A bordo del Alfonso Pérez - II

Reedición del libro “A bordo del Alfonso Pérez",
de Ramón Bustamante Quijano.

Barco-prisión Alfonso Pérez En Casa Cantabria de Barcelona, a las 18,30 horas del pasado día 11 de octubre se presentaba la reedición del libro de D. Ramón Bustamante Quijano, escrito en 1940, editado en Madrid.


D. Ramón de origen montañés estuvo encerrado en el Alfonso Perez. Lo pudo contar. Un superviviente.

El libro que ya está en la segunda edición, fue presentado por D. Héctor Ara (empresario y graduado en ciencias económicas y
políticas), Antonio de los Bueis (Dr. en Filosofía por la Universidad de Salamanca), Alberto Vallejo (Dr. en Historia por la Universidad
de Navarra) y el periodista Javier Dale Becedoniz (editor y colaborador en la Vanguardia, el País El Mundo, y otros).

De izquierda a derecha: Javier Dale, Alberto Vallejo, Héctor Ara y Antonio de los Bueis

De ellos, inicio la charla Héctor Ara. Nos explicó que investigando sobre su padre Constancio, el que estuvo prisionero en el Alfonso
Pérez, se llegó hasta el Centro de Estudios Montañeses donde coincidió con Antonio de los Bueis. Le relata los hechos que le llevan hasta allí y la respuesta acertada de Antonio es “Tu vida es un milagro”.

Para finalizar, explicó que su hermano mayor, de 89 años, que está hecho un pincel, estuvo en el barco, en el vientre de su madre, cuando esta visitaba a Constancio. Luego tuvieron doce hijos más.

Alberto Vallejo, nos instruyó sobre los antecedentes de la guerra Civil española; la fuerte influencia de la Revolución Rusa de 1917,
se puede decir que era anteayer, solo habían pasado 19 años con todo lo que llevaba consigo, desde la lucha de clases al
exterminio del rival. Con ella llegan las checas, las cárceles llenas y la utilización de barcos como complemento. En el Alfonso Pérez,
en sus cuatro bodegas se hacinaban unas 1.000 personas. La importancia de la Guerra Civil ha sido tan grande que es el 2º
acontecimiento con más producción bibliográfica después de la Revolución Francesa. Más que la 1ª y 2ª Guerra Mundial.

Antonio de los Bueis, después de describir los padecimientos de aquella gente, se asombraba y nos asombramos por los muchos
padecimientos que padecieron hasta el martirio, rápidamente pasó a elogiar los beneficios que comportan los mártires.
Se fijó, ya que presentaban el libro en Barcelona entre las similitudes martiriales de las dos ciudades, incluso en los barcos
prisión. Hizo un recorrido, ayudado de un audiovisual, del recorrido que se inicia en el año 1931, con el inicio de la república, de la quema
de conventos; leyes anticatólicas, secularización de muchos espacios de la iglesia, entre ellos los cementerios; la prohibición de ejercer la docencia a religiosos de cualquier orden; expulsión de los jesuitas; el golpe de estado de 1934; las elecciones de febrero del 1936 y el aumente sin límite de la violencia y, todo ello hasta desembocar en la guerra civil.

Luego se explicará, apoyado en textos de Monseñor Antonio Montero la brutalidad de lo acontecido en el Alfonso Pérez, pero
además del barco, las checas, las paredes de cementerio nos relató el terror de los despeñados en el Faro del Cabo Mayor.

Allí los llevaban y atados de dos en dos los arrojaban por el acantilado al mar. Sus cadáveres aparecían en las playas y algunos llevados por la marea, llegaban hasta las costas francesas.

Enseguida, como no hay nada nuevo bajo el sol, recuerdo las matanzas de los pobres católicos de Nantes y alrededores, arrojados al río Loire atados de dos en dos, por los admirables hijos de la Revolución del Terror.

De todo este horror salen estrellas luminosas como los beatos Ambrosio de Santibañez (escolapio) y Alfredo Parte (escolapio).
Alfredo Parte (escolapio) Ambrosio de Santibañez (escolapio)

 

   

Ambrosio de Santibáñez, escolapio

Alfredo Parte, escolapio

Para este próximo año 2026 se beatificarán en Santander Francisco González de Córdova y 79 compañeros mártires.
Javier Dale, su abuelo, Julio Becedóniz, traumatólogo, como el padre de Héctor Ara, también estuvo prisionero en el Alfonso
Pérez. Y también sobrevivió. Lo mismo que el Alfonso Pérez, en otras ciudades costeras del cantábrico y mediterráneo también hubo. En concreto, en Barcelona, además de las 39 checas, hubo tres barcos. Y, en Tarragona, uno denominado Río Segre, donde fueron asesinados 218.

