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JULIO CULEBRAS BARBA “La juventud para Cristo por María.”

Nació Julio Culebras Barba en 1883 en Fuente de Cantos, población meridional de Badajoz, cuna de Francisco de Zurbarán, en numerosa familia de solariega casa. Su padre Don Recaredo, Secretario Judicial de la villa, envió a su hijo Julio, octavo de nueve, al internado de los Escolapios de Alcalá de Henares, donde aprendió piedad y letras, y quedó marcado de por vida por la devoción mariana calasancia. Destinado su padre a un juzgado de Madrid, se trasladó allí con su familia, y luego, en 1900, a Barcelona.

A Julio le hubiera gustado ser ingeniero, pero su ineptitud para el dibujo y los deseos de su padre le hicieron inclinarse a sus 17 años por la carrera de Derecho, que inició en la ciudad condal.

Descubre la Congregación Mariana de la Inmaculada, que preparaba el 50 aniversario de la proclamación dogmática, y se alista en ella como soldado de María. Su lema será: “La juventud para Cristo por María.”

En la Congregación fue ocupando sucesivos cargos de responsabilidad, y su devoción crece hasta el punto de que en el verano de 1907 aterriza en Gandía vistiendo la sotana de novicio jesuita. Pronto conoció que no era aquella su vocación. Volvió a Barcelona con 24 años, a su Congregación, y de paso a acabar su carrera de derecho por la que no sentía mayor interés. Su verdadera ilusión era la catequesis en el Centro de Nuestra Señora de Montserrat en la entonces pobre barriada de Hostafrancs, de la que fue nombrado Prefecto.

Una tarde de domingo, mientras los demás chavales corrían tras la pelota, uno mayorcito estaba solo de pie bajo un árbol. Julio le preguntó qué le pasaba, y éste le dijo que su mamá estaba desde hacía varios días en cama y sus hermanos no tenían en casa nada de comer. Julio le tomó de la mano, le acompañó a la capilla, y le dijo: “Anda, ponte a los pies de Virgen y dile lo mismo que me has dicho a mí”. Estaba aun el niño rezando cuando le fue a buscar Julio. Acababa de llegar un tendero de barrio que le preguntaba si alguno de aquellos mozuelos podría ayudarle como aprendiz. El muchacho salió con el tendero, aprendió el oficio y estuvo con él muchos años. Creó Julio la Bolsa del Trabajo. Le encargaron dirigiera otros dos centros, el de San Pedro Claver en el Paralelo, y el de la Sagrada Familia.

Terminó la carrera de abogado y se dedicó a solucionar los problemas y demandas de sus muchachos y familias, no perdiendo un solo pleito. Pero Julio era hombre rectilíneo, del “si, sí, y no, no”, y a medida que se introducía en el mundillo de la abogacía, se daba cuenta de que en los aledaños de la justicia pululaban demasiados intereses y turbios manejos, y decidió colgar la toga.

En 1918 el Vicario General de Barcelona, Dr. Guitart, bajo los auspicios de la jerarquía y el apoyo del Marqués de Comillas, fundó “La Casa Social Católica” de la que era Presidente y Consiliario el Canónigo Dr. Auget. Nombraron a Don Julio Secretario General.

En Barcelona actuaban en competencia el Sindicato Único y el Libre, con sus opuestas connotaciones políticas. Julio Culebras pretendió implantar un tercer sindicato apolítico, basado solo en la doctrina social de la Iglesia. Llegó a tener 20.000 afiliados, pero las disidencias internas frustraron su proyecto, y los mismos que lo propusieron le despidieron.

Volvió a su querido Hostafranchs y logró alquilar el edificio de la antigua Torre Batllori, instalando el “Ateneo Montserrat” para la formación católica de los jóvenes, bajo la protección de la Inmaculada.

Por él pasarían centenares de muchachos que recordarían a Don Julio como un padre, siempre dispuesto a escucharles, a aconsejarles, y a ayudarles en sus dificultades.

En 1920 de casaba en Madrid con su primer amor Glorita, matrimonio del que nacerían 9 hijos. Pasaron 15 días de viaje de novios en la hospedería del Monasterio de Montserrat

Can Totó

Alquilaron “Can Totó”, una desvencijada y antigua masía a la entrada de Esplugas por la carretera de Madrid, y Don Julio empleó sus escasos ahorros en arreglarla y montar allí una granja de gallinas, palomos y conejos. Trabajaba solo, del amanecer al anochecido, quedándose en los huesos, pero las cuentas no salían.

Cuando no se le morían los conejos, le atacaba la peste a las gallinas. Seguía atendiendo su querido apostolado obrero, y además estableció un catecismo para niños en su propia casa. Tenía ya seis hijos y decidió aceptar el cargo de Secretario Judicial de Esplugas con sueldo menguado, pero al menos fijo a final de mes.

A sus hijos les decía: “Cuando estéis tristes, os enfadéis, u os pase algo malo, antes de avisarnos, id primero a postraros a los pies de la imagen de María Auxiliadora que tenemos en el comedor, que es la que ayuda a los cristianos, a pedirle que os consuele y os saque del apuro; luego nos avisáis e iremos enseguida”.

Su trabajo en el Juzgado pudo haberle enriquecido de haber atendido propuestas inconfesables, pero él las rechazó, considerando su función un medio de apostolado. Tuvo que mediar en conflictos laborales, buscando avenencias. Sus detractores le acusaban de ser demasiado clerical.

