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Su tío fue asesinado en la Guerra Civil
Martínez Camino: «Los marxistas idearon en los años 30 un plan para
exterminar a la Iglesia»
El secretario General de la Conferencia Episcopal española
presenta un libro sobre la figura de su tío cura, Don Lázaro, mártir en el
36.
Pablo González/La Nueva España.
«Marxistas
y anarquistas idearon un plan, según ellos, para liberar a los
pueblos del opio de la religión. Y lo hicieron a sangre y fuego.
En los años treinta había un plan para la exterminación de la Iglesia en
Europa y en el mundo». Ésta es una de las reflexiones realizadas ayer
por Juan Antonio Martínez Camino (Siero, 1953),
secretario general de la Conferencia Episcopal Española y obispo
auxiliar de Madrid, durante la presentación de su libro «Don
Lázaro. Sacerdote y mártir de Cristo en Asturias (1872-1936)».
La obra cuenta la historia de su tío, Lázaro San Martín Camino, un cura
rural que destacó en Asturias en la década de los años 30 del siglo
pasado por su apuesta por la educación y que fue fusilado en
Gijón durante los primeros días de la Guerra Civil.
«La figura de don Lázaro fue decisiva para mi vocación sacerdotal»,
reconocía ayer Martínez Camino durante la presentación del
libro en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA.
Martínez Camino no llegó a conocer a su tío, pero su familia se encargó
de transmitirle el trabajo y la obra del sacerdote, mártir. El autor
hizo una reflexión histórica sobre lo sucedido en Europa a partir de
1930 con los católicos. «Hay quien dice que la mayor persecución
de la historia del Cristianismo fue la que tuvo lugar en España en los
años 30 y que ésta fue un castigo merecido. Tampoco puede
decirse que todo fue excelente en el catolicismo español del siglo XIX y
del primer tercio del siglo XX. Hubo pecados y errores», explicó.
Pero lo que Martínez Camino quiso dejar claro es que las persecuciones
contemporáneas de cristianos «no puede entenderse como un fenómeno
exclusivamente español». Y sobre todo Martínez Camino señaló lo ocurrido
tras la caída de la Rusia de los zares en 1917. «La revolución
de 1917 puso en marcha la mayor maquinaria política persecutoria que
tuvo que aguantar la Iglesia», dijo. Una afirmación que sostuvo
con datos comparando los 7.000 religiosos asesinados en España frente a
los 200.000 muertos en Rusia entre 1917 y 1980. La mayor parte
-unos 105.000- fueron fusilados en época de Stalin. «Son cifras
escalofriantes», añadió.
Por eso Martínez Camino no dudó en hacer suyo el título de una obra del
cura Ángel Garralda para asegurar que «el siglo XX es el siglo
de los mártires». Y prosiguió su análisis de la historia más
reciente abundando que «no es posible entender lo que sucedió en
España sin incluirlo dentro de la gran persecución del siglo XX».
Por su parte, Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo, explicó que «Dios
nos regala a los santos como una compañía que puede despertar nuestra
libertad». Montes rememoró cómo «los primeros cristianos cambiaron el
mundo desde el espectáculo de la santidad» y destacó que «Oviedo tiene
sus santos, que han vivido el Evangelio con todas sus consecuencias». El
líder de la Iglesia asturiana aclaró que «el mártir cristiano no
es el kamikaze con explosivos en la mochila. Entrega su vida sin
quitársela a nadie».
Mientras, Pedro Álvarez Lázaro, catedrático de Historia de la
Universidad Pontificia Comillas (Madrid), alabó la obra de Martínez
Camino. «Es una historia creíble, fácil de seguir y fundamentada.
Demuestra una calidad de historiador verdaderamente importante», explicó
Álvarez Lázaro, que sentenció que «la memoria histórica de España no
sólo son los muertos de una parte». En el acto también participó Jorge
Juan Fernández Sangrador, vicario general de la archidiócesis de Oviedo.
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Más de 60 nuevos mártires españoles
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Si es que, pese a quien pese,
en 1936 España llenó el cielo de santos
Intereconomía - Francisco José Fernández de la Cigoña
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Y
quedan muchos más. Va a ser imposible recordarles a todos. A tantos. Habrá
que hablar de los innumerables mártires de la España de 1936. No hay nada en
el mundo igual. No hay nación que haya dado más santos al cielo. Hoy el Papa
ha aprobado la declaración de martirio de más de sesenta españoles. Y los
próximos años verán muchas más declaraciones como ésta.
http://press.catholica.va/news_services/bulletin/news/28579.php?index=28579&lang=sp
Es pura memoria histórica. ¿Qué alguien quiere también el recuerdo de los
asesinos? Nosotros los habíamos olvidado y perdonado. Pero si hay que
recordarles no tenemos inconveniente. Los nuestros son luz inmarcesible. Los
otros, los asesinos, abismos de miseria. Y de mártires no tienen nada.
Canallas ejecutados por sus espantosos crímenes.
No voy a negar que en la España nacional se cometieron también asesinatos.
De personas honradas aunque de ideas distintas. Repruebo de todo corazón
esos viles asesinatos. En el número que fuere. Merecen un sepulcro digno y
una rehabilitación póstuma. Y que los suyos les honren como quieran y los
demás respetemos su memoria. Pero a la vil canalla asesina de miles y miles
de inocentes es penosa e imposible tarea recuperar su memoria. Porque, si se
recupera, peor para ellos y para los recuperantes.
La Iglesia está reconociendo como mártires, testigos de Cristo, a centenares
y centenares de personas, van ya más de mil, cuya muerte, gloriosísima para
ellos, es baldón imborrable para sus asesinos. Cuando esto concluya, si es
que concluye alguna vez, podrán pasar de diez mil, o aproximarse a esa
cifra, los españoles que en 1936 han pasado de este mundo a los altares. No
hay nada igual en la historia de la Iglesia.
No lo sé, pero supongo que unos cuantos de esos nuevos beatos, lo serán
seguramente en 2012, están como tantos otros bajo la tierra sagrada de
Paracuellos. El mayor relicario del mundo. Que debería ser lugar obligado de
culto y peregrinación. Miserables seríamos los católicos españoles de hoy si
dejáramos en el olvido el lugar desde el que partieron para el cielo muchos
de los innumerables santos de la España de 1936. Si allí hasta las flores de
abril y mayo huelen a santidad. Nacen de los mismos huesos de los santos.
Por
Agencia SIC el 18 de diciembre de 2011
El
Cardenal Mons. Angelo Amato SDB ha presidido en Madrid la ceremonia de
beatificación de 23 mártires de la persecución religiosa de 1936,
pertenecientes a la congregación de Misioneros Oblatos de María Inmaculada (OMI).
La celebración ha tenido lugar en la catedral de la Almudena y en ella han
participado numerosos obispos españoles acompañados de miles de fieles.
En su homilía, el Cardenal Amato recordó brevemente la historia de su
sacrificio para “avivar la llama del testimonio”. Así, reconoció que durante
la II República, más en concreto durante los primeros meses de la guerra
civil -de julio a diciembre de 1936 a marzo 1939- “descendió sobre España un
furor anti-religioso que contaminó gravemente la sociedad hasta secar en el
corazón los sentimientos de bondad y fraternidad y ellos fueron víctimas
inocentes de este fanatismo anticatólico que hirió a sangre fría a obispos,
sacerdotes, consagradas y consagrados y laicos”.
Para el Cardenal Amato, “más de 7.000 son verdaderos y auténticos mártires
muertos como los primeros mártires de la Iglesia por odio a la fe”. Según
destacó, los 23 mártires que se beatificaban, y que sufrieron su martirio en
Pozuelo, “no eran delincuentes ni habían hecho nada malo, al contrario, su
único deseo era hacer el bien y anunciar el Evangelio de Jesús”.
“Queremos recordar los nombres de los religiosos oblatos porque la Iglesia
les ama y les honra”, afirmó y subrayó que fueron “testigos preciosos de la
bondad de la existencia humana” pese a la “crueldad de sus perseguidores”. Y
lo hicieron, prosiguió, “sin armas, con la fuerza irresistible de la fe en
Dios. Ellos han vencido el mal, es su preciosa herencia de fe”.
El Cardenal Amato puso de manifiesto que los verdugos fueron olvidados, sin
embargo, “las víctimas inocentes son recordadas”. Y citó a los nuevos
beatos: Francisco Esteban Lacal, Vicente Blanco Guadilla, José Vega Riaño,
Juan Antonio Pérez Mayo, Gregorio Escobar García, Juan José Caballero
Rodríguez, Justo Gil Pardo, Manuel Gutiérrez Martín, Cecilio Vega Domínguez,
Publio Rodríguez Moslares, Francisco Polvorinos Gómez, Juan Pedro Cotillo
Fernández, José Guerra Andrés, Justo González Llorente, Serviliano Riaño
Herrero, Pascual Aláez Medina, Daniel Gómez Lucas, Clemente Rodríguez
Tejerina, Justo Fernández González, Ángel Francisco Bocos Hernando,
Eleuterio Prado Villarroel y Marcelino Sánchez Fernández.
“A estos 22 oblatos se unión en un mismo acto de generoso testimonio a
Cristo el fiel laico Cándido Castán San José, muy conocido en el pueblo de
Pozuelo, por su claro testimonio católico”, añadió.
Dijo, asimismo, que “estos testigos constituyen un corazón de gloria para la
Iglesia en la historia”. “Cuando el hombre arranca de su conciencia los
mandamientos de Dios, rompe también de su corazón el bien. Perdiendo a Dios
el hombre pierde también su unidad”.
Asimismo, explicó que “es posible” que nuestros mártires estuvieran
preparados para el sacrificio supremo. El Cardenal Amato aseguró que “todos
los religiosos fueron detenidos sin proceso ni pruebas ni posibilidad de
defenderse”. Por tanto, “es bueno no olvidar esta tragedia y tampoco olvidar
la reacción de nuestros mártires a los gestos malvados de sus asesinos.
Ellos respondieron rezando y perdonándoles y aceptando con fortaleza la
muerte por amor a Jesús”. Y es que “los mártires nos enseñan que nuestro
testimonio del Evangelio pasa no sólo por una vida virtuosa sino también, a
veces, por el martirio”.
Leyó las palabras del Papa sobre los mártires que, “fieles a su vocación
anunciaron constantemente el Evangelio y derramando su propia sangre dieron
testimonio de su amor a Jesús y su Iglesia”. “Este es el mensaje que nos
ofrecen los beatos. La sociedad no tiene necesidad de odio, de violencia y
de división sino de amor, de perdón y de fraternidad”, añadió.
Concluyó invitando a imitar “la fortaleza de los mártires, la solidez de su
fe, la inmensidad de su amor y la grandeza de su esperanza. Que demos
testimonio de fe y verdad ante el mundo y ellos sean maestros de vida para
sus hermanos oblatos y puedan fortalecer su amor a Cristo, su Iglesia y los
misioneros de la nueva evangelización en todo el mundo”. “Que la Inmaculada
nos ayude a celebrar la Navidad con corazón puro y santo”.
La Eucaristía estuvo concelebrada por el Cardenal Arzobispo de Madrid, Mons.
Antonio Mª Rouco Varela; el Cardenal Antonio Cañizares, Prefecto de la
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos; el
Nuncio de Su Santidad en España, Mons. Renzo Fratini; los arzobispos de
Toledo, Mons. Braulio Rodríguez, Valladolid, Mons. Ricardo Blázquez, y
Pamplona, Mons. Francisco Pérez; los obispos de León, Mons. Julián López;
Cádiz, Mons. Rafael Zornoza; Osma-Soria, Mons. Gerardo Melgar; Astorga,
Mons. Camilo Lorenzo; Alcalá de Henares, Mons. Juan Antonio Reig Plá; y
Málaga, Mons. Jesús E. Catalá; y los Obispos Auxiliares de Madrid, Mons.
Fidel Herráez, Mons. César Franco, y Mons. Juan Antonio Martínez Camino, sj.
La ceremonia de beatificación coincide con el 150º de la muerte de San
Eugenio de Mazenod, fundador de la congregación de Misioneros Oblatos de
María Inmaculada (OMI) a la que pertenecen los futuros nuevos beatos.
Con motivo de esta celebración, el superior de la Congregación de Misioneros
Oblatos de María Inmaculada, Padre Louis Lougen, OMI, ha dirigido en el día
de ayer, una carta a los miembros de la congregación con el título “Proclama
mi alma la grandeza del Señor”. El texto de su carta es el siguiente:
“Estos son aquellos que salieron de la gran tribulación, y han lavado sus
túnicas y las hicieron blancas en la sangre del cordero”. (Rev. 7:14)
Nos regocijamos juntos para alabar y agradecer la beatificación de los
mártires oblatos de España. Esta es una gran gracia para nosotros, una
oportunidad para toda la congregación para renovar nuestra vida en santidad
y compromiso misionero. La beatificación de los mártires oblatos de España
se presenta en este año en el que recordamos el 150 aniversario de la muerte
de San Eugenio de Mazenod y vivimos también inspirados por el llamado a la
conversión del 35o Capítulo General. Este llamado es “nuestra obra” hasta el
próximo Capítulo. ¡No, esta es la obra de toda una vida! La beatificación de
los mártires oblatos de España hace eco en el llamado a la conversión.
Descubrimos en su martirio la riqueza y profundidad del Evangelio y del
carisma oblato.
Cada vez que leo acerca de la alegría que San Eugenio experimentó cuando se
proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, me conmuevo. Imagino aún
ahora su inmensa alegría por la beatificación de los mártires oblatos de
España. Debe estar paseando por las calles celestiales con su pecho hinchado
de orgullo, compartiendo las buenas nuevas con todo el mundo y charlando con
los santísimos mártires. Veo Henri Tempier al lado de Eugenio. El fundador
siempre se ha puesto un poco molesto en estas fiestas ya que él está todavía
un poco ofendido de que Henri haya quemado la mayor parte de la evidencia
acerca de su propia santidad para permitir a Eugenio brillar aún más. Joseph
Gerard y Joseph Cebula se unen a Eugene y Henri y muchos otros oblatos que
hemos conocido y de los cuales hemos leído. ¡Cuánta gaudeamus está
preparando Eugenio por la beatificación!
Compartimos la alegría de Eugenio y estamos llenos de gratitud por la
beatificación de nuestros hermanos oblatos que fueron martirizados en
España. Nosotros también estamos siendo llamados a renovar nuestro
compromiso. La vida religiosa, el deseo de vivir la vocación bautismal de
una manera radical, es una especie de sucesora del periodo de martirio en la
iglesia primitiva. Nuestra vida consagrada, inspirada en el testimonio de
los primeros mártires, es la decisión de seguir el Señor Jesús de una manera
radical a través de los votos y la comunidad. La beatificación de los
mártires oblatos de España nos exige elegir a vivir nuevamente la raíz de
nuestra consagración entregando nuestras vidas para seguir a Jesús. Muy
recientemente un oblato me comentó, con una mezcla de desilusión simúltanea
y un anhelo de esperanza: “¡Mira a nuestras vidas! ¿Hay alguna cosa a la
cual hemos renunciado? ¿Nuestras vidas tienen algún significado para los
demás? ¡Nuestra consagración está muy rebajada!”
Es precisamente por esta razón que el último Capítulo General nos ha llamado
a la conversión. Este es el gran reto y la exigencia que la beatificación de
los mártires oblatos españoles nos trae. A medida que leemos sobre el
sacrificio generoso de sus vidas, volvemos a las raíces de nuestra vocación
y no podemos tolerar vivir una vida que está “rebajada”. Rezo para que el
testimonio de la ofrenda martirial de los santísimos mártires oblatos de
España nos traiga la pasión de vivir radicalmente el seguimiento de Jesús.
Les pido que intercedan para que el Espíritu nos enardezca como misioneros
para los pobres el el contexto de nuestra realidad con los desafíos
complejos que enfrentamos hoy.
Invito a todos a profundizar el significado de la beatificación de los
mártires oblatos de España a la luz de la Constitución no 2 de las
Constituciones y Reglas de los O.M.I.: “Somos hombres ‘escogidos para
anunciar el Evangelio’ (Rom 1:1), hombres listos a dejar todo para ser
discípulos de Jesús. El deseo de cooperar con él nos lleva a conocerlo más a
fondo para identificarnos con él, dejarlo vivir en nosotros. Nos esforzamos
para reproducir en nosotros mismos el modelo de su vida. Por lo tanto, nos
entregamos al Padre en la obediencia hasta la muerte y nos dedicamos al
pueblo de Dios en el amor desinteresado…” (C#2) Esto está en el corazón de
nuestro carisma. San Eugenio y los santísimos mártires oblatos de España nos
convocan a abrazar nuestra vocación como se describe en C#2.
Una fe fuerte y profunda ha alimentado los sueños misioneros de los mártires
oblatos de España y los ha atraído a ofrecer sus vidas para predicar el
Evangelio a los pobres en España, Argentina, Uruguay y el suroeste de los
EE.UU. Nos sentimos intimidados por su capacidad de entregarse al Padre en
la obediencia hasta la muerte, un acto altruista en última instancia por el
amor de la gente que aún no han podido conocer en las misiones que esperaban
servir. Entre dichos mártires oblatos, hay también un hombre laico que fue
un esposo y padre. Creo que es un signo del carisma oblato, “siempre cerca
de la gente que servimos” que en esta beatificación haya una persona laica
entre los oblatos. Este es otro motivo por el cual nos alegramos.
