Plácido Fábrega Juliá (el nombre de Bernardo
lo adoptó al hacerse religioso, según costumbre de la
época), nace en el pueblecito ampurdanés de Camallera,
en la provincia de Girona.
Invitado y atraído por su hermano mayor, Andrés, que
era marista, ingresa en el Seminario marista de S.
Andrés de Palomar (Barcelona), donde no tarda en
destacarse por su responsabilidad, madurez, trabajo y
capacidad de ayudar a sus compañeros.
Estrena sus experiencias de
educador y maestro en Torelló, Valdepeñas y Calatayud.
Después de su profesión perpetua religiosa, prosigue en
Igualada, Valencia y Barcelona, donde mostró un gran
amor a los niños y jóvenes, y una entrega y abnegación
apostólica y comunitaria admirables.
Nombrado Director de la
escuela para hijos de mineros de Vallejo de Orbó, aceptó
la misión como quien llega a la plenitud de su expansión
apostólica. Su dedicación educativa corrió pareja con
su labor catequética y apostólica juvenil, atenta a las
necesidades de los niños y jóvenes de la cuenca minera.
Al pasar a la vecina
población de Barruelo se intensifican su valor y su
capacidad de multiplicar la caridad y la labor educadora
desde la escuela y fuera de ella.
«¡Adelante, que Dios nos protege!» |
Los Hermanos, en Barruelo,
gozaban de simpatía entre el pueblo, pero un sector
radical se había propuesto desterrar de las escuelas
toda enseñanza religiosa, y por este motivo no podían
ver al H. Bernardo, quien decía: «Me hice religioso
marista principalmente para enseñar el catecismo y para
llevar a Dios los niños y los jóvenes. Si se me impide
hacer esto, mi existencia no tiene razón de ser».
He aquí el relato de su
martirio:
Los Hermanos dormían. De
pronto comienza un ataque contra la casa. El H.
Bernardo dice a los Hermanos: «¡A Aguilar todos
juntos!». Llegan al jardín y, por el portillo que da al
río, saltan de uno en uno. «¡Adelante, que Dios nos
protege!», les dice el H. Bernardo. Pero al subir él la
pendiente del ribazo opuesto, surgen nueve hombres que
le amenazan gritando «¡libertad!». El H. Bernardo
extiende los brazos en cruz y dice «¡Por amor de Dios,
no dispare!». Tras otra voz de «¡libertad!», uno de
ellos le ordenó que retrocediese dos pasos. Así lo hizo
el H. Bernardo, con los brazos siempre en cruz, e
inmediatamente le disparó dos tiros.
Cayó bañado en sangre,
mientras se oían estas palabras: «¡Perdón, Dios mío! ¡Le
perdono, Señor! ¡Madre mía! ¡Virgen Santísima,
perdónale! ¡Ay, Madre mía! ... ».
La vecina que refiere estas
exclamaciones no pudo entender bien otras frases porque
se lo impedía el llanto de su hija, pero añade que le
oyó la palabra «niños» mientras agonizaba. |