba del 5 de agosto de 1936, festividad de Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de Ibiza. La Reina del Cielo había hecho a su fiel y valeroso siervo su postrer regalo, el de llevarle consigo para celebrar con Ella desde primera hora su fiesta en el Cielo como cabeza de los 270 sacerdotes diocesanos inmolados en su diócesis de Lérida.

 Mons. Piris, Obispo de Lérida

 El 26 de junio de 2011 el Papa Benedicto XVI promulgó el decreto por el que se aprueba su martirio, último paso antes de su beatificación, para la que se está ya preparando la diócesis ilerdense.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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