San Eugenio es todo sonrisas en esta celebración. Nosotros también sentimos
orgullo y alegría por la fidelidad y amor radical de los mártires oblatos de
España. Cantamos con María Inmaculada, madre de los apóstoles y mártires, su
canto de alabanza en este gran día: “Proclama mi alma la grandeza del
Señor”.
Felicitaciones y un agradecimiento van a nuestro postulador, el Padre
Joaquin Martinez, por su dedicación a las causas de los santos oblatos y por
todo lo que ha hecho para hacer realidad este día.
Padre Louis Lougen, O.M.I.
17 de diciembre de 2011
Beatificación de
los 22 Oblatos de Pozuelo de Alarcón
de Rubén Tejedor (Religión en Libertad)
El
13 de octubre de 1931, Manuel Azaña -por aquel entonces ministro de la Guerra
aunque, posteriormente, jefe de gobierno y Presidente de la segunda República-
afirmaba en una sesión del Congreso: “España ha dejado de ser católica”. La
afirmación no era constatación de una realidad, pero sí pudo ser una declaración
de intenciones. A juzgar por los hechos que fueron sucediéndose años después, lo
que sí había en la afirmación de Azaña era una voluntad y un proyecto de borrar
del mapa de España largos siglos de cultura y de vida cristiana.
El beato Juan Pablo II comprendió, como pocos, ese objetivo de
los enemigos del catolicismo: “Al brillante y glorioso ejército de los mártires
pertenecen no pocos cristianos españoles asesinados por odio a la fe en los años
1936-1939, durante los acontecimientos de la Guerra Civil que sufrió su patria,
y por la inicua persecución desencadenada contra la Iglesia, contra sus miembros
y sus instituciones. Con particular odio y ensañamiento fueron perseguidos los
Obispos, los sacerdotes y los religiosos cuyo único delito -si así puede
decirse- era el de creer en Cristo, anunciar el Evangelio y llevar al pueblo por
el camino de la salvación. Con su eliminación, los enemigos de Cristo y de su
doctrina esperaban llegar a hacer desaparecer totalmente la Iglesia del suelo de
España...” (Decreto de la Congregación para las Causas de los Santos 1992)
La muerte de miles y miles de fieles, asesinados “in odium fidei”, debe ser
denominada legítimamente como martirio en sentido propio y genuino. Así lo hizo
el 30-IX-1936 el Obispo de Salamanca y después Arzobispo de Toledo, Enrique Pla
y Daniel, en carta pastoral a sus diocesanos. Así lo hicieron 39 Obispos
españoles el 1-VI-1937 en una carta colectiva dirigida a los Obispos del mundo
entero. Así lo hizo el Papa Pío XI el 14-IX-1936 en una alocución a quinientos
peregrinos españoles. Así lo ha entendido el buen pueblo creyente que presenció
los acontecimientos.
En la persecución religiosa en España hubo miles de personas que
sufrieron muerte violenta, que fueron torturadas y fusiladas exclusivamente por
su condición de creyentes; porque vestían una sotana o un hábito religioso; por
ser sacerdotes o religiosos que tenían una actividad pastoral en parroquias, en
centros de enseñanza o centros hospitalarios; o por ser laicos comprometidos con
su fe en Jesucristo.
Antonio Montero, en su libro “Historia de la persecución religiosa en España”,
presenta una estadística de 6832 eclesiásticos sacrificados en la persecución
religiosa. Los miembros del clero secular, incluidos doce Obispos y un
Administrador Apostólico fueron 4184, o sea el 13% del total del clero. Los
religiosos sacrificados fueron 2365, lo que supone el 23% del total. Las
religiosas martirizadas fueron 283. No ha sido posible presentar ni siquiera una
cifra aproximada de los laicos católicos asesinados por su condición de
creyentes consecuentes con su fe.
La persecución se hizo más sangrienta a partir del verano de 1936
y siguió implacable durante más de un año. Desde julio de 1937 fue disminuyendo
porque el crédito del Gobierno republicano quedó muy afectado por la protesta
colectiva de los Obispos españoles, por las reclamaciones de la Santa Sede y por
las advertencias que llegaban de varios sectores europeos.
El proyecto de aniquilación de la Iglesia fue tan generalizado y tan radical que
en toda la España republicana no solamente se suprimió el sacerdocio y se
cerraron o destruyeron los templos, sino que, llegando a extremos ridículos, se
eliminó de la toponimia española, incluida la urbana y callejera, toda
referencia a la religión. Ni un pueblo, ni un monte, ni un río, ni un barrio, ni
una calle o plaza conservó su nombre si éste hacía referencia a Dios, a la
Virgen, a los santos o a cualquier cosa que tuviera relación, por pequeña que
fuera, con el hecho religioso.
Dentro de este clima general de odio y fanatismo antirreligioso
es preciso encuadrar el martirio de los 22 religiosos oblatos de Pozuelo de
Alarcón que, con un soriano al frente, el P. Francisco Esteban Lacal, son
beatificados el sábado 17 de diciembre en Madrid.
Pozuelo de Alarcón era -en 1936- un pueblo de unos 2000
habitantes. Estaba formado por dos núcleos de población: el antiguo pueblo de
labradores y un barrio nuevo, preferentemente obrero, que se creó con la llegada
del ferrocarril y que se llamó -y sigue llamándose- el barrio de la Estación.
Las organizaciones sindicales lograron penetrar en el ambiente obrero y
comenzaron a impartir consignas revolucionarias y anticlericales que, en breve,
tendrían como punto de mira a los religiosos oblatos. Era éstos unos hombres que
solamente se dedicaban a hacer lo que era propio de su condición religiosa: eran
confesores; iban a las parroquias vecinas para asistir a funerales y predicar,
especialmente en Cuaresma y Semana Santa; daban catequesis de primera Comunión;
preparaban a la gente mayor para el “cumplimiento por Pascua”; etc. En resumen,
eran todo y sólo religiosos, para nada inmiscuidos en política.
Sin embargo, esta actividad religiosa comenzó a inquietar a los
socialistas, comunistas y sindicalistas que habían formado sus comités en el
barrio de la Estación. Les preocupaba que los “frailes” (así los llamaban)
animaran la vida religiosa en Pozuelo y su entorno; les irritaba que fueran por
la calle en sotana y además con su crucifijo oblato muy visible colgado al
pecho; etc. Por estas y otras muchas “actitudes provocativas” la comunidad de
los oblatos se fue haciendo cada vez más odiosa a los grupos marxistas. Ante
esto, los religiosos no se dejaron intimidar aunque sí extremaron las medidas de
prudencia, de serenidad, de calma y el compromiso de no responder a ningún
insulto provocador. Ningún religioso se mezcló con actividades políticas ni tomó
parte, ni siquiera ocasionalmente, en actos políticos. Pero eso sí, se mantuvo
el programa de formación espiritual e intelectual sin renunciar a las diversas
actividades pastorales que formaban parte del programa de formación sacerdotal y
misionera.
Porque, según los radicales izquierdistas, los religiosos eran
“los enemigos de la libertad”, los “embaucadores de la gente”, los que “oprimían
al pueblo”, los que “alentaban al capitalismo”, etc. el 22 de julio de 1936, a
las tres de la tarde, un nutrido contingente de milicianos, armados de escopetas
y pistolas, asaltó el convento. Lo primero que hicieron fue detener a los 38
religiosos presentes. Comenzaba aquí un calvario que concluiría para la mayoría
de ellos el 28 de noviembre. Ese día fueron fusilados, sin acusación, sin
juicio, sin defensa, sin explicaciones. Se sabe que murieron haciendo profesión
de fe y perdonando a sus verdugos, y que -a pesar de las torturas durante el
cruel cautiverio- ninguno apostató, ni decayó en la fe, ni lamentó haber
abrazado la vocación religiosa. Antes de morir, el P. Esteban Lacal dio la
absolución al resto y dijo: “Sabemos que nos matáis por católicos y religiosos.
Lo somos. Tanto yo como mis compañeros os perdonamos de corazón. ¡Viva Cristo
Rey!”.
La Iglesia -con la Beatificación del religioso soriano y de sus
compañeros mártires- no nos presenta como ejemplo y modelo a unos caídos de la
Guerra sino a unos auténticos mártires de Cristo; mártires sacrificados no como
fruto de una contienda en la que caen personas de uno y otro bando sino testigos
de Cristo que se han mantenido fieles a su fe y amor al Señor hasta la muerte.
De este modo, gracias a su fidelidad, toda la rabia y el odio contra Dios y
contra la fe católica se convirtieron en na ocasión de expresar un amor más
grande, un amor que muere perdonando a los verdugos. Una vez más, el odio no
tuvo la última palabra. La última palabra fue el amor, porque Dios es Amor.
Martín Ibarra, el último martiriólogo

(De
R. en L. 9.12.2011)
Son numerosos los sacerdotes, historiadores de prestigio, que tras finalizar la
Guerra Civil española, y por lo tanto, una de las más crueles persecuciones
religiosas vividas por la Iglesia Católica, empezaron a compilar los llamados
martirologios. Prácticamente todas las diócesis publicaron trabajos más o
menos completos para recordar la historia de los mártires españoles. Por ejemplo
en la diócesis de Barcelona, José Sanabre Sanromà (1943); en la diócesis
de Toledo, Juan Francisco Rivera Recio (el primer tomo en 1945 y el
segundo en 1958); en la diócesis de Ávila, Gregorio Sedano (1941); en la
diócesis de Cuenca, Sebastián Cirac Estopañán (1947)… la lista ya de por
sí larga se hace más extensa con los martirologios publicados por las diferentes
familias religiosas. Luego apareció, bebiendo de toda esta documentación, la
famosa obra del Arzobispo emérito de Mérida-Badajoz, Monseñor Antonio Montero
Moreno: “Historia de la persecución religiosa en España. 1936-1939”
(Madrid, 1961).
Sin embargo, esta literatura empeñada en que nunca cayesen en el olvido los
mártires españoles de la persecución religiosa de los años 30 ha seguido
emanando con agua limpia y clara (o sea, llena de perdón y de amor, pues lo que
se narra es la vida de los mártires) infinidad de títulos de la mano de otro
grupo numeroso de sacerdotes y también de seglares, unos y otros historiadores
de absoluto prestigio en el mundo académico.
Unos se decantaron por la pura historia de lo sucedido: la Historia de la
Iglesia en España, 1931-1939 en dos tomos de Gonzalo Redondo Gálvez
(Madrid, 1993); La Gran persecución. España, 1931-1939 de Vicente
Cárcel Ortí (Barcelona, 2000); otros, como el incombustible Ángel Garralda
García que publicó en dos tomos “La persecución religiosa del clero en
Asturias” y que en 2009 lo reelaboraba en nueva edición de un solo tomo.
Martín Ibarra
Benlloch
Antes
que termine este 2011, en el que hemos celebrado el 75 aniversario de la muerte
martirial de tantos testigos de la fe asesinados en el segundo semestre del año
1936, queremos presentar en el blog la obra de un colega con el que llevo
coincidiendo, en los últimos años, en los cursos programados por la Oficina para
las Causas de los Santos de la Conferencia Episcopal Española.
Se trata del prestigioso profesor Martín Ibarra Benlloch y de la obra
editada en dos tomos “La persecución religiosa en la diócesis de
Barbastro-Monzón (1931-1941)” publicado por la Fundación Santa Teresa de
Jesús (Zaragoza 2011).
Martín Ibarra, que dirige el archivo del santuario de Torreciudad, puede ser
llamado con toda razón martiriólogo. Autor de varios libros, ha puesto
sus conocimientos de Doctor en Historia y la experiencia de profesor en las
universidades de Zaragoza y Navarra, al servicio de este trabajo. Se trata de
uno de los estudios más minuciosos y concienzudos que sobre ese tema se han
hecho en los últimos cincuenta años: entrevistas a los familiares, actas de la
Causa General, periódicos del momento, informes de la Guardia Civil,
libros de memorias, actas de archivos municipales. En resumen: toda la
documentación que es posible reunir hoy día sobre la matanza de sacerdotes,
laicos y religiosos que se hizo en aquellos años en una de las diócesis más
castigadas de España.
El
autor explica en una entrevista concedida a Ángel Huguet para Diario del
AltoAragón que en este libro “toda
la historia de la persecución religiosa en la Diócesis se ha visto como proceso
único, algo que tiene unas causas, desarrollo y consecuencias propias de la
Revolución. Se enfoca desde diferentes puntos de vista para dar una visión
completa. No es una obra hagiográfica, social, ni política, ni sobre la
Guerra, sino de un libro de gran rigor histórico, sin concesiones a la narrativa
ni a la geografía..
La tipología martirial, la vida cristiana, los supervivientes, la memoria de los
mártires, el reconocimiento a la Iglesia, son algunos temas tratados en el
análisis de lo sucedido desde julio de 1936 a 1941. Se aporta mucha
documentación inédita, entre ellas más de la mitad de la parte gráfica… Faltaba
una visión de conjunto, profunda. Hemos realizado el trabajo más serio y
riguroso posible con espíritu de admiración y de gratitud hacia nuestros
mártires, sin ningún resquemor ni odio hacia los perseguidores”.
Así que, os ánimo a todos a que os acerquéis a esta obra definitiva
sobre lo sucedido en la actual diócesis de Barbastro-Monzón. Puede ser un buen
obsequio para estas Navidades.
Este es el prólogo escrito por Monseñor Alfonso Milián Sorribas, Obispo
de Barbastro-Monzón
Cuando
tomé posesión de la diócesis de Barbastro-Monzón quise que, en el momento
en que al nuevo obispo se le entrega el báculo como signo de su misión de
pastorear la grey que le ha sido encomendada, ese báculo fuera el del Obispo
mártir de esta Diócesis, monseñor Florentino Asensio Barroso.
Al
comenzar la homilía, lo besé con devoción, expresando con ese beso la
emoción que me producía llevar en mi mano el báculo con el que este bendito y
ejemplar Obispo guió a esta Diócesis durante los cortos meses de su pontificado,
truncado por la persecución religiosa.
A lo largo de los años que llevo en la Diócesis he vivido, como una gracia
singular, la oportunidad de conocer su historia martirial, reconocida por la
Iglesia en la persona del Obispo mártir, del gitano Ceferino, de los
Seminaristas claretianos, de los Escolapios de Peralta de la Sal y, Dios quiera
que sea pronto, de los “curetas” de Monzón y de los Benedictinos del Monasterio
del Pueyo. Una historia martirial tan abundante me ha permitido saborear el
testimonio de fortaleza en la fe y de generosidad en el perdón, que fue unánime
en nuestros mártires, y me ha llevado a valorar la riqueza que todo ello es para
la Iglesia.
Al
mismo tiempo he conocido, en muchos casos de primera mano, que estos testimonios
son más amplios de lo que pudiera dar a entender el número de nuestros mártires
ya beatificados. Casi la totalidad del presbiterio diocesano y un número
ingente de laicos cristianos murieron en aquella persecución religiosa dando un
testimonio inconfundible de valentía, serenidad y confianza en las manos de Dios.
Desde diversos sectores de la Diócesis me ha llegado la petición de abrir una
causa de beatificación que incluya a los sacerdotes y laicos más significados,
con el deseo de hacer justicia a cuantos hicieron ofrenda de su vida en aquellas
circunstancias tan aciagas. Con tal intención se constituyó la Comisión
Histórica para tener adelantado un trabajo imprescindible para incoar la Causa.
Pero nos hemos sentido abrumados por el número tan grande de posibles mártires
que sería preciso incluir en dicha Causa.
Ayudado por el Consejo del Presbiterio llegué a la conclusión de hacer todo
cuanto esté en nuestras manos para mantener viva la memoria de este gran número
de testigos de la fe, hasta que podamos ver despejado el camino de su
beatificación. Tal es el motivo que da origen a este libro. Está escrito por
el historiador Martín Ibarra Benlloch, al que agradezco su dedicación y
minucioso trabajo. Como él mismo explica en la introducción que sigue a
estas palabras mías, ha presidido la Comisión Histórica, que lleva varios años
trabajando en el tema, se ha planteado con rigor de científico el fondo y la
forma de esta investigación, y ha recogido los datos con una precisión
admirable. Ya que, por el momento, no estamos en condiciones de afrontar la
Causa de beatificación de un número tan alto de sacerdotes, religiosos,
seminaristas y laicos, vamos a procurar que su memoria no desaparezca, esperando
que llegue la ocasión propicia para impulsar su camino hacia los altares.