Llegó la República y defendió cuanto pudo la presencia del crucifijo en su despacho y en las escuelas. Cuando hubo que quitarlo, convino con el párroco en crear una escuela parroquial que inauguró para el curso 1934- 35, y a la que llevó a sus hijos. Para que los jóvenes pudiesen pasar los domingos como Dios manda, fundó el Centro Católico de Esplugas del que fue su alma, y cuyo grupo escénico tuvo un clamoroso éxito, repitiendo sus representaciones por los pueblos de la comarca. El último acto lo tuvo en Torrellas el domingo 5 de julio de 1936. Cuando el día 15 le dijeron que habían asesinado a Calvo Sotelo, afirmó clarividente: “antes de una semana tenemos guerra.”

Ya la mañana del 19 de julio pararon ante su casa unos camiones de milicianos, para “hacer un registro”. Salió a recibirlos con su mujer y sus ocho hijos. Al ver su aspecto, se retiraron diciendo: “Aquí lo que hay que hacer es traer unas buenas hogazas de pan”.

Don Julio siguió yendo cada mañana al Juzgado, teniendo que levantar atestados de los cadáveres que aparecían en las carreteras de su demarcación, muchos de ellos conocidos suyos. Buenas gentes querían protegerle, pero otros proyectaban matarle. Como éstos no se atrevían directamente, buscaron a un conocido pistolero llamado “El Negus” para que se encargase de darle el “paseo” sin precisarle de quien se trataba. Aceptó encantado. Fijaron el día y le fueron a buscar en coche, llevándole de noche a la casa del Secretario Judicial, a las afueras de Esplugas. Llamó pistola en mano, y le abrió su titular. El Negus al verlo se echó atrás exclamando: ¡Pero si es Don Culio!; se volvió indignado a sus acompañantes, diciéndoles: “¡Compañeros, que nadie toque a este hombre, yo respondo por él, sé que no es ningún facista, y puedo aseguraros que ama a los pobres y a los trabajadores! Cuando yo era chaval sin padre, matado con la ley de fugas, él me ayudó. Así que cuidado, y que no le pase nada u os las tendréis que ver conmigo. ” Le abrazó, y se marcharon sus emisarios con el rabo entrepiernas esperando mejor oportunidad.

Su casa pairal estaba muy solitaria y le aconsejaron marchar a Barcelona donde no era tan conocido. A fines de agosto fueron saliendo los miembros de la familia por grupos. Don Julio salió el último ya de noche, dirigiéndose el matrimonio con los hijos pequeños a casa de su hermana en la calle Aribau, y los mayorcitos a la de otros familiares.

El 11 de septiembre a la hora de comer llamaron a la puerta. Una niña abre confiada y entran en tropel unos milicianos con sus fusiles. Irrumpen en el comedor y le apuntan: “¡Don Julio Culebras, vaya, por fin le encontramos!” La esposa les suplica que no se lo lleven, pero ellos cínicamente pretenden tranquilizarla: “No se preocupe, es solo para aclarar unos asuntos del juzgado, a un padre de ocho hijos no le va a pasar nada”.

Se despide de su mujer y sus hijos, y le dice bajito a la pequeña: “rezad mucho por el papá que le va a hacer mucha falta”. Su sobrino Manolo dice que le acompaña. Será el testigo de sus últimas horas.

Cuenta: “Nos llevaron al calabozo de un comité. Rezamos con fervor el Rosario y otras oraciones, incluso la “preparación para la buena muerte y la recomendación del alma”, que mi tío se sabía de memoria. Me pasmaba su tranquilidad. Me dijo: “Esperan a que se haga de noche”. Me encargó que cuidara de su hijos tan pequeños, aunque sabía que la Virgen los ampararía Se quitó los dos anillos, el de boda y el de su difunta madre, y me dijo se los diera a su esposa. Abrieron la puerta y le sacaron entre dos. Grité: ¡Yo quiero ir con mi tío! Me dijeron que no, y que si ponía tonto acabaría como él. Les di un empujón y corrí hacia la entrada. Los que le llevaban le soltaron y vinieron a por mí. En el barullo mi tío pudo haberse escapado, pero esperó a que me redujesen, y se metió en el coche. Me soltaron a altas horas de la noche. Pensando lo peor, empecé a correr hacia Esplugas, unos 4 kms, y me dirigí al cementerio, pero ni rastro de él. Me volví a Barcelona, y al llegar a casa en la calle Aribau, vi a mi tía en el balcón donde había pasado la noche esperando nuestra vuelta. Al verme solo me abrazó, y llorando no dijo nada más.”

Como dijeron que le llevaban para revisar unos papeles del juzgado, Don Julio se echó al bolsillo superior de la chaqueta la llave de su casa, por si los tuviera allí. A la mañana siguiente el sobrino y un hermano de Don Julio iniciaron el recorrido por comisarías, hospitales y cementerios en busca de noticias. Todo en vano. Al cabo de unos meses supieron que en la cuneta de la carretera de Vallirana a Cervelló , a unos 25 Kms de Barcelona, el 12 de septiembre habían hallado el cadáver de un hombre de mediana edad, con la única pertenencia de una llave en un bolsillo, un rosario y un escapulario.

Se personaron en el juzgado y con la llave fueron a la casa, deseando no fuera. La introdujeron por la cerradura y la puerta se abrió. El cadáver era el de Don Julio. La Virgen María quiso regalar a su congregante la entrada en el Cielo en el amanecer del día de su Dulce Nombre, fiesta también de la conmemoración de los mártires del Japón del sangriento 1622, para celebrar con ella su festividad.

 

 



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