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Testigos que se sembraron

Se abre la causa de canonización de 56 mártires de Madrid

 

- Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo -

La iglesia de las Calatravas acoge este sábado, 18 de marzo, el acto de apertura de la causa de canonización de Cipriano Martínez Gil y 55 compañeros mártires del siglo XX en Madrid. Se trata del primer proceso que engloba a un grupo de sacerdotes pertenecientes al clero madrileño junto con algunos de sus familiares. La sesión de apertura de la causa tendrá lugar a las 11 horas, será presidida por el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, y contará con la presencia del cardenal arzobispo emérito de Madrid, Antonio María Rouco Varela, del obispo de Getafe, monseñor Joaquín María López de Andújar –pues en el grupo hay sacerdotes de esa diócesis–, y del obispo auxiliar de Madrid, monseñor Juan Antonio Martínez Camino, quien entre sus responsabilidades tiene encomendada la pastoral de la santidad.

En total son 49 sacerdotes y siete familiares asesinados junto a ellos en aquellos años de persecución religiosa en la capital y en los pueblos de los alrededores. No son los únicos, como explica el delegado diocesano para las Causas de los Santos, Alberto Fernández Sánchez: «Hay una lista de sacerdotes diocesanos todavía en estudio, que se acercan a los 400».

En los primeros meses tras el estallido de la Guerra Civil, cuando más arreció la persecución, Madrid contaba con 1.118 sacerdotes seculares, lo que supone que en aquellos meses fue martirizado aproximadamente un tercio del clero secular madrileño. Así, según explica el delegado, entre los sacerdotes del clero secular y los religiosos «es posible que pasen de 1.000 los mártires de aquellos años. Y los seglares fueron seguramente bastantes más. Nuestra intención es ir progresivamente abriendo las causas de todos ellos. Por justicia, y por amor a la verdad», confiesa Alberto Fernández.

Precisamente los seglares presentes en este grupo son todos familiares de alguno de los sacerdotes mártires, lo que asegura que la motivación de su asesinato fue el odio a la fe, requisito indispensable para el reconocimiento del martirio. Es el caso de los padres y la hermana del párroco de San Martín de la Vega, Ildefonso Monterrubio; o los dos hermanos de Carlos Plato, párroco de Canillejas, que fueron voluntariamente al martirio para no dejar solo a su hermano; o Pilar Martín de Miguel, sobrina del párroco de Aranjuez, sometida durante varios meses a torturas y vejaciones para hacerle confesar el paradero de su tío, hasta que finalmente fue asesinada a palos.

Muertos por odio a la fe

El delegado de Causas de los Santos explica que «se lleva trabajando en esta causa durante muchos años, recogiendo testimonios y documentos. También se ha pedido un informe a la Santa Sede por si hubiese en sus archivos alguna información desconocida para nosotros. Se trata de un estudio riguroso y preciso, que conlleva mucho trabajo y esfuerzo para reunir todas las pruebas que permitan alcanzar la certeza moral del martirio de cada uno de los siervos de Dios, pero hasta ahora no disponíamos de todos los elementos necesarios para poder abrir esta causa».

En el minucioso proceso de documentación sobre el martirio de todos estos fieles, se han utilizado testimonios de testigos que tuvieron conocimiento directo de los mártires (de visu); de testigos que recibieron informaciones de quienes tuvieron trato directo e inmediato con ellos (de auditu a videntibus); y de testigos que recibieron informaciones por parte de personas que solamente oyeron hablar de ellos (de auditu). Esto permite que se pueda comenzar el estudio de un candidato al reconocimiento del martirio aunque no haya aparecido nunca el cuerpo, porque se deshicieron de él, como es el caso de Alejandro de Castro, párroco de Los Molinos, o de Julio Calles, coadjutor de Canillas.

Además, la celebración del martirio de un creyente no está impulsada por motivaciones ajenas a la fe, y mucho menos de carácter político. Como señala Alberto Fernández, «el proceso para reconocer el martirio de uno o varios siervos de Dios es ante todo un deber de justicia y de fidelidad a la historia. Hay que afirmar sin miedo y con claridad que los mártires no mueren por motivos políticos sino por amor a la fe y por fidelidad a Jesucristo. Un amor y una fidelidad que pueden tener consecuencias en la actuación en el ámbito político». El motivo de la muerte de Cipriano Martínez Gil y de sus 55 compañeros «no fue otro que el ser cristianos».

El proceso continúa

A partir de ahora, el proceso continúa en la diócesis, según un recorrido claro: «Los procesos de canonización son largos, puesto que deben recogerse todas las pruebas documentales y testificales que permitan arrojar luz sobre cada uno de los siervos de Dios. Todas estas pruebas se reúnen en la fase diocesana del proceso y, una vez recogidas y concluida la fase diocesana, se envían las actas a la Congregación de las Causas de los Santos de la Santa Sede, donde se estudian pormenorizadamente, antes de que el Santo Padre pueda emitir un juicio sobre el martirio de estos siervos de Dios», porque «hay que dejar muy claro que el hecho de iniciar un proceso no implica necesariamente que se llegue a declarar el martirio», pues solo cuando «se demuestra y el Papa reconoce el martirio de los siervos de Dios, es cuando podemos afirmar con claridad que son mártires. Al abrir una causa de canonización no se pretende prevenir el juicio definitivo de la Iglesia». De momento, no hay plazos: «Desde que comienza un proceso hasta que se concluye pueden pasar varios años, pues se requiere rigor y certeza en la investigación».