En
este año se cumple el 75º aniversario de la muerte de nuestros mártires en la
dolorosa persecución religiosa de 1936. Deseo que este libro constituya un
hito significativo de nuestra conmemoración. Lo ofrezco a la Comunidad
Diocesana en primer lugar, a la Iglesia en Aragón y en España, y a cuantos
quieran conocer, con el rigor escueto de los hechos ocurridos, la gesta de una
Diócesis mártir. No se trata de reabrir heridas ni de reivindicar
reconocimientos. Se trata únicamente de recordar con emoción a tantos hermanos
en la fe que, con la gracia de Dios, fueron capaces de morir violentamente sin
otro motivo que el de su condición de sacerdotes o católicos, y, lo que es más
admirable, morir perdonando. Estoy convencido de que «la sangre de los mártires
es semilla de cristianos» (Tertuliano); por ello encomiendo a nuestros mártires
la súplica de que estos testimonios de su muerte sean semilla de nuevos
cristianos jóvenes que revitalicen nuestra Iglesia Diocesana.
"No me
veréis morir": la biografía del beato Ceferino Jiménez Malla
Un audio-libro celebra el 75 aniversario del martirio del
patrono de los gitanos
ROMA,
miércoles 7 de diciembre d
e
2011 (ZENIT.org)
– “El Pelé”: así era llamado Ceferino Jiménez Malla, el primer gitano
proclamado beato en la historia de la Iglesia. Un audio-libro celebra el
75 aniversario de su entrega de la vida por la fe.
Ceferino Jiménez alla, hijo de la cultura gitana, vivió una infancia
nómada, se casó a los dieciocho años, pero no tuvo nunca hijos, aunque
adoptó a una sobrina, Pepita, a la que quiso como tal. Honesto
comerciante de caballos, fue muy respetado, tanto en el ámbito gitano,
entre sus amados calés, como fuera de él.
Murió
mártir, en 1936, en la guerra civil española, después de ser brutalmente
fusilado en un cementerio por haber defendido a un sacerdote. Fue
elevado al honor de los altares, el 4 de mayo de 1997, por Juan Pablo II
que lo proclamó “patrono de todos los gitanos”.
Sin
embargo, se sabe poco de la vida de Ceferino ya que, como analfabeto, no
dejó ningún escrito. Quedan, sin embargo, los testimonios y recuerdos de
quien lo conoció verdaderamente y tuvo el honor de apreciar la
humanidad, la sencillez y la profunda fe, más que nadie de su adorada
nieta, Maruja.
Han
sido estos recuerdos los que han hecho posible la creación del
audio-libro “No me veréis morir”, realizado con la colaboración de la
Caritas Italiana y la Fundación Emigrantes, con ocasión del 150
aniversario de su nacimiento en 1861 y el 75 de su martirio.
El
audio-libro, presentado en Roma el 6 de diciembre, en la sala Marconi de
la Radio Vaticana, forma parte de la serie Phonostorie, un
proyecto educativo-cultural que, desde 2007, a través de un libro y de
un CD donde actores dan vida al personaje recitando algunos de sus
fragmentos, quiere dar a conocer a algunas de las gloriosas
personalidades de nuestro siglo.
Después de la madre Teresa de Calcuta, Alcide de Gasperi, Chiara Lubich
y muchos más, ahora le tocó el turno al sencillo Ceferino, con una
biografía que es un “desafío” para los productores, como declaró el
maestro Mite Balducci, compositor de la música original de la obra.
“Esta Phonostoria ha sido para nosotros una prueba particular
--explica- por el hecho de que no tenemos ningún tipo de texto escrito
de Ceferino ya que no era capaz de escribir”.
“No se
encuentra, por esta razón, una frase del beato --prosigue--. Sólo el
título No me veréis morir, frase pronunciada durante el periodo
de cárcel y recordada por su nieta; todo lo demás está construido sobre
los testimonios, los mismos que fueron analizados durante el proceso de
beatificación”.
El
audio-libro, enriquecido con la introducción de Susana Tamaro, está
imaginado como un diálogo entre algunos gitanos que, alrededor de un
fuego, recuerdan al beato y sus virtudes, describiéndolo como un
personaje casi mítico.
Así,
de hecho, estaba considerado por sus amados calés: un mito, un líder o,
como dijo un amigo de su etnia, en el proceso donde fue acusado
injustamente de hurto, el “santo patrón de los gitanos”.
Un
ejemplo de vida, por tanto, más actual que nunca, que nos recuerda a
todos nosotros “la vocación universal a la salvación y a la santidad, de
la que habla el capítulo V de la Lumen Gentium”, como destaca
monseñor Bruno Schettino, presidente de la Comisión Episcopal italiana
para las Migraciones. “Los fieles de cualquier estado, etnia o grado
social están orientados hacia esta llamada, nadie está excluido
--insistió el arzobispo- y para muchos gitanos la vida de su patrón
puede ser un aliciente para integrarse en el territorio, en la vida de
la Iglesia y, en el mismo momento, también aceptar las reglas de la vida
social”.
Del
mismo modo, el modelo de vida del beato puede ser una manera para todos
nosotros de adentrarnos en un mundo “a menudo prejuzgado por nosotros
mismos”, declaró Piero Damosso, periodista del telediario1 de la RAI.
En la
misma línea de pensamiento, monseñor Vittorio Nozza, director de Caritas
Italia, que invitó a conocer en la persona de Ceferino “los restos de
'otra' cultura, que a menudo es reducida a una imagen estereotipada y
víctima de marginación, causada por la identificación del chivo
expiatorio en el que se centra todo el descontento social”.
Una
biografía recitada y con música, por tanto, que abre una rendija de
esperanza a los pueblos rom para superar las barreras de los prejuicios.
Pero también es una ocasión para que los “payos” --nombre con el que los
rom españoles denominan a los no gitanos- favorezcan el encuentro y el
conocimiento de esta cultura y de sus valores de solidaridad familiar;
de respeto a las mujeres y a los ancianos; de amor a la patria y al
trabajo; mucho más cercanos de lo que se piensa, pero que a menudo no se
ve.
“Gracias al modelo de vida ofrecido por Ceferino y a la atención
dedicada por la Iglesia, el rostro de los gitanos asume una coloración
diversa”, afirmó conmovido Bruno Morelli, único gitano presente, huésped
sorpresa del encuentro, quien añadió que “no se habla ya de
criminalización, sino también de los valores de una etnia tan
injustamente apartada en numerosas ocasiones”.
Concluyó el encuentro, así como el audio-libro, con la balada de
Fabrizio De Andrè, Khorakhané (nombre de una tribu gitana de
proveniencia serbio-montenegrina): poema conmovedor dedicado al mundo de
los desheredados y de los gitanos.
Por Salvatore Cernuzio
[Traducción del italiano por Carmen Álvarez]
La homilía del Obispo
de Alcalá de Henares
[Paracuellos, domingo 27.11.2011]
En
la homilía Mons. Reig, tras saludar con gran afecto a todos los presentes,
recordó cómo los beatos de Paracuellos fueron requeridos por la Divina
Providencia para dar testimonio, hasta el martirio, como testigos de la Fe.
Amaron y perdonaron a quienes les tenían por enemigos con la certeza de la
vida eterna. Sabían que su muerte no sería en balde; a ellos, Dios los llevó
a su presencia, pero su sangre también se constituyó en semilla de nuevos
cristianos y oración por la Iglesia, oración por sus verdugos, oración por
el perdón y la reconciliación, oración por la paz, oración por España.
“Queridos hermanos, podemos juntos hacer de este lugar un
lugar de verdadera devoción, mucho más que cualquier espacio martirial
del mundo. Si somos personas capaces de mirar con ojos de fe la realidad
hermosa de lo que encierra este territorio, no podemos más que ponernos de
rodillas todos y decirle al Señor: Se ha cumplido la palabra del profeta
Isaías que acabamos de proclamar, se han abierto los cielos, se han
desgarrado y ha descendido el Señor que ha hecho derretir los montes.
La cruz que aquí anuncia el tesoro que custodia este
cementerio es la lluvia que desde el cielo viene a reavivar nuestra fe, a
derretir todos los prejuicios e ideologías, para que podamos contemplar la
hermosura de lo que significa ser ganados por el amor de Dios, restablecer
el corazón con todas las energías de la caridad, y morir, como testigos,
confesando al único Señor, a aquel que confesamos en este tiempo que ahora
iniciamos, preparatorio para la Navidad.
El Señor ha cumplido su palabra: los cielos se han abierto… Ha hecho
descender sobre el Arroyo de San José de Paracuellos la lluvia de
tantos testigos de la fe. Y ahora es preciso que nosotros, juntos todos,
recojamos el torrente de este río que nace desde aquí, para que ellos sean
honrados como se merecen y nosotros, a través de ellos, podamos continuar el
seguimiento de Jesucristo con un corazón cargado de esperanza, asombrados
ante el altar de Nuestro Señor, asombrados de lo que es capaz de hacer, de
alegría para que en estos momentos difíciles por los cuales está atravesando
España nosotros seamos los continuadores de aquellos que por el nombre de
Cristo y por su reinado entregaron su vida de la manera más inocente.
¿Habrá, queridos hermanos, mejor modo de celebrar el Adviento?
Dice el texto de Isaías: “Dios sale al encuentro de aquel que camina con
justicia”. Así caminaron nuestros hermanos, no hicieron nada… Todavía en
estas últimas semanas se han descubierto, aquí en este cementerio, rosarios
que ellos llevaban en sus manos a la hora del martirio. No hicieron nada,
fueron simplemente engañados, fueron traídos a este sitio. Pero Dios estaba
preparando aquí una revolución de amor, una hermosura de testimonio
de fe, un caudal hermoso y un manantial inagotable que embellece lo que es
el modo de seguir a Jesucristo en estas tierras de España, que abarcan no
solo nuestra diócesis de Alcalá: ochos obispados tienen aquí religiosos y
laicos enterrados. Tantas órdenes religiosas y tantos jóvenes y niños, ahora
mismo son los que están gritando al Señor: “Muéstranos tu misericordia, haz
llover sobre España toda la grandeza de lo que este pueblo ha sido, regado
con la sangre de mártires, de testigos de la fe. Y concédenos en este
momento la misma fidelidad que ellos tuvieron”. Son momentos en que estamos
más distraídos, nos ocupan tantas cosas que posiblemente, queridos hermanos,
olvidemos la fidelidad.
Nosotros no somos para la muerte, somos para la vida. Y solo
la muerte es la posibilidad de acceder a contemplar toda la hermosura de
Dios. Por eso ellos no miraban con miedo a la muerte, porque iban repitiendo
las palabras del salmo: “Tu gracia vale más que la vida”. Este olvido
de Dios que tanto nos recuerda el papa Benedicto XVI es la muerte del
hombre. Y por eso lo que necesita la Iglesia en España y en todo el mundo
son santos, focos de luz en la noche, puntos luminosos de fe que puedan
alentarnos en el caminar de nuestra vida, como en la noche la luz del faro
es suficiente para orientar la navegación. España necesita la luz potente de
los santos que brillaban en todo su esplendor en el siglo de oro español,
que brillaron en el siglo XIX con tantos iniciadores de congregaciones y
continúan ahora siendo testigos de luz con tantos testigos de la fe de
aquellos hermanos nuestros que dieron la vida por Jesús.
Se ha rasgado el cielo y la lluvia del Señor ha derretido estos
montes y aquí está el tesoro más grande, martirialmente hablando, de España.
Y nosotros... ¿qué hemos de hacer nosotros? ¿No vamos a custodiar con amor
este tesoro? ¿No vamos a ser los pregoneros de la esperanza para España? ¿No
vamos a ser nosotros aquellos que anuncien con convicción -porque habéis
sido heridas y golpeadas muchas familias-, que la gran palabra cristiana es
la reconciliación? ¿No vamos entre todos a ser capaces de que este
lugar sea un lugar de peregrinación constante? ¿De que nuestros niños,
nuestros adolescentes, nuestros jóvenes se abran verdaderamente a la
esperanza porque contemplan a aquellos héroes que no tuvieron miedo a la
muerte, que miraron con ojos de piedad a sus verdugos, que nos han dado la
lección más grande para nuestra fe y continúan sembrando de hermosura
nuestra tierra de España? Esta es la gran lección de Paracuellos.
Este es el gran tesoro que hemos de custodiar entre nosotros.
“El Señor los sometió a prueba”, decía la carta a los Corintios. El
Señor los puso a prueba y ellos dieron el testimonio de la fe. ¿De dónde
sacaban ellos la fuerza? Del mismo lugar de donde la podemos sacar nosotros:
de la oración constante, sin tregua -así oran los santos-; de la
frecuencia de los sacramentos y de la purificación del corazón. ¡Qué
hermoso sería -qué poco agradecidos a nuestros mártires somos en este
sentido-, poder contemplar en las obras de arte, en el cine, en tantas
posibles creaciones del espíritu humano, cómo se confesaban en las cárceles,
cómo se apoyaban los unos a los otros, cómo se estimulaban cuando, llevados
en camiones, aquí en la oscuridad de la noche, unos a otros se abrazaban y
unos a otros se animaban para poder llegar al momento de la prueba suprema
de dar la vida por Jesucristo! ¡Si fuéramos capaces de contemplar tanta
hermosura! Si fuéramos pueblo agradecido al Señor, no tendríamos que poner
en marcha tantas y tantas iniciativas para crear en España un verdadero
tiempo de Adviento.
Porque el Señor sale al encuentro de aquellos que caminan con
justicia. Y así hemos de ser nosotros, continuando el mismo trabajo de
ellos. Hemos de ser, como decía Juan Pablo II a los jóvenes, “centinelas
del mañana”. Hemos de vigilarnos, decía el Evangelio, para saber
descifrar en los acontecimientos de la vida las llamadas que el Señor nos
hace, para poder comprender que detrás de todo lo que nos sucede está la
mano del Señor, la mano providente. Y aquí de manera particular. No hay
nada, queridos hermanos, que suceda en nuestras vidas que esté al margen de
la Providencia de Dios. Vosotros, los familiares y tantas personas que
estáis aquí, tenéis que estar contentos, tenéis que estar agradecidos.
Habéis recibido la herida, pero mirad el rostro ensangrentado del Señor,
el primero de los mártires, y veréis cuán privilegiados sois, cómo ha
visitado el Señor vuestra casa, cómo os ha engrandecido con el testimonio de
la fe de vuestros padres, de vuestros abuelos, de vuestros parientes.
Hoy es un día que el Señor ha querido además que amanezca con el sol pleno,
hoy es un día de justicia. Porque la justicia de Dios es el Cielo, no
lo olvidéis, queridos hermanos. La justicia de Dios es el Cielo. No deseamos
otra cosa nosotros que poder contemplar el rostro de Dios. El camino más
corto es el martirio, y el camino para cada uno solo Dios lo sabe. Pero
ellos y nosotros somos peregrinos vigilantes, que queremos divisar con
nuestros ojos la hermosura del rostro de Dios. Vuestros familiares, queridos
amigos, lo alcanzaron de la manera más pronta, más rápida; dramáticamente,
pero el Señor estaba detrás, se les abrían las puertas de los Cielos, podían
contemplar por toda la eternidad, gozosa y dichosamente, la hermosura del
rostro de Dios.
Éste es el déficit más grande que tiene España, éste es el
déficit más grande que tiene Occidente: sin Dios no vamos a ninguna parte.
El horizonte simplemente es la muerte. Con Dios caminamos con esperanza; es
más, el sufrimiento, así nos lo recuerda Benedicto XVI, es el mejor
taller donde nos ejercitamos en la tensión de la gran esperanza, no de las
esperanzas que hoy son y mañana se desvanecen, sino en el taller donde se
cultiva, donde se va construyendo por la gracia de Dios, la gran esperanza
del cielo. Este es un lugar, pues, de justicia.
Cementerio sabéis que significa dormición; este es un lugar
donde nuestros hermanos están dormidos, esperando ser convocados el día de
la resurrección, para que con el cuerpo glorioso, con la luz de la gloria
puedan contemplar eternamente el rostro de Dios y su belleza.
Vengamos,
pues, aquí y provoquemos que vengan aquí
a ser educados los niños, a ser educados los adolescentes y
los jóvenes. Me alegró muchísimo que en la Jornada Mundial de la Juventud
vinieran aquí a Paracuellos jóvenes de España y de fuera de España, para
conocer este lugar sagrado que nosotros hemos de mimar y hemos de cultivar.
¿No os habéis dado cuenta, queridos hermanos, que Madrid para todo el mundo
en la Jornada Mundial de la Juventud ha puesto en evidencia que hay otro
modo de vivir, que hay otra juventud que es distinta, que, alcanzado su
corazón por la fe en Jesucristo, es capaz de vivir dándole el corazón al
único Rey al que hemos proclamado la semana pasada Rey del Universo, y
descansar en Él con toda la felicidad, con todas las dificultades que tienen
hoy nuestros jóvenes? Pues si ellos han sido centinelas del mañana y nos han
dado a nosotros el mejor obsequio que podían dar a España y al mundo, que es
verles juntos con esa alegría que despierta la fe, nosotros, los adultos,
los que tenemos responsabilidades de gobierno en las órdenes religiosas y
congregaciones, el propio Obispo, y todos los que estáis aquí, vamos a
pedirle al Señor que este sea un verdadero Adviento de esperanza para
España.
España sin la fe no es lo mismo.
