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Beatificación de nueve seminaristas mártires en la Catedral de Oviedo

 El sábado 9 de marzo de 2019 tuvo lugar en la Catedral de Oviedo la Beatificación de Ángel Cuartas Cristóbal y ocho compañeros, jóvenes seminaristas mártires, asesinados en odio a la fe, que murieron gritando ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva España católica!

Las reliquias de los nuevos beatos, introducidas en el relicario de las Ágatas, - joya de orfebrería del prerrománico, donada a la Iglesia en el año 910 por Alfonso III, que se conserva en la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo- entraron en procesión acompañadas por un grupo de seminaristas con ramas de laurel y lámparas al son del himno de los mártires ¿Quiénes son y de dónde han venido?, siendo depositadas ante el imponente retablo de la catedral de Oviedo.

No son mártires de la guerra civil

Esta trigésima beatificación de mártires de la persecución religiosa en España durante los años 1934 a 1939 ofrece ciertas singularidades. La primera pone 2 de manifiesto el por qué a nuestros mártires españoles no se les puede calificar de mártires de la Guerra Civil, como se hace a menudo.

La causa formal del martirio es el odio a la fe católica, y no la existencia de guerras, pues éstas - civiles o no - causan víctimas, pero no mártires.

El hecho de que seis de los nueve ahora beatificados - como los santos mártires de Turón ya canonizados por San Juan Pablo en 1999 - fueran asesinados en 1934, cuando en España no había guerra, sino Revolución en Asturias contra el gobierno de la Segunda República, desmiente tal calificación.

Sus otros tres compañeros, inmolados en 1936 y 1937, habían expresado el deseo de acompañarles en el martirio, pero no fue esa la voluntad de Dios, que tenía dispuesto lo sufrieran dos años después, no en acciones de guerra, sino por el mero hecho de ser seminaristas. Unos y otros fueron mártires de la persecución religiosa desatada contra la Iglesia Católica durante la II República antes de la guerra, y en zona republicana durante ésta.

Así lo confirmaba su paisano Mons. Juan Antonio Martínez Camino: “Los seminaristas mártires de Oviedo forman parte de ese inmenso y blanco ejército de los mártires que ofrecieron sus vidas a Dios en el siglo XX. Seis de ellos fueron martirizados antes de la guerra. Y los tres asesinados durante ésta no murieron combatiendo en ningún frente, ni estaban alineados en ningún bando. Se les dio muerte por ser seminaristas. “Son curas y basta” fue la gran razón que oyó el seminarista superviviente a quienes les disparaban a quemarropa. No son, pues, “mártires de la guerra civil”, como a veces se les llama impropiamente.

El Cardenal Mons. Beciu en su homilía expresó claramente la causa de su inmolación: «Los nuevos Beatos fueron víctimas de la misma violencia feroz marcada por una acentuada hostilidad anticatólica, que tenía como objetivo la eliminación de la Iglesia, y en particular del clero.… Fue suficiente identificarlos como seminaristas para descargar sobre ellos su crueldad criminal, impulsados por el odio visceral contra la Iglesia y el cristianismo.»

Resulta también singular que sea ésta la primera beatificación sólo de seminaristas mártires; el más joven, Juan José Castañón de 18 años, y el mayor, Manuel Olay de 25, lo que desmiente la extendida falacia de que durante la sublevación de 1934 se asesinaba al clero por 3 su asidua connivencia con el poder político conservador, y tras el alzamiento de 1936 por su cooperación al golpe militar.

Como afirmó Mons. Beciu, los jóvenes seminaristas no habían participado en acto político alguno, sino que, “a pesar del clima de intolerancia religiosa, conscientes de las insidias y de los peligros a los que se enfrentarían, se mostraron decididos a seguir la llamada de Jesús, sin negar su identidad de clérigos en formación”. Esta “su identidad equivalía a una sentencia de muerte, que podía ejecutarse inmediatamente o ser retrasada, si bien no había ninguna duda sobre el destino que esperaba a los seminaristas una vez identificados. Cada uno de ellos, conscientemente, ofreció su vida por Cristo durante la persecución religiosa de los años treinta del siglo pasado”.

El pretexto de que los mártires fueron asesinados a causa del clima de enfrentamiento social imperante, y por su connivencia con el poder político y económico contrarrevolucionario, lo desmiente el hecho de que ninguno de estos seminaristas provenía de la burguesía acomodada.

Lo afirma Mons. Beciu: “Estos jóvenes seminaristas procedían de familias cristianas sencillas y de una clase social humilde, hijos de la tierra de Asturias.”

Corrobora lo dicho por el Relator de la Causa, el comboniano P. Fidel González: “Procedían de ambientes donde se conocía la situación social y política. Venían de las cuencas mineras, eran hijos de mineros, de agricultores, de marineros, y durante el verano tenían que ganarse el pan y trabajar para pagarse los estudios, lo que a duras penas conseguían. No eran lumbreras en inteligencia, pero tenían un sentido de pertenencia eclesial y de fe tan sumamente arraigada que, a pesar de que habían recibido consejos de que no volviesen al Seminario, a veces incluso por parte de los mismos párrocos, sin embargo ellos, perfectamente conscientes del peligro que corrían, tras el verano, decidieron volver aquel curso al Seminario, sabiendo a lo que se exponían”.