Francisco González de Còrdova


Un libro parecido al de Ramón Bustamante, fue el Eduardo Carballo, que narró las peripecias del Uruguay (antes Infanta
Isabel de Borbón) en el puerto de Barcelona y escribía: para ir a recoger una escasísima ración de comida: “Era algo trágicamente fantástico, de seres que apenas conservaban encarnadura mortal y a los que un leve soplo de viento hubiera derribado a la tierra fácilmente. Casi todos estábamos atacados de los mismos síntomas: pérdida de memoria, sensible disminución auditiva, visión defectuosa en ambos ojos, naufragio de la vitalidad, hinchazón en las piernas. Eran los edemas de hambre, que aparecían proyectándose en
nuestras vidas” (p. 121).

Al final, en un giro semántico, comparó el “barco prisión” con el “Campo de concentración”. Dijo: los dos cumplen la misma
función.
En 2024, Alvaro Pombo publicó una novela titulada "Santander, 1936" galardonada con el Premio Umbral a mejor libro del año.
En ella recoge la fatídica historia de su tío carnal "Alvarito", y víctima de las matanzas del Alfonso Pérez.[8]

Datos recogidos del Libro: Historia de la persecución religiosa en España (1936-1939). Autor: Antonio Montero Moreno.
Monumento a los Caídos en el barco «Alfonso Pérez». Leyenda en la placa del monumento:
«A los hermanos inmortales que ya descansan en paz, los hermanos que todavía no son inmortales».

Vuelven a darse en Santander, cuando ya se cierra 1936, numerosas coincidencias con lo acaecido en otras ciudades costeras, fuesen éstas mediterráneas o cantábricas. El puerto y sus buques anclados brindaban fácilmente un alojamiento a buen resguardo para, los detenidos políticos que había que retirar de la circulación.
De prisión flotante hizo esta vez el “Alfonso Pérez” (La mayor parte de los detenidos en Santander fueron encarcelados en el penal del Dueso. A él fueron a parar numerosas expediciones de presos procedentes del Alfonso Pérez, que figuraba allí como prisión auxiliar), buque de 7.000 toneladas, anclado en un principio en el fondeadero de los Mártires, en la bahía antigua, y posteriormente en la dársena de Maliaño o “El Cuadro”, en la parte del muelle de la Junta de Obras del Puerto.

La vida en sus bodegas ofrecía durante el último trimestre de 1936 una imagen menos tétrica que la recogida en otras embarcaciones habitadas por presos políticos en las ciudades costeras de la España roja. Esta impresión podía recogerse sobre todo durante los meses que el “Alfonso Pérez” estuvo anclado en “El Cuadro”. Aunque para que no todo fuese bien, aquí empezó su zozobra por la vecindad de los barrios urbanos, donde los sindicatos de la C. N. T. actuaban sin cortapisas, como absolutos dueños y señores.

Las cifras espeluznantes de fusilados que obraban ya en la hoja de servicios del Frente Popular santanderino a finales de 1936 no restaron alientos a los milicianos más bizarros para matar en un rato a 160 presos, pasados dos días de la fiesta de Navidad de 1936.
Abundaron los contrasentidos en aquella semana memorable, que vio alternarse sucesivamente la alegría de las visitas familiares y los regalos navideños a bordo del -Alfonso Pérez. con la sangre, inesperada y violenta, derramada brutalmente cuarenta y ocho horas después. La ocasión volvió a ofrecerla un bombardeo nacional a cargo de 18 trimotores, que sembraron el terror y la indignación en las ya crispadas masas rojas de Santander. Eran poco más de las doce del día 27 de diciembre.
El drama tuvo dos actos, entre un prolongado cierre de telón. La primera parte estuvo protagonizada por las turbas sin control; que cayeron sobre Maliaño a los veinte minutos escasos de desaparecer los bombarderos. Su actuación, y la más organizada de los milicianos, que iban a consumar la gesta como actores del segundo acto, está recogida para la historia por testigos presenciales o, mejor dicho, por personajes de la gesta, sustraídos providencial- mente a la lista del exterminio. Sirve aquí de guía Ramón Bustamante y Quijano, que dedicó todo un libro (A bordo del “Alfonso Pérez”. Escenas del cautiverio rojo en Santander –Madrid 1940) a su odisea de prisionero.