España sin lo que nos ha legado la tradición de los mayores, las familias
cristianas, los santos religiosos, las vírgenes, los sacerdotes santos y
mártires, tantos y tantos laicos entregados a Cristo, no es lo mismo. Sin
Dios el hombre va a la ruina. Pidámosle, pues, al Señor que estos santos
testigos de la fe, todos aquellos que están esperando el reconocimiento de
la Iglesia, nos ayuden en este momento. Eso sí, que nadie se vaya esta
mañana sin la certeza en el corazón de que Dios es el tesoro escondido, es
la perla preciosa; que tú eres amado infinitamente por Dios, que Dios no
hace nunca mal las cosas y que todas las cosas suceden bien para todos
aquellos que aman al Señor. Sólo Él lo sabe; es más, sólo Él del mal puede
sacar bien. Estemos, pues, agradecidos, estemos contentos. Y ojalá el Señor
nos regale a todos la gracia de salir esta mañana del templo más
esperanzados y dispuestos a ayudarnos los unos a los otros para hacer de
este lugar lo que se merece. Dispuestos, eso sí, a curtir nuestra
esperanza en el taller del sufrimiento. No hay nada, queridos hermanos, no
hay nada en este mundo que podamos nosotros alcanzar y que sea un gran logro
del espíritu que no pase por la cruz y por el sufrimiento; pero esto es el
signo del Señor y nosotros somos seguidores de Aquel que nos dice: “quien
quiera seguirme, renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga”.
Que Nuestra Señora la Virgen de los Mártires, que estuvo al pie de
la Cruz, aquella que con el rosario alentó a tantos hermanos nuestros que
fueron aquí muertos, Ella misma inspire a esta Asociación Pública de fieles
todo el cariño, el respeto, el amor y la fidelidad necesaria, para que junto
con todos nosotros hagamos de este lugar un lugar de Adviento, de esperanza,
con el convencimiento y la certeza de que el amor de Dios no nos va a faltar
jamás.
El enlace de la noticia completa en la web del Obispado de Alcalá:
http://www.obispadoalcala.org/noticiasDEF.php?
subaction=showfull&id=1322475120&archive=
Una mañana para recordar
28.11.2011 – Francisco J. Fernández de la Cigoña -
Intereconomía
Este
año se cumple el 75 aniversario del genocidio de Paracuellos. Y acudí.
Confieso, con vergüenza, que no soy un asiduo. La segunda vez en mi vida que
acudo a aquel lugar santo. Y ambas empujado por mi queridísimo amigo José Manuel
Ezpeleta, alma de que aquello no hubiera caído en el más absoluto e
impresentable olvido. Porque ya no quedan parientes próximos de los asesinados.
O apenas. Padres o tíos, ninguno. Hermanos tal vez alguno pero poquísimos. Hijos
o sobrinos alguno más pero casi ninguno. Piénsese que el hijo póstumo de alguien
asesinado allí hoy tendría 75 años.
Paracuellos ha sido sin duda una referente de la barbarie
roja y está en todos los libros. Pero los años vergonzantes de nuestra Iglesia,
verdaderamente también vergonzosos, nos han privado de la veneración. Los
católicos españoles no han ido a Paracuellos, que está a escasísimos kilómetros
de Madrid, a honrar a sus mártires.
A los innumerables mártires de Paracuellos. Olvido
verdaderamente incomprensible cuando no hay sitio en el mundo que sea un
relicario semejante. Bajo aquella tierra ocre e inhóspita hay ya 104 mártires
reconocidos de la Iglesia. Que dentro de veinte días serán 119. No hay en el
mundo nada igual. Ni el Coliseo romano. Así lo dijo ayer, con toda razón, el
obispo de Alcalá de Henares Don Juan Antonio Reig. No sé, tal vez sí, si en
aquel lugar de Roma fueron inmolados más cristianos que en Paracuellos. Pero si
allí está su martirio no están allí sus restos. Como en Paracuellos. Que es un
inmenso relicario. El obispo llamó a la pequeña ermita la catedral de los
mártires. Con inmenso orgullo de que estuviera en su obispado. Y nos convocó a
la peregrinación a aquel lugar. A la peregrinación repetida. Como al lugar más
martirial del mundo de una Iglesia de mártires.
Ayer hubo en Paracuellos una concentración gozosa pero en
mi opinión insuficiente. Para lo que Paracuellos se merece y nos reclama. Tres o
cuatro centenares de personas. Que en lo sucesivo tendrían que multiplicarse por
mucho. Me parece no poco para el olvido, vergonzoso me parece escaso
calificativo, diría mejor repugnante, de nuestra Iglesia.
Aquello se ha mantenido gracias al ímprobo esfuerzo de un
Hermandad de seglares que luchó siempre contra una incomprensible preterición.
He mencionado a Ezpeleta, uno de esos seglares que nuestra Iglesia cobarde y
acomodaticia no se merece. Y con él a todos los miembros de la Hermandad que
contra la intemperie han mantenido el sagrado recinto. Que parecía traer sin
cuidado a nuestros obispos. No recuerdo si el primer obispo de Alcalá, excelente
refundador de la diócesis por otra parte, acudió alguna vez a Paracuellos. Su
segundo obispo, Catalá, fue un par de veces al principio pero luego me parece
que desapareció. Nunca fue de laureada de San Fernando. Hubo que esperar
al tercer prelado complutense para que la joya del obispado fuera reconocida
como debía. La homilía de ayer fue extraordinaria. Y luego pasó, acompañado
por el clero concelebrante y los fieles, a rezar un responso en cada una de las
fosas. En una especie de Vía Crucis emocionante.
Invitó el obispo, otro acierto, a todos los provinciales
de las órdenes y congregaciones que tienen hijos suyos bajo la tierra de
Paracuellos. Y allí estaban, o sus delegados, en la misa conmemorativa. No
insistiré en lo de los delegados. Tendrían algo más importante que hacer, O que
a ellos les parecía más importante.
Los agustinos son sin duda los que aportan el mayor número
de beatos. Con mucho. Daba gusto ver a unos cuantos jóvenes agustinos, no pocos
con rasgos sudamericanos, con el hábito de la orden. Alguien me señaló al prior
del El Escorial. Ese, en cambio, de riguroso paisano.
También me pareció extraña la ausencia de la archidiócesis
de Madrid, que, pienso, debería estar representada por algún obispo auxiliar.
Pues de Madrid eran la gran mayoría de los asesinados. Digo de Madrid como
residencia.
Paracuellos es el gran tesoro de la Iglesia española del
siglo XX. No contribuyamos a su olvido. Como católicos. Y concluyo repitiendo lo
ya dicho.
Gracias José Manuel. Gracias Monseñor Reig. Porque estáis
haciendo Iglesia. Iglesia verdadera. Que siempre tuvo a los mártires por su
gloria y su
corona.
UN OBISPO LES RECUERDA EN AQUEL LUGAR
Mártires de
Paracuellos: 75 aniversario de una masacre que regó la tierra de santos
El obispo de Alcalá
ha presidido una Eucaristía en la capilla de los Mártires en Paracuellos en
recuerdo de los beatos que allí descansan.
JAVIER LOZANO
2011-11-27
Este
año 2011 se celebra el 75 aniversario del inicio de la Guerra Civil. En el
aspecto religioso, a raíz de esta contienda hay ya cientos de santos y beatos,
que murieron asesinados por su condición de cristianos. De hecho, desde el 2007
la Iglesia Católica ha instaurado la festividad litúrgica de la memoria por los
mártires de la persecución religiosa en España en el siglo XX y que se
celebra desde entoncés el seis de noviembre.
Sin embargo, la Iglesia española
está pasando de puntillas ante uno de los grandes fenómenos de la historia
de la Iglesia universal. La persecución religiosa durante la Guerra Civil fue de
las más atroces de la historia del cristianismo y el número de mártires así lo
acredita. Se estima que 10.000 personas, entre obispos, sacerdotes, religiosas y
laicos fueron asesinados en este corto periodo de tiempo. Muchos de ellos además
murieron de manera brutal al inicio de la Guerra.
Han sido pocos los obispos que se han
manifestado al respecto ante lo que debería ser una de las citas más importantes
de la Iglesia española. Nunca una tierra ha dado tantos mártires en tan
escaso tiempo. Sólo el prelado de Almería, el de Barbastro, la diócesis
porcentualmente con más mártires y la clarificadora carta del obispo de Córdoba
recordaron una fiesta de la que algunos se olvidan o se avergüenzan.
Del mismo modo, este domingo también
se ha conmemorado el 75 aniversario de la matanza de Paracuellos, tierra
regada con sangre de los mártires, y que posiblemente sea el lugar con más
santos. El obispo de Alcalá de Henares, diócesis a la que pertenece este lugar,
ha celebrado una Eucaristía en recuerdo del martirio que vivieron los ahora
beatos que descansan en esta tierra.
La capilla del Cementerio de los
Mártires de Paracuellos estaba a rebosar para recordar, con ocasión del 75
aniversario, el martirio de los 104 beatos cuyos restos mortales aún descansan
en este camposanto. Junto a monseñor Reig Plá copresidieron la eucaristía
un gran número de sacerdotes y de religiosos, entre ellos padres provinciales y
representantes de muchas de las 20 órdenes religiosas a las que pertenecían los
más de 200 religiosos asesinados en este lugar.
En su homilía, el obispo de Alcalá
recordó "cómo los beatos de Paracuellos fueron requeridos por la Divina
Providencia para dar testimonio, hasta el martirio, como testigos de la Fe.
Amaron y perdonaron a quienes les tenían por enemigos con la certeza de la
vida eterna. Sabían que su muerte no sería en balde; a ellos, Dios los llevó a
su presencia, pero su sangre también se constituyó en semilla de nuevos
cristianos y oración por la Iglesia, oración por sus verdugos, oración por el
perdón y la reconciliación, oración por la paz, oración por España".
La Diócesis de Alcalá de Henares
ofrece además algunos datos sobre estos mártires y beatos de Paracuellos. En el
conocido como paraje del Arroyo de San José fueron asesinados miles de
prisioneros mientras los presos, conocidos como ‘sacas’ eran trasladados desde
distintas cárceles de Madrid. La matanza se produjo entre el 7 de noviembre y
el 4 de diciembre de 1936.
En los archivos que se conservan se
afirma que en el cementerio descansan miles de víctimas inocentes, de las cuales
centenares de ellas eran menores de edad. Entre las víctimas había sacerdotes y
seminaristas de al menos ocho diócesis: Madrid, Toledo, Getafe, Ciudad Rodrigo,
Jaén, Lugo, Alcalá de Henares y del arzobispado Castrense.
Allí mismo también están los restos
de centenares de religiosos de al menos 20 órdenes religiosas. Hay
agustinos, capuchinos, carmelitas, carmelitas descalsos, claretianos, dominicos,
escolapios, franciscanos, hermanos de las Escuelas Cristianas, hospitalarios de
San Juan de Dios, jerónimos, jesuitas, marianistas, maristas, misioneros
oblatos, paúles, pasionistas, redentoristas, sagrados corazones de Jesús y María
así como salesianos. De entre todos ellos, Juan Pablo II y Benedicto XVI
ya han beatificado a 104 y el próximo 17 de diciembre lo serán en la catedral de
la Almudena de Madrid otros 22 misioneros oblatos, de los cuales 15 están en
Paracuellos.
Igualmente, en este lugar de la
Comunidad de Madrid también reposan cientos de laicos de movimientos como Acción
Católica o la Adoración Nocturna, asesinados por ser cristianos.
La otra memoria histórica
La persecución religiosa en España
todavía tiene testigos vivos por lo que no hay que remontarse siglos atrás para
hablar de las barbaries que es capaz de hacer el ser humano. Se cuentan en
más de 10.000 los mártires durante la Guerra Civil donde un porcentaje muy
importante del clero fue asesinado.
En este tiempo ejecutaron a doce
obispos, entre ellos el de Barcelona. Todos menos uno murieron al inicio de la
contienda. A esta cifra habría que sumar 4.184 sacerdotes, 2.365 frailes y 283
monjas. Los seglares que fueron asesinados a causa de su fe ascienden a 3.000.
Pero también hubo auténticas masacres
en otros puntos. Por poner sólo un ejemplo, el actual obispo de Barbastro,
Alfonso Milián, recuerda las palabras de Juan Pablo II cuando habló de cómo el
seminario entero de esta pequeña Diócesis fue asesinado. "¡Todo un seminario
mártir!", exclamó el Pontífice, ahora también beato.
Esta pequeña diócesis también tiene a
su obispo mártir, monseñor Florentino Asensio, cuya muerte fue una
crueldad inimaginable. Una vez detenido y encarcelado fue trasladado el 8 de
agosto de 1936 a una celda del Ayuntamiento. Fue sometido a todo tipo de
vergonzantes vejaciones hasta el punto de cortarle los genitales en medio de
las risas de todos los presentes. Mientras le empujaban le decían: "no tengas
miedo. Si es verdad eso que predicáis, irás pronto al cielo". La respuesta de
este obispo no pudo ser más clara: "Si, y allí rezaré por vosotros". Sus
asesinos, poco antes de arrojarle a la fosa común, le robaron su ropa y sus
zapatos y le arrancaron los dientes.
"BUSCADOS,
ARRESTADOS Y ASESINADOS"
La otra memoria histórica: los mártires de la persecución religiosa en España
La Iglesia celebra
este domingo la fiesta litúrgica de los mártires de la persecución religiosa en
España.
Más de 10.000 fueron asesinados por su fe.
Libertad Digital - JAVIER LOZANO
2011-11-06
"Otorgamos
la facultad de que sean venerados como beatos a los que, en España,
durante el siglo XX, derramaron su sangre por Cristo", así concluía el cardenal
Saravia en 2007 en una abarrotada Plaza de San Pedro la formula de beatificación
de los 498 españoles que recibieron el martirio durante la Guerra Civil.
Desde entonces la Iglesia celebra
el seis de noviembre la fiesta litúrgica de los mártires del siglo XX en España,
es decir, aquellos cristianos que fueron asesinados durante la Guerra Civil por
el hecho de vivir su fe y ser consecuentes con ella. Cientos de ellos ya son
beatos y algunos ya incluso santos. Representan un ejemplo para el resto de la
cristiandad.
De hecho, esta solemnidad religiosa
vuelve a poner de manifiesto la brutal persecución que sufrieron muchos
cristianos y las numerosas tropelías de las que fueron víctimas cientos de
religiosas, sacerdotes, seglares hasta obispo.
Hasta el momento son cientos los
beatificados en varias tandas en esta persecución religiosa en el siglo XX en
España. La más numerosa se produjo en 2007 en la Plaza de San Pedro en el
Vaticano donde fueron beatificados juntos 498 mártires.
Sin embargo, justo 75 años después
del inicio de la Guerra se cuentan en más de 10.000 los mártires en esta
persecución religiosa. Las cifras son escalofriantes puesto que un porcentaje
importante de sacerdotes y religiosos españoles fue asesinado por lo que casi se
podría calificar como un genocidio.
En este tiempo ejecutaron a doce
obispos, entre ellos el de Barcelona. Todos menos uno murieron al inicio de
la contienda. A esta cifra habría que sumar 4.184 sacerdotes, 2.365 frailes y
283 monjas. Los seglares que fueron asesinados a causa de su fe ascienden a
3.000. Muchos de ellos fueron asesinados por el bando republicano en Paracuellos
del Járama, tierra regada por la sangre de los mártires. Y la magnitud de esta
masacre ha quedado reflejada en los estudios de historiadores como Ricardo de la
Cierva o César Vidal.
Pero también hubo auténticas masacres
en otros puntos. Por poner sólo un ejemplo, el obispo de Barbastro, Alfonso
Milián, recuerda las palabras de Juan Pablo II cuando habló de cómo el seminario
entero de esta pequeña Diócesis fue asesinado. "¡Todo un seminario mártir!",
exclamó el Pontífice, ahora también beato.
Ante esta festividad, el obispo de
Córdoba ha vuelto a hablar con meridiana claridad sobre lo que ocurrió en
aquellos años no tan lejanos. Demetrio Fernández asegura que lo que la
Iglesia llama mártires "no son simplemente caídos de uno u otro bando. Los
mártires están por encima de esas banderías o partidismos. Los mártires no
cayeron en el frente, en la línea de batalla, donde las balas se entrecruzan,
sino que fueron buscados en sus casas, fueron arrestados y llevados a la
cárcel y fueron ejecutados simplemente por ser cristianos, por ser curas o
monjas, por ser de Acción Católica o de la Iglesia. Fueron ejecutados por el
odio de la fe".
El prelado sigue en su carta semanal
diciendo a los fieles de su Diócesis que "esa rabia y ese odio contra Dios y
contra la fe católica se convirtió en una ocasión de expresar un amor más
grande, un amor que muere perdonando a los verdugos, un amor que muere cantando
lo más bonito del corazón humano. Una vez más, el odio no es la última
palabra. La última palabra es el amor, porque Dios es amor".