Mons-Beciu terminó su homilía afirmando: “Estos seminaristas mártires hablan a España y a Europa de sus comunes raíces cristianas, y nos recuerdan que el amor por Cristo prevalece sobre cualquier otra opción, y que la coherencia de vida puede llevar incluso a la muerte. Nos recuerdan que no hay autoridad humana que pueda competir con la primacía de Dios…”

“Estos jóvenes aspirantes al sacerdocio, presa de la furia asesina revolucionaria anticristiana, están en manos de Dios que hará que su luz brille en las tinieblas. Los nuevos Beatos, con su martirio, nos recuerden que morir por la fe es un don que se concede sólo a algunos; pero vivir la fe es una llamada que se dirige a todos»

 La Santa Misa fue presidida por el Cardenal Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos Mons. Beciu, asistido por el Presidente de la Conferencia Episcopal Española Mons. Blázquez; Mons. Sanz, Arzobispo de Oviedo, y Mons. Francisco Pérez, Arzobispo de Pamplona; el Obispo de Sigüenza-Guadalajara, Mons. Rodríguez; el de Astorga, Mons. Menéndez; el de Santander, Mons. Sánchez; el de Orense, Mons. Lemos; el auxiliar de Madrid, Mons. Martínez Camino; y el auxiliar de Santiago, Mons. Fernández, acompañados por centenar y medio de sacerdotes, la mitad del clero asturiano.

El Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz afirmaba en carta pastoral:

“Estamos de enhorabuena ante la beatificación de estos nueve jóvenes seminaristas al final de su preparación sacerdotal, que fueron llamados por el Señor para celebrar una Misa especial, la del sacrificio de su vida amando y perdonando a aquellos verdugos que se las quitaban.”

Mons. Angelo Beciu Prefecto de la Congregacion para las causas de los Santos y Mons. Sanz, Arzobispo de Oviedo.

Al finalizar la ceremonia Mons. Sanz manifestó su agradecimiento «al Santo Padre, el Papa Francisco, por haber señalado a estos hermanos seminaristas como nuevos beatos que nos recuerdan la llamada a la santidad que se vive en la vida ordinaria que nos toca en suerte cada día».

El Papa Francisco en el Ángelus les recordó como asesinados en odio a la fe en un período de persecución religiosa, y los puso como ejemplo para seminaristas, sacerdotes y Obispos de hoy: “Amaron tanto al Señor, que lo siguieron a lo largo del camino a la Cruz.”

El Beato Juan José Castañón, de18 años, el más joven de los seminaristas beatificados

Como muestra del espíritu de los jóvenes seminaristas sacrificados, reproducimos un extracto de la emotiva reseña biográfica que escribe Don Rodrigo Huerta, benemérito párroco de San Felix de Lugones, sobre el más joven de ellos, Juan José Castañón Fernández, el “eterno niño de Aller, morenín o prietu, de tez dura y oscura como el carbón de su tierra.

Dice que Juan José le da su primer sí al Señor al comentar en casa su anhelo de ser sacerdote tras la invitación del coadjutor de la Parroquia de ir al seminario, con la ayuda de alguna beca, y como a sus 12 años el pequeño allerano deja su tierra para ingresar en el Seminario menor de Valdediós. Era el más bajito de su promoción, y por sus facciones le llamaban "Castañin".

En octubre de 1934, dos días después de que la sangre del párroco de su pueblo, fuera esparcida por sus calles, le llegaba la hora de profesar la fe con su vida a su seminarista y feligrés. La noticia del martirio del Don Tomás tocó el corazón de Juanjo, que siempre se sintió tan unido a su parroquia natal y a sus sacerdotes, a los que a su vera había sentido la llamada del Señor.

Juan José fue el último en ser disparado en aquella horrenda matanza ante el portón de la Calle Santo Domingo. Fue el seminarista que a los asesinos más les costó poner en mira de sus fusiles, disparar y rematar. El pobre Juanjo era un crío en alma y físico. Su presencia era de inocencia verdadera, pero ante aquellos desalmados fue todo un adulto en su madurez de fe y vocación. Disparar a Juanjo Castañón no era matar a un curilla, en realidad fue quitarle la vida a un niño, a un guaje de 18 años, que nada malo había hecho más que aspirar a ser de mayor como los curas de su pueblo.

Cayó al instante ya al primer tiro llegado a su cuerpo a bocajarro, mezclándose su sangre en el suelo con la de sus hermanos, sangre de seis indefensos seminaristas que arroyaba en plena calle para regocijo de hombres inhumanos sin caer en la cuenta que aquellos pequeños cuyos cuerpos rotos iban perdiendo su calor y su luz les habían mirado con amor, y les habían regalado en sus últimos suspiros el perdón.

No se habían cumplido dos años del asesinato de Juanjo y sus hermanos seminaristas, cuando su tío abuelo, Baltasar Rodríguez, Párroco de Santa María la Real del Naranco-Oviedo, sufrió igualmente martirio por su condición de sacerdote. Juanjo le estaba esperando a la puerta del Cielo.

Ver vídeo de la Beatificación en https://www.youtube.com/watch?v=YB7cAsSJobc



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