La masa de asalto pudo reclutarse con facilidad al grito proferido por barrios y plazas de “¡Al barco! ¡Al barco! ¡A por los presos!” Cada cual a su modo, todos iban armados: fusiles, pistolas, escopetas, cuchillos de cocina e instrumentos agresivos de toda índole. Algún profesional de la guerra debía figurar en la anárquica expedición, puesto que entre las municiones prestaron buen servicio las bombas de mano. Situados los más audaces sobre cubierta, se asomaron a las escotillas y ordenaron airadamente a los presos que se colocaran en filas compactas sobre el centro de la bodega.
“Naturalmente, el engaño era demasiado burdo. La voz de mando de la bodega fue rebelde:
¡Nadie salga al centro; todo el mundo a los ángulos muertos! Nos quieren asesinar cómodamente. ¡Preparemos los colchones!
La palabra colchones corrió de boca en boca y todos comenzamos a parapetamos en ellos...
-¡Salir al centro de la bodega, que nada os pasará! ¡Salir, canallas, perros! -repetían ya descaradamente las voces de los asaltantes-. Si no lo hacéis, será peor, porque bajaremos y no quedará uno vivo.

Nadie hacía caso y comenzaron a hablar las armas asesinas... Hablan empezado también las bombas de mano. El efecto de las explosiones sobre la chapa era extraordinariamente mortífero. Empezaban los primeros ayes lastimeros y las ametralladoras de nuestros verdugos seguían segando vidas...

Poco a poco se fueron distanciando las detonaciones; indudablemente había pasado la agresión principal. De vez en cuando un tiro o una bomba de mano nos hacía pensar de alguien que había llegado tarde a la fiesta. Por fin, el silencio. Se contentaban con lo hecho y no bajaban a la bodega".

Un compás de espera de más de dos horas separó las incidencias descritas de las más organizadas que montaron conscientemente los milicianos profesionales. El paréntesis sirvió a varios presos, médicos algunos de ellos, para practicar una cura de urgencia a sus compañeros malheridos. Estos y los muertos habían sido subidos a cubierta.

¿Esperaban los supervivientes la reacción del asalto? Los responsables, si así podían llamarse, de la vigilancia del “Alfonso Pérez” les aseguraban con toda seriedad que ningún otro desmán ocurriría, puesto que se había reforzado la guardia. Ello no obstante, y seguramente sin la anuencia de los que así perjuraban, cayó inopinadamente sobre el barco la segunda tromba:
el consejero de Justicia, Quijano; el comisario de Policía, Neila; el gobernador civil, miembro de las Juventudes Socialistas, Ruiz Olazarán, y el anarquista Hermenegildo Torres.

Con ellos, como escolta de la muerte, varios piquetes de milicianos dispuestos a lo peor, Se habían trazado el programa en una reunión celebrada poco antes en un conventículo de la calle de Pereda. Llevaban listas preparadas y hasta montaron un tribunal de urgencia, que redujo su actuación a preguntar a los presos nombre y procedencia para dictar seguidamente sentencia fulminante, basada, cuando
más, en el apellido ilustre, la filiación derechista o el carácter eclesiástico.

Luego de varios titubeos decidieron jueces y fusileros diezmar ordenadamente las bodegas desde la primera a la cuarta. Bajaban primero
lista en mano el recinto de los presos y obligaban a los designados a subir a cubierta. Ya aquí, y a veces en la misma escalera de la escotilla. disparaban     a quemarropa sobre ellos y volvían por otra tanda. Si estas primeras ejecuciones respondieron a un plan selectivo, ciñéndose a los marcados en la lista, lo que luego se siguió fué una auténtica embriaguez de sangre a costa de los indefensos reclusos de las bodegas, señalados a bulto y sin cuidar apariencias. «A ver -decían, señalando con el índice de la mano-. ese que tiene cara de cura...» Por el hecho de vérsele a un preso un trozo de escapulario que llevaba en el pecho fué ordenada su muerte.

Está comprobado que la menor apariencia religiosa motivó aquel día la condena inmediata de quien la presentaba. ya fuese seglar o clérigo. Si con estos últimos se hizo una tanda especial, no es fácil de probar, aunque así lo exprese claramente otro testigo:
“Aparte de los que fueron ejecutados de esta manera, luego la tropa de pistoleros se dirigió a las otras bodegas y ordenaron que los sacerdotes dieran un paso al frente. Sin más preguntas, sin ni siquiera un simulacro de justicia, se asesinó de esta forma a todos los sacerdotes que había en el barco”.

Resulta casi imposible señalar con precisión los nombres correspondientes a la primera matanza en las bodegas y los que luego sucumbieron a las descargas sobre cubierta. En la lista nominal de 160 víctimas publicada por Mazorras (Cincuenta y siete semanas de angustia.

Trozos de las memorias de un caballero de España –Santander 1937-) hemos podido identificar a diez miembros del clero secular y a un seminarista, un capuchino. un escolapio y un carmelita.



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