Además, ante los más que probables
ataques de una izquierda que pueda ver en esta fiesta una llamada a la
confrontación, monseñor Fernández explica que la Iglesia no celebra en esta
festividad "la crueldad de las torturas, ni trae a la memoria la impiedad de
los verdugos y menos aún la ideología que sustenta el odio. La Iglesia celebra
el amor más grande que cada uno de sus hijos ha sido capaz de expresar".
Por último, este obispo informa que
"en torno a un millar han sido beatificados y varios miles de ellos están en
proceso de ser declarados mártires de Cristo. La Iglesia sigue con cada uno de
ellos un minucioso proceso de análisis de su muerte, de los motivos de su muerte
y de cómo afrontaron ellos ese trance supremo".
27.11.11
Nuestros mártires, 75 años después
- Alberto
Royo
RECORDANDO A LA BEATA CARMEN
VIEL
RODOLFO VARGAS RUBIO

En julio se cumplieron 75 años desde el comienzo de aquel verano ardiente de
1936, cuando en España se desató la etapa más cruel y sangrienta de la
persecución religiosa que venía teniendo lugar sistemáticamente desde 1931, bajo
la Segunda República. Porque a todo lo largo de ese período de vorágine política
no faltaron estallidos de furia anticatólica, que se tradujeron en quemas de
iglesias y conventos, maltrato y hasta asesinato de sacerdotes y religiosos,
destrucción de ingente patrimonio artístico y cultural por el solo hecho de su
carácter religioso. Un ensayo general a escala local de lo que sería la gran
oleada persecutoria que inundaría media España algún tiempo después lo
constituyó la Revolución de Asturias de 1934, aquella intentona de los
socialistas y comunistas de tomar el poder por la fuerza al no resignarse a la
victoria limpia y legal de las derechas en las elecciones del año anterior
(dicho sea de paso, fue ese golpe de Estado frustrado y no el Alzamiento del 18
de Julio lo que condenó irremisiblemente y acabó por dar al traste con la
República).
Se ha dicho más de una vez que la Iglesia Católica había dado pábulo a sus
enemigos para que se cebaran contra ella en aquella década tan decisiva de los
años Treinta del siglo pasado. Ello es ignorar los hechos. En primer lugar, el
advenimiento de la República fue recibido por los católicos serenamente. Bien es
cierto que había obispos afectos a la Monarquía que acababa de caer (el más
destacado fue el Cardenal Segura, entonces arzobispo-primado de Toledo), pero la
jerarquía española recordó que la Iglesia no aprueba, como cuestión de
principio, ninguna forma de gobierno más que otra, sino que apoya a cualquiera
que cumpla con el deber esencial del Estado, cual es el de procurar el bien
común. Los católicos fueron libres de participar activamente en política
ocupando cargos y puestos bajo la República, cuyo primer presidente, Niceto
Alcalá Zamora, era practicante. Así pues, la acusación de hostilidad hacia el
nuevo régimen por nostalgia y apego al anterior, bajo el cual se habría sentido
más cómoda la Iglesia no se ajusta en modo alguno a la verdad.
En segundo lugar, lejos de observar una actitud provocadora o desafiante, la
Iglesia Católica se mostró prudente, a veces hasta en exceso frente a un Estado
agresivo e intolerante. La actitud del Nuncio Apostólico, Mons. Federico
Tedeschini (más tarde cardenal) fue juzgada demasiado apaciguadora y
condescendiente con un poder político que no demostraba consideración hacia la
religión mayoritaria de España. Idéntica postura fue la observada por el
Cardenal catalán Vidal i Barraquer. Es más: se sacrificó a los prelados más
valientes –el Cardenal Segura y el obispo Múgica de Vitoria– por bien de paz,
que se demostró al final ser completamente ilusorio. A pesar de la Carta de los
Metropolitanos de 1931 y de la Pastoral Colectiva del Episcopado Español de
1932, los Obispos se mantuvieron por lo general en un silencio expectante, que
fue funesto para los católicos, que esperaban de ellos una guía para la acción y
se vieron en consecuencia desorientados, sin saber cómo proceder y dejándose
ganar el terreno por los sindiós. La Acción Católica, que habría podido ser una
fuerza determinante y disuasoria a la hora de enfrentarse a las políticas
antirreligiosas del gobierno como correa de transmisión de las directivas del
episcopado, adolecía de falta de organización y de empuje y quedó completamente
neutralizada. No hubo, pues, una fuerte y concertada oposición católica a los
desmanes de los sectarios y la Iglesia acabó yendo como oveja al matadero.
Otro mito a destruir es el de que la Iglesia española se negara a perder su
situación de privilegio y de grandes riquezas y que se hallara alejada de las
clases populares. A todo lo largo del siglo XIX fue ella precisamente a cuyas
expensas mayormente se produjeron los cambios políticos que convulsionaron a
España. Después de la Revolución de 1789 ya nada fue igual en Europa y el
liberalismo burgués se impuso sin respeto alguno por tronos y altares. La
Iglesia aquí no fue ya ni sombra de lo que fue bajo los Austrias, que es cuando
mayor esplendor e influencia alcanzó (y aun así habría que discutir si su
estatus bajo el régimen de Regio Patronato, es decir, prácticamente infeudada a
la Corona, era lo ideal desde el punto de vista de la doctrina católica). Las
sucesivas desamortizaciones dieciochescas y decimonónicas la habían despojado
prácticamente de la mayor parte de su patrimonio, de modo que tanto el clero
secular como el regular subsistían a base de las temporalidades pagadas por el
Estado (no en razón de ser éste católico sino de haber sido ladrón, tal como
pasaba con las asignaciones bajo el régimen de Franco), las pías fundaciones,
las rentas de unas muy mermadas propiedades y las donaciones y legados, muchas
veces bastante mediatizados. Además, con estos recursos la Iglesia sostenía una
extensa y eficaz red de beneficencia, a la que el Estado no se veía capaz de tan
sólo igualar.
Precisamente desde el último tercio del siglo XIX y el primer tercio del siglo
XX, habían comenzado a florecer toda clase de iniciativas novedosas por parte
tanto del clero como de los seglares a favor de esas clases populares a las que
se suponía falsamente que la Iglesia era ajena: agrupaciones sindicales
católicas, escuelas nocturnas, enseñanza gratuita de artes y oficios, etc. En
Salamanca, por ejemplo, florecía la congregación de las Siervas de San José,
fundada por el jesuita gerundense R.P. Francisco Butinyà y por santa Bonifacia
Rodríguez Castro (a la que ha canonizado recientemente el papa Benedicto XVI) en
1874. Sus “Talleres de Nazaret” proporcionaban sustento a las niñas y jóvenes
sin recursos, educadas por las buenas monjas. En Barcelona el obispo Irurita
impulsó desde 1931 el Instituto Pro-Obreros. Otro ejemplo de espíritu
emprendedor a favor de los trabajadores, pero desde el campo seglar, lo
constituye el de Dolors Monserdà i Vidal, que, bajo patrocinio del obispo Juan
José Laguarda y Fenollera y con el apoyo de mosén Josep Ildefons Gatell, fundó
en 1910 el Patronat d’Obreres de l’Agulla, más conocido como Sindicat de
l’Agulla (Sindicato de la Aguja), con sede en el convento de franciscanos de la
calle de Moncada de Barcelona. Esta organización ofrecía formación y trabajo a
las costureras, colectivo por entonces sujeto a seria explotación. Son tan sólo
tres botones de muestra de una actividad apostólica de indudable proyección
social. Pero queremos considerar hoy con mayor detenimiento una figura femenina
claramente representativa a este respecto: la de la beata María del Carmen Viel
Ferrando.
La beata Carmen Viel: un gran ejemplo de catolicismo activo
Nació
en la ciudad de Sueca, a orillas del Júcar, en la feraz Ribera Baja de Valencia,
a las once y media de la noche del lunes 27 de noviembre de 1893, en la casa
sita en el número 53 del carrer Nou o calle de San Francisco. Sus padres,
Gregorio Viel y María Dolores Ferrando, eran labradores honrados y pudientes y
católicos convencidos y practicantes, que tuvieron otros diez hijos (en total
cinco varones y seis mujeres). La vida de familia estaba presidida por la
religión, vivida sin aspavientos ni amarguras pero con auténtico fervor y
generosa entrega a Dios y al prójimo. El padre presidía la sección local de la
Adoración Nocturna. Y no era acomodación al entorno social en una región como
Valencia, donde a la sazón campeaba el anticlericalismo y el republicanismo
liberal, alérgico a las cosas de Dios y de la Iglesia, cuyo exponente más
significado es el escritor Vicente Blasco Ibáñez (por otra parte gran retratista
de su época).
Carmen Viel fue una joven imbuida de religiosidad y de interés por el bienestar
espiritual y temporal del prójimo. No sintiendo una especial vocación religiosa,
se santificó en el siglo, aunque tampoco se sintió llamada por el estado
matrimonial. Puede decirse que la suya fue una vida de virgen consagrada.
Perteneció a la Acción Católica femenina, desde la que desplegó una importante
labor apostólica y social. Aunque su Sueca natal era una población rica gracias
a los labrantíos de arroz y de naranjos, no por ello dejaba de experimentar los
males comunes a la España deprimida del primer tercio del siglo XX. Así, para
dar a las muchachas más modestas la oportunidad de hacerse un porvenir y ganarse
la vida con un trabajo digno y justamente remunerado, estableció la asociación
suecana del Sindicat de l’Agulla, de la que fue nombrado capellán el sacerdote
suecano don Vicente Lavernia Salelles, beneficiado de la parroquia de San Pedro,
que compartiría no sólo la visión apostólica de la activa feligresa, sino el
mismo destino martirial.
Otra de sus grandes preocupaciones fue la educación católica de la niñez y
juventud, en tiempos en los que se ponía en cuestión la dimensión docente de la
Iglesia y se promovía la llamada “libre enseñanza”, basada en una pedagogía
laicista y relativista. Ciertamente ya existía en Sueca un colegio llevado por
religiosas: el Asilo de la Encarnación, fundado en 1894 gracias al legado de
doña Vicenta Carrasquer y confiado a las Hermanas de la Caridad. Pero la
señorita Viel, cuya hermana Antonia era Hija de María Auxiliadora, admiraba el
método de san Juan Bosco, que, oponiéndose al sistema represivo dominante en
Europa, fomentaba, al contrario, un sistema preventivo, que hacía atractiva la
educación al alumno y lo formaba realmente a largo plazo en el amor a los
valores morales. Así pues, insistió primero ante el párroco don Desiderio Seva
Ponsoda, que deseaba abrir una escuela católica en Sueca, para que escogiera al
instituto salesiano para dirigirla. En 1933, en el inmueble de la calle La Punta
nº 21, propiedad donada por los barones de Cárcer, se instaló el colegio de
María Auxiliadora con tres religiosas salesianas. Mosén Seva había muerto el año
precedente, pero su sucesor don Joaquín Alfonso Bosch, cura ecónomo, prestó todo
su apoyo al nuevo establecimiento, que en un mes vio incrementado su alumnado en
80 niñas.
El dinamismo apostólico de esta admirable seglar era de todos conocido, por lo
que, al estallar la Guerra Civil en Sueca y quedar la ciudad en zona roja, se
convirtió en un potencial blanco de la persecución religiosa. De hecho su cuñado
Antonio Matoses, esposo de su hermana Dolores, había sido encarcelado en julio
de 1936, nada más iniciado el Alzamiento, en vista de lo cual y por prudencia se
trasladó en agosto a Valencia, donde esperaba pasar más desapercibida. Instalada
en una casa de la calle de Ruzafa en compañía de Dolores, cuando su cuñado fue
puesto en libertad, compartió con él nuevo domicilio en la placeta del Horno de
San Nicolás. Pero alguien la reconoció por la calle y la denunció y el 2 de
noviembre fue detenida por los milicianos de la FAI, que volvieron a prender
también a Antonio Matoses. Ambos fueron llevados a la siniestra checa de la
calle del Grabador Esteve, dependiente del Departamento Especial de Información
del Estado (DEDIDE). Allí Carmen Viel se despidió de su hermana Dolores, que fue
a visitarla a ella y a su esposo, adivinando acongojada que iba a perderlos a
ambos. Sometidos a ultrajes sin nombre durante dos días, en la noche del 4 al 5
de noviembre fueron llevados a la carretera junto a la playa de El Saler, donde
fueron ejecutados. Ya muerta aún se ensañaron los verdugos con su cadáver, al
que desfiguraron cruelmente el rostro.
Recuperados que fueron sus despojos, se los sepultó en el cementerio de Sueca.
Su fama de santidad y la devoción que suscitaba en sus conciudadanos lustros
después de su muerte, motivaron la apertura del proceso canónico de declaración
de martirio y beatificación, constituyéndose el tribunal diocesano en la
catedral de Valencia bajo la presidencia del arzobispo Don Marcelino Olaechea
Loizaga y siendo postulador don Baltasar Argaya, el 20 de octubre de 1955. Junto
con Carmen Viel otras diecinueve mujeres valencianas de Acción Católica
emprendían el camino de los altares. El domingo 10 de marzo de 1957 fueron
solemnemente trasladados los restos de la sierva de Dios del cementerio a la
capilla del Santísimo Sacramento de la parroquial de San Pedro. Días antes el
consistorio municipal suecano había acordado rotular una calle de la ciudad con
el nombre de la hija de ésta Carmen Viel Ferrando (la dicha calle se llamó así
hasta 1979). El 11 de marzo de 2001, segundo domingo de cuaresma, el venerable
Juan Pablo II la beatificó junto con otros 232 mártires de la persecución
religiosa en España. Su nombre fue inscrito en el Martirologio Romano el día 5
de noviembre con estas palabras:
“In loco El Saler nuncupato prope Valentiam ítem in Hispania, beatae Mariae a
Monte Carmelo Viel Ferrando, virginis et martyris, quae in eadem tempestate pro
Christo egregium peregit certamen” (En el lugar llamado El Saler, cerca de
Valencia, también en España, la beata María del Carmen Viel Ferrando, virgen y
mártir, que disputó hasta el final el egregio combate por Cristo durante la
misma tormenta”.
Fueron mártires y merecen nuestra gratitud y devoción
Baste lo anterior para desbaratar cualquier argumento tendente a justificar lo
injustificable: el intento de exterminio de la Iglesia Católica, contra la que
se desató en julio de 1936 una suerte de guerra total, que sucedió a la que
hasta entonces había sido persecución esporádica, pero sistemática. En los
primeros meses de la Guerra de España arreció la furia homicida de las fuerzas
de choque que habían tomado efectivamente el poder en la parte sometida a la
República ante la pasividad e inacción del gobierno. Así media nación e vio
sometida a los mismos métodos que los bolcheviques estaban empleando en Rusia
desde 1917. No en vano Stalin se había cuidado bien de enviar sus comisarios
como asesores de los comunistas autóctonos para enseñarles la manera metódica y
científica de matar representada en las tristemente célebres checas, que fueron
instaladas en cada barrio de la geografía de la España roja. El hecho es que la
gran mortandad de católicos muertos in odium fidei se produjo antes de acabar el
año fatídico de 1936. En sólo los meses de julio y agosto se ejecutó a diez de
los trece prelados mártires. Algunos han atribuido el hecho de esta alta
concentración de muertes al carácter descontrolado de los revolucionarios al
principio de la contienda, imposibles de contener por las autoridades. Sin
embargo, el que amainara –por así decirlo– el volumen de sangre en lo sucesivo
no debe creerse que se deba a un mayor control gubernamental de los exaltados ni
a una mitigación de la persecución (que podría admitirse aunque con mucha
relativización), no.
Es claro que los asesinatos de gente de sotana y hábito y de seglares por el
solo hecho de ser católicos disminuyeron conforme iban quedando menos de ellos
que matar, lo cual se debe a tres hechos: la matanza intensiva del inicio, las
evasiones exitosas al extranjero o a zona nacional y una mayor eficacia en
disfrazarse y esconderse de los que no pudieron o no quisieron huir, una vez
pasados los primeros tiempos de desconcierto. El afán asesino de los
perseguidores quedó intacto, como lo demuestran las muertes tardías de Mons.
Ponce, administrador apostólico de Orihuela (en noviembre de 1936), y los
obispos Irurita de Barcelona (en diciembre de 1936) y Polanco de Teruel (en
febrero de 1939).
En cuanto a la mortandad de la Guerra, es preciso y útil distinguir, como lo
hace el historiógrafo valenciano Mons. Vicente Cárcel Ortí, entre caídos,
víctimas y mártires. Caídos han de considerarse los combatientes de uno y otro
bando que murieron en combate o a consecuencia de él. Víctimas fueron todos
aquellos que murieron como consecuencia de acciones de guerra, represión
política o represalias. Mártires, en cambio, se debe considerar sólo a quienes
fueron buscados ex profeso y muertos por su condición de personas sagradas o por
su especial significación como católicos, es decir, los que padecieron la muerte
por causa de su fe. Lo que demuestra el carácter martirial de estos muertos es
que en muchas ocasiones se les prometió salvar la vida e incluso recuperar la
libertad a condición de apostatar, renegar de Dios y de su Iglesia o profanar
objetos sagrados (como pisar crucifijos). Al no aceptar semejante y vergonzoso
trato, subrayaron estos confesores de la fe su inequívoca vocación de testigos.