Nuestra fe crece gracias a ellos

«La sangre de los mártires, que se une a la sangre derramada del Señor, es fuente de vida para la Iglesia», señala el delegado de Causas de los Santos de Madrid. «La historia de la Iglesia nos abre los ojos a la realidad de que en la tierra regada con sangre de mártires florece con fuerza la fe. No solo Madrid sino toda España ha sido bendecida por Dios con el don de miles de mártires y nosotros somos sus herederos. Es algo pasivo, recibimos un regalo, de forma inmerecida. Mi fe de hoy nace, vive y crece gracias a la entrega radical de quienes dieron su vida por amor a Dios».

Pero también son modelos que imitar: «Si ellos no dudaron en dar su vida por seguir radicalmente al Señor, ¿por qué yo me voy a reservar? Si ellos no dudaron en confesar su fe, ¿qué me impide dar testimonio a quien se me pone delante cada día? Teniendo en cuenta que no es algo que se alcance con las propias fuerzas. Más bien, los mártires son testimonio de debilidad humana revestida de fuerza de Dios. Porque mi debilidad no es obstáculo para la entrega de la vida».

Eso es lo que tenía claro el mismo Cipriano Martínez en el momento de su martirio, pues ya sabía que la vida cristiana comporta la vocación al martirio. Como escribió no mucho tiempo antes de morir: «¡Ya no basta sembrar! Los santos no solo sembraron, se sembraron... Dieron su vida por su obra, a imagen de Cristo, que la dio por la Iglesia. Si el grano de trigo no cae en tierra, no da fruto. ¡Sembrarse!»

Mártires de ayer para los fieles de hoy

El 21 de julio de 1936, Cipriano Martínez y su coadjutor en El Pardo son apresados mientras subían a un autobús. En el calabozo municipal, Cipriano alentaba a sus compañeros de cautiverio con charlas de fe y hasta con bromas. Y ante sus carceleros tomaba una actitud comprensiva: «Hay que perdonar. Tenemos que estar dispuestos a lo que Dios quiera, a darle la vida si es preciso». El 18 de agosto de madrugada lo sacaron para conducirlo cuesta arriba hacia el Cristo del Pardo, y allí lo colocaron ante la capilla del cementerio. «Dejadme que me recoja un momento con mi Dios», les pidió. Y tras ponerse de rodillas con mansedumbre («¿Estoy así bien colocado?», les dijo) le dispararon.

Julio Calles, el coadjutor de Canillas, avisado de su apresamiento por algunos vecinos para el día siguiente, esperó la muerte en la iglesia, velando toda la noche en oración, hasta que por la mañana lo detuvieron y allí mismo lo desnudaron, lo metieron en un saco y le clavaron horcas y cuchillos hasta morir.

Antolín Rodríguez del Palacio, coadjutor de El Escorial es otro mártir de este grupo. Su padre escribe a su hija meses después sobre el martirio de su hermano: «¡Qué alegría cuando lo viste en el altar!, representando al mismo Cristo en el Calvario, dándonos al mismo Dios. ¿Qué más podría darnos? Únicamente la sangre! Pues ahí la tienes ya derramada por el suelo, a imitación de Cristo. Esto faltaba de tu hermano, todo nos lo ha dado... ¡Un mártir fue tu hermano Antolín!»

Luis Ruiz, capellán castrense, escondido durante los primeros días de la persecución, anticipó a sus hermanos lo que le iba a pasar: «Al detenerme me preguntarán si soy sacerdote, después vendrá lo demás. Estas ocasiones se producen en la vida muy de tarde en tarde, y por eso son muy pocos los beneficiados por ello».

Onésimo González, ante las noticias del recrudecimiento de la persecución, dijo: «Total, ¿qué nos va a pasar? Lo único que nos puede ocurrir es que nos maten».

Plácido Verde, capellán de la Encarnación, fue invitado por el mismo rey Alfonso XIII a exiliarse con él, pero el sacerdote rechazó la invitación, alegando que no había hecho mal a nadie. Más tarde lo detuvieron y lo mataron en Vicálvaro.

Melitón Morán, capellán de las carmelitas de Boadilla del Monte, dijo a sus sobrinos al ser detenido: «No os preocupéis por mí. Voy resuelto y alegre a recibir la palma del martirio».

Policarpo Herrera se escondió de la persecución en casa de un primo, en la calle Goya, pero no renunció a su labor apostólica y sacerdotal. En esa casa celebraba la Misa a diario y ofrecía auxilios espirituales a la gente, hasta que lo descubrieron y lo mataron. 



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