Y es de notar que no traen los relatos casos de cobardía, de retroceso ante los
verdugos ni de apostasía, lo que indica, por otra parte, lo bien que la Iglesia
supo inculcar a sus hijos la intrepidez y el amor incondicional a Dios.
Pero hay un aspecto de la persecución que, no por menos conocido, debe ser
obviado y es el del catolicismo clandestino bajo la España roja. Obligada a
bajar a las catacumbas, la española fue una de las primeras Iglesias del
Silencio, precedida sólo por la Iglesia mártir de los Rutenos. En la zona bajo
persecución se organizó una extraordinaria red de asistencia pastoral y
sacerdotal en los escondites proporcionados por generosos seglares a los
sacerdotes de ambos cleros que lograron escapar a la gran sangría de los
primeros meses de guerra. Hubo misas clandestinas en muchos hogares barceloneses
y hasta una regular vida de devoción, con exposiciones al Santísimo, Cuarenta
Horas, Guardias de Honor, Primeros Viernes, etc. Un servicio sacerdotal
garantizaba la administración de los sacramentos (bautismo, penitencia,
extremaunción, matrimonio) y la asistencia a enfermos y moribundos con recepción
del viático. El catecismo y las conferencias espirituales estaban a la orden del
día en la precaria tranquilidad de los domicilios de familias que debían temblar
ante la sola posibilidad de un registro por parte de los milicianos (lo que
normalmente significaba la muerte para los huéspedes y el patrón de casa).
Barcelona tuvo, además, la inmensa fortuna (la Providencia) de que su obispo
pudiera permanecer oculto cinco meses, dándole tiempo a dar sabias directivas
pastorales para el mejor gobierno de sus diocesanos. Si los católicos
barceloneses pudieron gozar de una mejor asistencia religiosa en la
clandestinidad ello se debe en grandísima parte al obispo Irurita, cuya herencia
inmediata, al partir para el sacrificio, fue precisamente la de una iglesia viva
y palpitante bajo los escombros materiales que dejó el torbellino iconoclasta y
asesino en la sede de San Severo.
Por mucho que se empeñen muchos revisionistas hodiernos de nuestra Historia
reciente, ávidos de resucitar una cierta “memoria histórica” a base de acallar y
hacer desaparecer la otra memoria, la de los hechos incontrovertibles, nuestros
mártires, los que sufrieron para que nosotros, los católicos de hoy, pudiéramos
tener la libertad de profesar nuestra Fe y celebrar nuestro culto, no pueden ser
ni serán olvidados. Gracias a Dios se acabó la especie de veda que pesaba sobre
los muertos de la mayor persecución sistemática contra la Iglesia en época
moderna. Ya no existen razones de oportunidad ni de politiqueo que impidan que
se rinda el justo homenaje a aquellos cuya sangre engendró una generación
privilegiada de cristianos, de la cual somos los legatarios y debemos ser los
continuadores, depurados eso sí todos los condicionamientos históricos.
En este sentido,
sirvan estas líneas de homenaje a una institución pionera y benemérita en la
recuperación de la memoria histórica martirial: Hispania Martyr. Si no
hubiera sido por su ardua labor y su incondicional dedicación a preservar
amorosamente los testimonios y el recuerdo de cuantos murieron por Dios y por la
Iglesia en aquellos aciagos años que marcaron nuestra historia contemporánea,
poco impulso habría tenido su causa o ésta, al menos, se hubiera visto muy
ralentizada. Y como no podemos, ni debemos, ni queremos olvidar a nuestros
mártires, práctica muy útil es la de leer sus martirologios y celebrar las
fiestas de los que han tenido ya el honor de subir a los altares, que, gracias
al celo del beato Juan Pablo II y del Santo Padre felizmente reinante, son
muchos. Recordarlos no es ningún ejercicio revanchista ni para abrir viejas
heridas, sino un ejercicio de justicia y de reconciliación.
-
Beatificaciones en Madrid - de
Francisco José Fernández de la Cigoña (Intereconomía)
-
De
las que no se hace ninguna publicidad
-
Publicado
hoy en LA GACETA
[...] El próximo 17 de diciembre tendrá lugar la de veintidós mártires de
nuestra pasada guerra civil. [...]
-
-
[...]
He escrito que algunas de esas beatificaciones me han `parecido cuasi
vergonzantes por los pocos fieles congregados para tan importantes actos.
Se elevan a los altares glorias de nuestra Iglesia y los católicos
deberíamos tener el gozo y la presencia. Pero si no se anuncian y se anima
el asistir no va casi nadie. En España hemos vivido beatificaciones
multitudinarias. En locales abiertos y amplios. Recuerdo el de la sucesora
de Sor Ángela de la Cruz, en un estadio sevillano y la del P. Hoyos en una
plaza de Valladolid. Con muy digna presencia de fieles. Ejemplar la de una
humilde diócesis, Osma-Soria, con su obispo Palafox. Tuvo lugar en su
hermosísima catedral pero Osma no llega a los cien mil fieles. Y nadie,
salvo la diócesis, animaba aquel acto. No había detrás de Palafox una
congregación religiosa con parroquias y colegios que pudiera llevar gente.
-
-
[...] Pero
veintidós mártires, y con una congregación detrás, deberían ser otra cosa.
No voy a decir que como para Cuatro Vientos pero sí como para que la
catedral de Madrid no entrara entre los lugares a considerar. Yo, mal
pensado, creo que para los Oblatos de hoy es un trámite, si no molesto,
intrascendente. Eso no es lo que ahora se lleva. Y lo que les lleva al
abismo. Eran en 1959 más de 7.000 y hoy rozan los 4.000. Y en constante
declive. Posiblemente con más de 2.000 superando o muy próximos a los 70
años.
-
Este año se
cumple el 75 aniversario de aquel holocausto que llenó el cielo de santos
españoles. Y se va a declarar beatos a veintidós de ellos. Ya deben superar
o están a punto de hacerlo el millar de mártires en los altares. Como para
que los católicos llenáramos cualquier recinto. Con orgullo y
agradecimiento. Y no en una ceremonia de la que no se ha enterado nadie. O
casi nadie. Y de ese modo no se movilizan los fieles.
-
Quisiera
equivocarme. Que el 17 de diciembre rebosara la plaza de la Armería y la
calle Bailén, resultando la catedral totalmente insuficiente. Por cierto, la
capilla del Santísimo ha quedado preciosa tras la obra de Rupnik. Para ir a
verla. Por mi parte no ha quedado. Os animo a todos a que el día 17 acudáis
a la beatificación de esos veintidós españoles, veintiuno oblatos de María
Inmaculada y uno seglar, que se unieron a los miles y miles de los
asesinados que marcharon directos de nuestra patria al cielo en aquel año de
gloria y de dolor de 1936. Ofrecieron a Cristo sus vidas y unieron su
sangre, jovencísima en algunos, a la del Cordero.
-
-
Es de
vergüenza que los españoles de hoy dejemos pasar esa efemérides en un acto
cuasi clandestino del que no se va a enterar casi nadie. Si así fuere no
nos mereceremos otra suerte que la triste que tenemos.
¡Que Dios te lo pague, capitán!
Tomado de Religión en Libertad: http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=19147
[…] El último testimonio de este día nos lo ofrece
Antonio Jambrina (que tiene un libro titulado “Memorias de mis años
Oblatos”) que conserva una carta, escrita el 24 de diciembre de 1987, del
Padre Juan José Cincunegui, oblato de María Inmaculada. En ella, él recuerda
que:
“Corría el trágico mes de noviembre de 1.936, mes de
los mártires de Paracuellos… y os voy a contar una anécdota singular:
No todos los que fueron a Paracuellos para ser fusilados,
perecieron en este intento de asesinato general. Las “sacas” continuaron en
todas las cárceles de Madrid desde aquel fatídico 7 de noviembre en que
comenzaron. El 27 de noviembre, festividad litúrgica de la Milagrosa, comenzaron
a bajar, en la cárcel de San Antón, a los que iban a ser fusilados, entre ellos
el comediógrafo Pedro Muñoz Seca. Entre los sentenciados y llamados estaban los
15 oblatos que había en la cárcel de San Antón. A eso de las once de la noche
salió la primera expedición de dos autocares con unos sesenta presos, atados de
dos en dos”.
Entre los expedicionarios salieron los oblatos P. Delfín
Monje y el H. Juan José Cincunegui Sarasola. Eran los últimos de la lista que
embarcó para Paracuellos. “-Suban a los autos”, escribe el P. Juan José.
“Nos fuimos subiendo y cuando estábamos dentro nos ataron
el brazo de uno con el brazo de otro, dos en cada asiento. Cuando todo el grupo
ya estaba dentro de los autobuses, uno de los jefes de los milicianos dijo:
Salgan hacia Alcalá de Henares, y salimos; al llegar a Paracuellos el que
mandaba a los que conducían los coches tocó un pito y dijo: “alto aquí”.
Unos milicianos se alejaron unos cincuenta metros y
empezaron a conversar; no oíamos lo que hablaban. En este preciso momento llegó
a donde estábamos los presos un escuadrón de caballería de militares que iban
para Madrid.
El jefe que iba al frente, dijo: “alto”; y
dirigiéndose a dos milicianos les preguntó:
“-¿Quiénes son éstos?”.
“-Son presos”, le contestaron los milicianos.
“-¿Presos, aquí y a estas horas? ¿Qué hacen con ellos?”,
volvió a preguntar el jefe de caballería.
Allí se encuentra un camarada que está hablando con
aquellos compañeros. El jefe se apeó de su caballo y se acercó al grupo que
estaba dialogando. Ya no pudimos oír nada de lo que hablaban. Como a unos cinco
minutos volvieron todos hacia los autobuses y el que sin duda hacía de jefe
dijo: “-Sigan adelante”.
Y salimos hacia Alcalá a donde llegamos como a la una y
media de la noche del 27 al 28 de Noviembre, día de la Milagrosa, patrona de las
Hijas de la Caridad, en las cuales yo tenía tres tías y una hermana. En Alcalá
nos metieron en la prisión militar y allí estuvimos, yo dos meses más y el Padre
Monje quedó todavía en prisión”.
Hasta aquí el testimonio del Oblato. Jambrina continua
refiriendo en su artículo que “las tres tías y
la hermana de Juan José, desde el primer día de la guerra, habían hecho la
promesa de ofrecer a la Virgen Milagrosa todos los sacrificios del día, todas
las oraciones, rosarios, misas y comuniones por la liberación de Juan José. Cada
semana se turnarían en esta oración continua. Finalizaba el día de la Milagrosa
y Ella, sin duda, accedió a la petición de las orantes: Cuando Juan José y sus
compañeros esperaban en la ladera de Paracuellos el disparo de las
ametralladoras, hizo acto de presencia un capitán de caballería con su
escuadrón, quien ordenó a los asesinos conducir a la cárcel de Alcalá de Henares
a aquel puñado de patriotas cautivos.
¿Quién era ese capitán?
Lo más probable es que jamás lo sepamos. Yo creo recordar
que en el frente de Somosierra y comarca de Buitrago hubo algún sacerdote que
tuvo que huir de su pueblo donde nadie le ofreció cobijo y deambulaba por los
montes comiendo lo que la naturaleza le ofrecía, hasta que un día del mes de
septiembre un capitán de caballería, jefe de un destacamento que procedía de
Valencia encontró al fugitivo. Al interrogarle y darse cuenta de su personalidad
ordenó a un sargento que, con la debida garantía, entregase al sacerdote en la
Dirección General de Seguridad. Muchas veces me he preguntado si el que salvó a
este sacerdote fue el mismo capitán que salvó del asesinato en Paracuellos a
Juan José, al P. Delfín Monje y a cincuenta y ocho presos más de la cárcel de
San Antonio. Mas lo cierto es que los que esperaban la muerte inmediata, a su
voz de mando emprendieron el camino de regreso a la carretera general, y ya en
ésta tomaron rumbo a Alcalá de Henares, a cuya prisión militar llegaron a
altas horas de la noche del 27 al 28 de noviembre.
En la madrugada del día 28 del mismo mes y año, en la
expedición que iba Pedro Muñoz Seca, sacaron de San Antón a los trece oblatos
que esperaban allí y fueron todos asesinados en Paracuellos. El Dios de
Misericordia habrá, sin duda, premiado con largueza a aquel capitán insigne,
pues para Él ni un pensamiento, ni un gesto, ni un vaso de agua quedan sin
recompensa.
Donde quiera que estés y quien quiera que seas, que Dios
te lo pague, capitán”.
El
artículo completo puede leerse en:
http://www.martiresdeparacuellos.com/historia_paracuellos.htm

El religioso oblato Francisco Esteban Lacal, un soriano a los altares
Por
SIC el 25 de noviembre de 2011
El
pasado mes de julio, el Superior General de la Congregación de los
Misioneros Oblatos de María, el P. Louis Lougen, recibía una carta de la
Secretaría de Estado de la Santa Sede en la que se le comunicaba que el Papa
Benedicto XVI autorizaba la beatificación de 22 religiosos oblatos
asesinados en la persecución religiosa en España en 1936. Encabeza el grupo
de mártires un soriano, el Padre Francisco Esteban Lacal.
La Ceremonia de Beatificación
tendrá lugar el próximo sábado 17 de diciembre a las doce de la mañana en la
Catedral de la Almudena, de Madrid. Presidirá el solemne Rito el Cardenal
Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Con
él concelebrará el Obispo de Osma-Soria, monseñor Gerardo Melgar Viciosa,
así como el Vicario General del Obispado, Gabriel-Ángel Rodríguez Millán.
El trienio 1936-1939 fue
sangriento y martirial para la Iglesia en España. En esa persecución
religiosa hubo miles de personas que sufrieron muerte violenta, que fueron
torturadas y fusiladas exclusivamente por su condición de creyentes: porque
vestían una sotana o un hábito; por ser sacerdotes o religiosos que tenían
una actividad pastoral en parroquias, en centros de enseñanza u hospitales;
o por ser laicos fervientes, comprometidos con su fe en Jesucristo. En
total, 6832 eclesiásticos sacrificados: 12 Obispos, 4172 sacerdotes del
clero secular, 2365 religiosos y 283 religiosas (sin contar a la pléyade de
laicos asesinados por el mismo motivo, Jesucristo y su amor a la Iglesia)
Dentro de este clima general de
odio y fanatismo antirreligioso es preciso encuadrar el martirio de estos 22
oblatos: padres, hermanos y escolásticos de Pozuelo de Alarcón (Madrid)
donde se habían establecido en 1929. Ejercían su ministerio, en calidad de
capellanes, en tres comunidades de religiosas. Colaboraban pastoralmente
también en las parroquias del entorno: ministerio de la reconciliación y
predicación, especialmente en Cuaresma y Semana Santa, además de colaborar
en la catequesis en cuatro parroquias.
Esa actividad religiosa comenzó a
inquietar a los comités revolucionarios (socialistas, comunistas y
sindicalistas, laicistas radicales) del barrio de la Estación. Con gran
preocupación fueron comprobando que los “frailes” (así los llamaban) eran la
locomotora que animaba la vida religiosa en Pozuelo y alrededores. Era
irritante y provocador para ellos que los religiosos fueran por la calle en
sotana y además con su cruz oblata muy visible a la cintura.
Sin embargo, la comunidad de los
oblatos no se dejó intimidar. Lo que hizo fue extremar las medidas de
prudencia, de serenidad, de calma, tomando el compromiso de no responder a
ningún insulto provocador. Y, por supuesto, ningún religioso se mezcló con
actividades políticas ni siquiera ocasionalmente. Pero eso sí: se mantuvo el
programa de formación espiritual e intelectual sin renunciar a las diversas
actividades pastorales que formaban parte del programa de formación
sacerdotal y misionera de los escolásticos.
El 20 de julio de 1936 las
juventudes socialistas y comunistas se echaron a la calle y comenzaron
nuevos incendios de iglesias y conventos, particularmente en Madrid. Los
milicianos de Pozuelo, por su parte, asaltaron la capilla del barrio de la
Estación, sacaron a la calle los ornamentos e imágenes y les prendieron
fuego. Incendiaron luego la capilla y repitieron la escena en la parroquia
del pueblo. El 22 de julio, a las tres de la tarde, un nutrido contingente
de milicianos, armados de escopetas y pistolas, asaltó el convento; los
religiosos fueron detenidos, la casa fue saqueada y todos los cuadros
religiosos, imágenes, crucifijos, ornamentos sagrados, etc. fueron
destrozados y quemados.
El día 24 de julio, sobre las tres
de la mañana, se producen las primeras ejecuciones. Sin interrogatorio, sin
acusación, sin juicio, sin defensa, llamaron a siete religiosos y los
separaron del resto. Sin explicación alguna fueron introducidos en dos
coches y llevados al martirio. El resto, al día siguiente e inesperadamente,
quedó en libertad.
Al quedar libres, buscaron refugio
en casas particulares. El P. Francisco Esteban Lacal se arriesgaba y
desvivía por darles ánimo y llevarles la Sagrada Comunión. Pero en el mes de
octubre, tras una orden de busca y captura, fueron detenidos nuevamente y
llevados a la cárcel. Allí soportaron un lento martirio de hambre, frío,
terror y amenazas, sin embargo, entre ellos reinaba la caridad y un clima de
oración intensa.
En el mes de noviembre llegaría el
final de aquel calvario para la mayoría de ellos. El día 7 fueron fusilados
dos de los prisioneros; veintiún días después, les llegó la hora a los otros
trece: el 28 de noviembre de 1936 fueron sacados de la cárcel, conducidos a
Paracuellos del Jarama y ejecutados. Un testigo afirma que, al parecer y
antes de morir, el P. Esteban Lacal dio la absolución al resto y dijo:
“Sabemos que nos matáis por católicos y religiosos. Lo somos. Tanto yo como
mis compañeros os perdonamos de corazón. ¡Viva Cristo Rey!”.
“Al brillante y glorioso ejército
de los mártires pertenecen no pocos cristianos españoles asesinados por odio
a la fe en los años 1936-1939, (…) por la inicua persecución desencadenada
contra la Iglesia, contra sus miembros y sus instituciones. Con particular
odio y ensañamiento fueron perseguidos los obispos, los sacerdotes y los
religiosos cuya única culpa –si se puede hablar así- era la de creer en
Cristo, anunciar el Evangelio y llevar al pueblo por el camino de la
salvación. Eliminándolos, esperaban, los enemigos de Cristo y de su
doctrina, hacer desaparecer totalmente la Iglesia del suelo de España” (Juan
Pablo II, Causas de los Santos, 1992).
Biografía del P. Francisco
Esteban Lacal
Nació en Soria el día 8 de febrero
de 1888 en una familia de profundas raíces cristianas. Hizo sus primeros
votos en julio de 1906 en el convento de los oblatos de Urnieta (Guipúzcoa).
En 1911 fue a Turín (Italia) y allí completó los estudios eclesiásticos; fue
ordenado presbítero el 29 de junio de 1912. Al año siguiente se incorporó,
como profesor, a la Comunidad del Seminario Menor de Urnieta, donde estará
hasta 1929. Este año fue destinado a Las Arenas (Vizcaya) como auxiliar del
Maestro de Novicios. Un año más tarde, en 1930, regresa a Urnieta como
Superior; y en 1932 es nombrado Provincial.
En 1935 trasladó su residencia a
Madrid, a la casa que ya tenían los Oblatos en la calle de Diego de León.
Allí acogió a un grupo de oblatos que, detenidos en su Comunidad de Pozuelo
de Alarcón y llevados después a la Dirección General de Seguridad, fueron
puestos en libertad el 25 de julio de 1936. Con ellos -y con sus hermanos de
la Comunidad de la capital- sufrió las angustias de la persecución religiosa
y la experimentó directamente cuando el 9 de agosto de 1936 fue expulsado de
su propia Comunidad de Diego de León, por lo que se refugió en una pensión
situada en la Carrera de San Jerónimo. El día 15 de octubre fue detenido y
el 28 de noviembre fue martirizado con otros doce oblatos en Paracuellos del
Jarama.
Yo también estuve en
Uclés: tormenta al iniciar el camino (I)
MADRID, jueves 24 noviembre 2011 (ZENIT.org).-
De nuevo en De la otra memoria, el historiador José
Andrés-Gallego ofrece una historia que conviene conocer a las nuevas
generaciones porque esta es también memoria y de la buena. La cuenta un
“joven” de noventa años, único agustino superviviente de la matanza de
Paracuellos del Jarama, Madrid, España.
*****
Por José Andrés-Gallego
Conocí a don Eliseo I. Bardón hace
unas semanas, en unas jornadas a las que ya me he referido, sobre los
mártires españoles del siglo XX. Me lo presentaron como el único agustino
que se salvó de morir en Paracuellos, entre los detenidos que acabaron así.
El padre Bardón es un joven –realmente lo es- de noventa años. Entendió
divinamente la intención de esta sección de ZENIT. Ya ha publicado su
memoria del trance de la guerra en el libro Mártires del siglo XX en
España: Don y desafío, Madrid, Edice, 2008, pág. 133-156. Pero la ha
reelaborado y, probablemente, ampliado y así me lo ha hecho llegar. Es un
regalo. Voy a hacer lo siguiente, si a él le parece. Parte por parte, lo
publicaré íntegro en el blog indicado abajo. Disfrutarán leyéndolo y verán
todos los matices. Aquí, sólo transcribiré los párrafos que abundan
–queriendo o sin quererlo- en lo que se pretende en esta sección: mostrar el
bien que hubo en el mal. Hoy, por lo tanto, vuelvo al oficio de copista.
(I) Tormenta al iniciar el
camino
Acudo a vivencias todavía muy
presentes en mi memoria. […] Nací el 23 de enero de 1921 en una pequeña
aldea leonesa, Santibáñez de Arienza, dentro de la comarca de Omaña,
limítrofe con Babia, lugar del que todo el mundo ha oído hablar. Era mi
familia de humildes labradores y ganaderos, y en la casa, además de mis
otros cuatro hermanos y mis padres, estaba un tío carnal de mi madre,
sacerdote ya anciano, que falleció en el mes de marzo de 1931 a los 95 años.
[…] Había en mi familia tres sobrinos de mi padre que eran religiosos
agustinos, a quienes, alguna vez veía y admiraba, cuando en ocasiones
esporádicas iban por el pueblo. Por esto, y acaso también por otras cosas,
se despertó en mí el deseo de ser religioso y sacerdote. No tenía más de
seis años cuando, a los postres de una fiesta que se celebraba en la
localidad, un sacerdote llamado don Manuel, párroco de Soto y Amío, cogiendo
un gran racimo de uvas, se dirigió a mi persona que, de vez en cuando andaba
merodeando por la mesa de los comensales. Puesto de pie y muy solemnemente
me dijo: “Eliseo: si en lugar de querer ir al seminario de los agustinos,
vas al seminario diocesano, te doy este racimo de uvas”. Me quedé mirando y
dije: “Sí, es verdad que me gustan las uvas, pero yo quiero ser fraile”. Don
Manuel respetó mi decisión y además me dio el hermoso racimo de uvas. Ese
deseo iba creciendo a medida que pasaban los años, y con los doce cumplidos,
ingresé en el Monasterio de Santiago de Uclés, Cuenca. Y ¿por qué Uclés?
Porque allí estaba otro primo carnal, que había hecho el ingreso en 1927,
seis años antes que yo.
[…] En mayo de 1935 hubo en Uclés
una concentración de la CEDA, partido político que dirigía el abogado don
José María Gil Robles. Fue un día triste para el rector de la casa, padre
José Gutiérrez, por no estar de acuerdo con tales actos, pero muy gozoso
para los jóvenes seminaristas, que en aquella ocasión recorrimos todos los
lugares mezclándonos con miles de personas que de diversos lugares habían
acudido al evento. Aunque éramos pequeños nos percatábamos muy bien de la
situación de la patria, especialmente cuando nuestros profesores y
formadores hacían hincapié pidiéndonos más oraciones y visitas al Sagrario
para lograr la paz y bien de la nación. […]
Estando un día disfrutando del
recreo a la sombra del Castillo, observamos que junto a la torre estaban
tres o cuatro hombres del pueblo con escopetas en sus manos. Tomamos los
jóvenes la cosa un poco a broma y les dirigimos algunas palabras no del
agrado de nuestro mentor, padre Emiliano López, quien nos hizo la corrección
pertinente, terminando con estas palabras bien grabadas todavía en mi mente:
“El día que quieran, pueden echarnos del convento”. Desde aquel momento
aprendimos muy bien la lección y nos dimos cuenta de que la situación había
cambiado radicalmente de rumbo. Ignorábamos que la guerra civil había
comenzado el 18 de julio.
Eliseo I. Bardón
(Continuará, Deo volente)
¿De
dónde se alimenta la fe de los cristianos perseguidos?
No
todo Occidente es tierra baldía. Hay numerosos signos de
esperanza. «Cualquiera que haya estado en la JMJ de Madrid lo
sabe». Sin embargo, es en Oriente, en países de mayoría
islámica, o en dictaduras comunistas, donde la Iglesia está
escribiendo en la actualidad las páginas más fecundas para la
Historia. Así lo cree Regina Lynch, Directora Internacional de
Proyectos de Ayuda a la Iglesia Necesitada, que considera una
asignatura obligatoria para los cristianos de lugares como
Europa conocer los testimonios de martirio que siguen
produciéndose hoy en buena parte del mundo.
No es posible, piensa, que
muchos visiten como turistas Egipto, Cuba, o incluso Tierra
Santa, «sin darse siquiera cuenta de lo que está ocurriendo allí
con los cristianos». El testimonio de los cristianos perseguidos
–añade– debe suponer para nosotros «la obligación de vivir de
modo más auténtico nuestra fe, para que su sufrimiento no haya
sino en vano y su sangre se convierta realmente en semilla de la Iglesia».
El relato que ofreció en la
tarde del sábado, Regina Lynch comienza en 1982, en Guinea
Conakry, entonces bajo un régimen comunista que había expulsado
a todos los misioneros y encarcelado al obispo de Conakry. Su
sucesor, el actual Presidente del Consejo Pontificio Cor Unum,
el cardenal Robert Sarah, resistía, sin embargo, con mucha paz,
confianza en Dios e importantes dosis de buen humor. De ahí pasó
Lynch a la China de 1997. Toda una generación de obispos y
sacerdotes había muerto en campos de trabajos forzados.
La situación había mejorado en
comparación con los tiempos de la revolución cultural, pero
seguían –siguen hoy– las detenciones en mitad de la noche y el
traslado a lugares desconocidos, para aquellos que se niegan a
adherirse a la Asociación Patriótica, la estructura
pseudoeclesial controlada por el régimen. Con la mochila a
cuestas, los obispos se ven obligados a viajar constantemente, y
celebran misas clandestinas en domicilios privados. «¿Cómo puede
usted tolerar esto?, le pregunté a un obispo. Me dio una
respuesta que me llevó a examinar mi propia fe: Padre,
perdónales porque no saben lo que hacen». Igual de desarmante
para ella fue la respuesta de Yussuf, un campesino de Pakistán,
denunciado en 2006 por quemar páginas del Corán. El denunciante
era un hombre a quien había ganado a las cartas, pero la
policía, en lugar de indagar, torturó a Yussuf, le colgó de los
pies durante 7 horas y le amenazó con seguir sometiéndole a
suplicios hasta que se convirtiera al Islam. Se salvó de la
muerte gracias a la presión internacional y a la campaña que
organizó Ayuda a la Iglesia Necesitada, pero Yusuff, que no sabe
leer ni escribir, quita mérito a su resistencia, con palabras
similares a las que Regina Lynch escuchó más de una vez entre
cristianos de Pakistán: «Mi sufrimiento no es nada comparado con
el de Cristo».
De Pakistán, el relato pasó a
Orisssa, en la India. Uno de sus protagonistas es la Hermana
Mina, monja secuestrada y repetidas veces violada durante los
terribles días de 2008, que dejaron 70 muertos y más de 150 mil
desplazados, muchos de los cuales todavía hoy no han podido
volver a sus hogares y probablemente nunca lo hagan. La
violación fue un mal menor para la Hermana Mina, después de que
un valiente evitara por los pelos que la religiosa fuera
asesinada, junto a un sacerdote mayor, tras ser ambos paseados
semidesnudos por un pueblo y rociados con gasolina para ser
quemados. «No es fácil perdonar a mis atacantes –confesó–, pero
¿qué sentido tendría mi fe cristiana si no puedo perdonar?»
La frase le recordó a Lynch a
otra similar que había escuchado de labios del cardenal Van
Thuan, ya en Roma, como Presidente del Consejo Pontificio
Justicia y Paz. En Vietnam, el cardenal había pasado 13 años en
la cárcel por su fe, pero él decía: «Jesús me ha enseñado a amar
a todos. Si no lo hiciera, dejaría de ser digno de ser llamado
cristiano».
¿Y cómo se alimenta esa
impresionante fe de todas estas personas? «Es muy importante la
familia, que permanece intacta» en aquellos lugares, dice Lynch,
y así hace posible la transmisión de la fe. También es esencial
la comunión, y el testimonio de los sacerdotes, Hermanas y
laicos animadores en las parroquias. Y el amor al Papa, hoy
Benedicto XVI, y antes Juan Pablo II. «La gente quiere mucho al
Papa, quizá más que nosotros», resalta la responsable de Ayuda a
la Iglesia Necesitada, que precisamente ha vivido en una
parroquia humilde de Cuba el anuncio del próximo Viaje del Papa,
y da fe de la alegría con que ha sido recibido. Y todo ello tiene
origen en la oración. Cita Lynch, en particular, el ejemplo de la Adoración
perpetua al Santísimo Sacramento, y cómo se propaga en lugares
como Orissa.
No le extraña, por tanto, que,
cuando pregunta a cristianos perseguidos qué puede la Iglesia en
Occidente hacer por ellos, la primera respuesta, casi siempre,
sea: «Rezad por nosotros». Ayuda a la Iglesia Necesitada está
plenamente contagiado de esta mentalidad, contó con una sonrisa
Regina Lynch. La filosofía del fundador, el padre Werenfried van
Straaten, era que lo primero es la oración, y lo demás vendría
por la Providencia. «Simplemente, ofrecía ayuda, sin saber si
íbamos a tener después o no el dinero. Y así seguimos trabajando
hoy. Pero, en todos estos años, al final nunca hemos llegado a
un punto en el que no pudiéramos hacer frente a una ayuda
comprometida», constata.
(De Alfa y Omega, n 761 - jv.
24.11.2011)
Actualizado 20 noviembre
2011
¿Queremos que Éste reine sobre nosotros? - de Religión
en libertad - Blog de Ángel David Martín Rubio

Con la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo se
cierra el Año Litúrgico en el que se han celebrado todos
los misterios de la vida del Señor. Ahora se presenta a
nuestra consideración a Cristo glorioso, Rey de toda la
creación y de nuestras almas. Como creador, heredero y
conquistador, Cristo es Rey; así lo confiesa Él mismo
ante Pilato: “Tú lo dices: yo soy Rey. Para esto he
nacido y para esto he venido al mundo, para dar
testimonio de la verdad” (Jn 18, 37).
Cristo es rey pero no sólo de cada uno en su
vida personal, sino también en su vida social. Es el rey
de los individuos, de las familias y de las naciones.
Sin embargo, en la mayoría de ellas no se le conoce y en
otras está positivamente proscrito. Los hombres le han
destronado: su imagen ha sido arrancada de los lugares
públicos y se pretende arrancarla también de los
corazones. “No queremos que éste reine sobre nosotros”
(Lc 19, 14). Desde Adán hasta nuestros días, éste ha
sido muchas veces el grito insensato de la humanidad que
rehúsa someterse al yugo suavísimo de este rey renovando
así el “non serviam - No serviré” de
Satanás.
También nuestra Patria que durante siglos hizo del
estandarte de la Cruz su propia bandera, se ha sumado en
los últimos tiempos a esta rebeldía infame. Con
independencia de formas políticas concretas, éste es el
significado último del proceso histórico en que España
vive en estos últimos años y que tiene su manifestación
más expresiva en una Constitución que, como la
actualmente vigente prescindió de toda referencia a Dios
en el ordenamiento jurídico español y en la inspiración
cristiana de la sociedad.
Con la iniciativa y colaboración de unos gobernantes
que, además, infringían juramentos sagrados, y con la
pasividad o complicidad de buena parte de nuestros
compatriotas y de la inmensa mayoría de la jerarquía
eclesiástica, se consagraba así en el orden
institucional la famosa afirmación de Azaña en 1931: “España
ha dejado de ser católica”.
Y como consecuencia de todos aquellos desvaríos vino
poco después:
— El aborto, que reclama como un derecho de los adultos
el poder disponer de la vida de los no-nacidos.
— El divorcio y otros ataques a la esencia del
matrimonio y la familia que ha quedado así reducida a la
más provisional de las aventuras.
— La agresión a deberes y derechos primordiales en el
campo espiritual y educativo; como si pudiera reclamarse
libertad ilimitada para difundir en la calle, desde la
Televisión o incluso en las escuelas, toda clase de
influjos inmorales, antirreligiosos y pornográficos.
— La llegada al poder o a los órganos de representación,
de opciones políticas que pretenden construir la
sociedad prescindiendo de Dios y privando así a la
sociedad de las motivaciones superiores que son la única
garantía de la dignidad de la persona y el único
fundamento de los derechos y los deberes.
Qué contraste entre los cristianos de hoy y aquéllos que
dieron su vida ante todo por una afirmación del Reinado
social y eterno de Jesucristo, especialmente en la
persecución religiosa de de 1931-1939. Muchos de ellos
murieron gritando ¡Viva Cristo Rey! como su última
jaculatoria. Proclamación, rubricada con su propia
sangre, de la realeza y soberanía de Jesucristo sobre
los individuos, las familias y las naciones. Ellos
sabían que el hombre es portador de valores eternos,
envoltura corporal de un alma que puede condenarse o
salvarse y por eso, a la salvación de las almas, lo
subordinaron todo.
Cristo rey de los mártires, Cristo reinando desde la
Cruz. Ese es el modelo al que hemos de ajustar los
cristianos. Cristo tiene que reinar y, para ello, hemos
de someternos cada día con más perfección a su soberanía
de Jesucristo, procurando personalmente que nuestra
conducta se ajuste a los mandamientos de la Ley de Dios
y, socialmente, debemos esforzarnos por reivindicar
todos los derechos de Cristo y de su Iglesia en las
leyes y en la vida pública y hacer todo lo que esté en
nuestras manos para “asegurar la supremacía de
ciertos valores morales que condicionan por voluntad de
Dios el ejercicio de la soberanía, a los que todo
sistema de participación debe subordinarse y a los que
la autoridad social debe servir y tutelar por encima de
las variables corrientes de opinión” (Mons. Guerra
Campos).
Para hacer realidad nuestros deseos acudimos, una vez a
Nuestra Señora la Inmaculada Virgen María. Que Ella
apresure lo que pedimos cada día en el padre nuestro: «adveniat
regnum tuum — venga a nosotros tu reino».
Que Cristo reine sobre nuestras almas, sobre nuestras
familias, sobre nuestra Patria —en la que prometió
reinar con más veneración que en otras partes— y sobre
todos los hombres reunidos en su Santa Iglesia.
Nuevo tribunal para el reconocimiento de los mártires diocesanos
en Segorbe-Castellón
miércoles, 16 de noviembre de 2011
El Obispo nombra un nuevo tribunal para
agilizar el reconocimiento de los restos de los mártires
diocesanos
El Obispo de Segorbe-Castellón ha nombrado un
nuevo tribunal para agilizar el reconocimiento de los restos
de los mártires diocesanos incluidos en la Causa de
Canonización del Siervo de Dios Miguel Serra Sucarrats,
obispo, y compañeros.
Se trata de una lista de 214 personas,
actualmente ya reconocidas como siervos de Dios, que murieron a
causa de la fe durante la persecución religiosa de 1931-1939. De
ellos, solo están reconocidos oficialmente y de manera canónica
los restos de menos de una cuarta parte.
La tarea del nuevo tribunal consiste en reconocer
oficialmente y de manera canónica las venerables reliquias, las
cuales pueden recibir culto privado o particular hasta la
beatificación, a partir de la cual podrán recibir culto público.
Este reconocimiento forma parte del proceso canónico de la Causa
que se está llevando en la Sagrada Congregación para las Causas
de los Santos en Roma.
La mayoría de los restos de estos mártires
españoles del s. XX están localizados en los cementerios de cada
población, tanto en fosas comunes como en nichos particulares.
Sin embargo otros están en paradero desconocido desde su muerte.
Los que ya han sido reconocidos oficialmente, se han trasladado
a los respectivos templos parroquiales e incluso en la catedral
de Segorbe. Entre esas poblaciones se cuentan Artana y
Albocácer.
Los miembros de este tribunal son Jesús Vilar
Vilar, Delegado Diocesano para las Causas de los Santos, como
Juez Delegado, José Ramón López Carot y José Gabriel Bettin
Vallejo como notarios actuarios, y Ignasi del Villar Santaella
como promotor de justicia. También se ha nombrado al médico
forense Gabriel Soler Roca Médico para las actuaciones concretas
en este ámbito.
Serán beatificados en Madrid 22 oblatos de entre
18 y 54 años
MADRID, martes 8 noviembre 2011 (ZENIT.org).-
El próximo 17 de diciembre, serán beatificados en la
catedral de la Almudena de Madrid veintidós religiosos
oblatos fusilados en distintos momentos, entre julio y
noviembre, a raíz de los acontecimientos políticos que vivió
España en 1936, tras el fracaso del golpe militar y el
estallido de una cruel y terrible guerra civil de tres años,
con una persecución religiosa inédita por su barbarie.
Los veintidós religiosos pertenecían a la congregación
de Misioneros Oblatos de María Inmaculada (OMI), que se
habían establecido en el barrio de la Estación de Pozuelo de
Alarcón, Madrid, en 1929. Ejercían su ministerio como
capellanes en tres comunidades de religiosas y colaboraban
en las parroquias del entorno.
Los jóvenes escolásticos (estudiantes) impartían catequesis
en cuatro parroquias vecinas y la coral oblata solemnizaba
las celebraciones litúrgicas. Esa actividad religiosa
comenzó a inquietar a los comités revolucionarios del barrio
de la Estación.
La comunidad religiosa de los Oblatos no se dejó intimidar.
Extremó las medidas de prudencia, asumiendo el compromiso de
no responder a ningún insulto provocador. Pero se mantuvo el
programa de formación espiritual e intelectual, sin
renunciar a las diversas actividades pastorales del programa
de formación sacerdotal y misionera de los estudiantes.
El 20 de julio de 1936, hubo nuevos incendios de iglesias y
conventos, sobre todo en Madrid. Los milicianos de Pozuelo
asaltaron la capilla del barrio de la Estación, sacaron a la
calle ornamentos e imágenes y los quemaron. Incendiaron
luego la capilla y repitieron la escena en la parroquia.
El 22 de julio, milicianos armados asaltaron el convento y
detuvieron a los 38 religiosos, vigilados y encañonados.
Tras un registro de la casa en busca de armas, lo único que
hallaron fueron cuadros religiosos, imágenes, crucifijos,
rosarios y ornamentos sagrados. Desde los pisos superiores,
todo fue arrojado por el hueco de la escalera a la planta
baja para quemarlo en la calle.
El día 24, se producen las primeras ejecuciones. Sin
interrogatorio ni juicio, sin defensa, llamaron a siete
religiosos. Los primeros sentenciados fueron: Juan Antonio
Pérez Mayo, sacerdote, profesor, 29 años; y los estudiantes
Manuel Gutiérrez Martín, subdiácono, 23; Cecilio Vega
Domínguez, subdiácono, 23; Juan Pedro Cotillo Fernández, 22;
Pascual Aláez Medina, 19; Francisco Polvorinos Gómez, 26;
Justo Gónzález Lorente, 21. Fueron introducidos en dos
coches y llevados al martirio.
El resto de los religiosos permanecieron presos en el
convento y dedicaban sus horas de espera a rezar y
prepararse a bien morir.
Alguien, probablemente el alcalde de Pozuelo, comunicó a
Madrid el riesgo que corrían los demás y ese mismo día 24 de
julio llegó un camión de Guardias de Asalto con orden de
llevar a los religiosos a la Dirección General de Seguridad.
Al día siguiente, tras cumplir unos trámites,
inesperadamente quedaron en libertad.
Buscaron refugio en casas particulares. El provincial se
arriesgaba y desvivía por darles ánimo y llevarles la
comunión. Pero en el mes de octubre, por orden de busca y
captura, fueron detenidos y llevados a la cárcel.
Allí soportaron un lento martirio de hambre, frío, terror y
amenazas. Hay testimonios de algunos supervivientes de cómo
aceptaron con heroica paciencia esa difícil situación que
les hacía prever la posibilidad del martirio. Reinaba entre
ellos la caridad y el clima de oración silenciosa. En
noviembre, llegaría el final de aquel calvario para la
mayoría de ellos.
El día 7, fue fusilado el padre José Vega Riaño, sacerdote y
formador, de 32 años, y el estudiante Serviliano Riaño
Herrero, de 30. Éste, al ser llamado por los verdugos, pudo
acercarse a la celda del padre M. Martín y pedirle la
absolución sacramental por la mirilla.
Veinte días después, tocaría el turno a los otros trece. El
procedimiento fue el mismo para todos. No hubo acusación, ni
juicio, ni defensa. Sólo la proclamación de sus nombres a
través de potentes altavoces: Francisco Esteban Lacal,
superior provincial, 48 años; Vicente Blanco Guadilla,
superior local, 54 años; Gregorio Escobal García, sacerdote
recién ordenado, 24 años; y los hermanos escolásticos: Juan
José Caballero Rodríguez, subdiácono, 24 años; Publio
Rodríguez Moslares, 24 años; Justo Gil Pardo, 26 años; José
Guerra Andrés, 22 años; Daniel Gómez Lucas, 20 años; Justo
Fernández González,18 años; Clemente Rodríguez Tejerina, 18
años; y los hermanos coadjutores Ángel Francisco Bocos
Hernández, 53 años; Marcelino Sánchez Fernández, 26 años y
Eleuterio Pardo Villarroel, 21 años.
Se sabe que el 28 de noviembre de 1936 fueron sacados de la
cárcel, conducidos a Paracuellos de Jarama y allí
ejecutados. Un estudiante que iba en otro camión, atado codo
con codo, con el padre Delfín Monje, y que fueron
misteriosamente indultados cerca del lugar de la ejecución,
dijo a su compañero: “Padre, me de la absolución general y
usted rece el acto de contrición, que nos llega el fin. El
padre, 18 años más tarde, se lamentaba: ¡Lastima no haber
muerto entonces! ¡Nunca estaré tan bien preparado!”.
El neosacerdote Gregorio Escobar había escrito a su familia
“Siempre me han conmovido hasta lo más hondo los relatos del
martirio que siempre han existido en la Iglesia, y siempre
al leerlos un secreto deseo me asalta de correr la misma
suerte que ellos. Ese sería el mejor sacerdocio a que
podríamos aspirar todos los cristianos: ofrecer cada cual a
Dios su propio cuerpo y sangre en holocausto por la fe ¡Qué
dicha sería la de morir mártir!”.
Consta en el proceso diocesano que todos murieron haciendo
profesión de fe y perdonando a sus verdugos y que, a pesar
de las torturas psicológicas durante el cruel cautiverio,
ninguno apostató, ni decayó en la fe, ni se lamentó de haber
abrazado la vocación religiosa.
En julio pasado, Benedicto XVI confirmaba la fecha de la
beatificación y la Secretaría de Estado lo comunicaba al
padre Louis Lougen, superior general, y al postulador
general, padre Joaquín Martínez Vega. La celebración tendrá
lugar en la catedral de la Almudena de Madrid el sábado 17
de diciembre.
Gregorio Escobar Barbarin, sobrino del joven sacerdote
recién ordenado asesinado a los 24 años, que lleva su
nombre, única familia que queda en Estella, Navarra, del
mártir declaró este martes al Diario de Navarra:
“Momentos como éste son la ocasión que tenemos todos de
caminar hacia la reconciliación”.
Gregorio, que fue concejal socialista en el Ayuntamiento de
Estella, entre 1999 y 2003, cree que es necesario aprender
de la historia: “Gregorio y sus compañeros entregaron
generosamente su vida en correspondencia con su fe. Sus
jóvenes corazones tan sólo anhelaban ofrecer ayuda y
consuelo a quien lo necesitase. Sin embargo, fueron llevados
como ovejas al matadero en medio de un caos de odio y
confusión”, declara Escobar Barbarin.
Por Nieves San Martín
Quinteiro Fiuza procedió a la bendición de una imagen del mártir
ourensano, confeccionada en la Casa dos Rosarios de Braga
X.M. DEL CAÑO -
OURENSE (farodevigo.es) La parroquia de San Miguel de
Torneiros dedicó una misa a la "memoria e intercesión" del beato
salesiano Manuel Fernández Ferro, natural de Paradiñas, uno de
los 498 mártires españoles del siglo XX que fueron beatificados
el día 28 de octubre de 2007 en la Plaza de San Pedro. La
eucaristía fue concelebrada por Luis Quinteiro Fiuza y varios
sacerdotes, entre los que se encontraba el párroco de San
Esteban de Sandias, Manuel Fernández Vidal, sobrino del beato.
Durante la ceremonia
se bendijo una imagen del beato, confeccionada en la Casa dos
Rosarios de Braga, y una estampa en la que aparece su casa de
nacimiento y una breve biografía. Finalizaron la jornada de
homenaje con una comida familiar y fraternal en el restaurante
Novaíño.
Entre los mártires
beatificados en 2007, se encuentran nueve ourensanos: Victoriano
Fernández Reinoso, de Campos-Santa María de Olás; Manuel Borrajo
Míguez, de Rodicio-San Juan de Seoane; Pío Conde Conde, de
Portela-San Esteban de Allariz; Antonio Cid Rodríguez, de
Calsadoira-San Juan de Seoane; Francisco Míguez Fernández, de
Santa María de Corbillón; Manuel Fernández Ferro, de Paradiñas-San
Miguel de Torneiros; José Blanco Salgado, de Souto-San Bartolomé
de Ganade; Manuel Formigo Giráldez, de Pazos, Hermos-Cenlle; y
José López Piteira, de Camagüey. Este último es hijo de padres
ourensanos. Una vez que regresaron a España, se establecieron en
Partovia, donde permanecieron el resto de la vida.
La Iglesia no celebra la crueldad de las torturas, ni trae a la memoria la
impiedad de los verdugos, y menos aún la ideología que sustenta ese odio. La
Iglesia celebra el amor más grande que cada uno de sus hijos ha sido capaz
de expresar.
jueves
03/11/2011
El domingo 6 de noviembre la Iglesia católica celebra la memoria de los
mártires de la persecución religiosa en España en la década de los años ´30.
Se cumple en este año el 75 aniversario del cruento martirio de miles y
miles de españoles que dieron su vida por Jesucristo, confesando
abiertamente su fe y rubricándola con su sangre. No hay amor más grande. En
torno a un millar ya han sido beatificados y varios miles de ellos están en
proceso de ser declarados mártires de Cristo. La Iglesia sigue con cada uno
de ellos un minucioso proceso de análisis de su muerte, de los motivos de su
muerte y de cómo afrontaron ellos ese trance supremo.
Los mártires no son simplemente caídos de uno o de otro bando. Los mártires
están por encima de esas banderías o partidismos. Los mártires no cayeron en
el frente, en la línea de batalla, donde las balas se entrecruzan, sino que
fueron buscados en sus casas, fueron arrestados y llevados a la cárcel y
fueron ejecutados simplemente por ser cristianos, por ser curas o monjas,
por ser de Acción Católica o de la Iglesia. Fueron ejecutados por odio de la
fe. Esa rabia y ese odio contra Dios y contra la fe católica se convirtió en
una ocasión de expresar un amor más grande, un amor que muere perdonando a
los verdugos, un amor que muere cantando lo más bonito del corazón humano.
Una vez más, el odio no es la última palabra. La última palabra es el amor,
porque Dios es amor.
La Iglesia no celebra la crueldad de las torturas, ni trae a la memoria la
impiedad de los verdugos, y menos aún la ideología que sustenta ese odio. La
Iglesia celebra el amor más grande que cada uno de sus hijos ha sido capaz
de expresar. “Ellos vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la
palabra del testimonio que dieron y no amaron tanto su vida que temieran la
muerte; por eso, estad alegres cielos y los que allí habitáis” (Ap 12,11).
En cada uno de ellos se ha cumplido el contraste del odio de quienes les
mataron con el amor que había en su corazón, y ha vencido el amor. La
Iglesia celebra ese amor, que sólo puede habitar en el corazón humano como
un regalo de Dios, que los ha fortalecido en el momento supremo.
En nuestra diócesis de Córdoba, en la Iglesia santa que camina en nuestra
tierra, ha brotado ese amor con abundantes frutos. Nuestra diócesis es una
diócesis de mártires, también en el siglo XX. Muchos de ellos ya han sido
beatificados, ya han sido propuestos por la Iglesia como ejemplo de amor y
de entrega. Baste recordar al beato Bartolomé Blanco, de Pozoblanco, patrono
de la juventud católica de nuestra diócesis. Otros muchos (sacerdotes,
religiosos/as y seglares) están en proceso de ser declarados un día mártires
de Cristo. A todos los recordamos llenos de gratitud y de emoción. A los ya
beatificados, con el culto solemne que la Iglesia tributa a sus santos. A
los que están todavía en proceso, con el culto privado y la certeza
contenida hasta que la Iglesia los declare mártires. A todos, los miramos
con admiración y nos sentimos impulsados por su valentía y entrega a vivir
cada uno de nosotros nuestra vida cristiana en esa estela de amor en la que
han vivido tantísimos santos a lo largo de la historia.
Los santos son nuestros hermanos mayores, los que van delante de nosotros y
nos ayudan a recorrer el camino de la vida. Ellos nos dicen que sólo el amor
vencerá, el amor que disipa todo egoísmo, el amor que nos lleva a
entregarnos y a gastar nuestra vida en el servicio de Dios y del prójimo, el
amor que nos hará crecer hasta llegar a la plenitud de la santidad que Dios
nos tiene preparada a la medida de Cristo. Los santos son los que han
cambiado el rumbo de la historia. Los santos son los mejores hijos de la
Iglesia y de la humanidad.
La memoria de nuestros mártires –tantísimos mártires de nuestro tiempo- es
un nuevo estímulo para seguir a Jesucristo en nuestros días. También hoy
encontramos dificultades internas y externas, también hoy topamos con el
odio a la fe y el desprecio de Dios. Por eso, también hoy –y más que nunca-
estamos llamados a vivir un amor que supera las fuerzas humanas y que nos
viene de Dios como les vino a los mártires a quienes hoy recordamos.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.