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¡Que Dios te lo pague, capitán!

Tomado de Religión en Libertad:   http://www.religionenlibertad.com/articulo.asp?idarticulo=19147

 

 

[…] El último testimonio de este día nos lo ofrece Antonio Jambrina (que tiene un libro titulado “Memorias de mis años Oblatos”) que conserva una carta, escrita el 24 de diciembre de 1987, del Padre Juan José Cincunegui, oblato de María Inmaculada. En ella, él recuerda que:

 “Corría el trágico mes de noviembre de 1.936, mes de los mártires de Paracuellos… y os voy a contar una anécdota singular:

No todos los que fueron a Paracuellos para ser fusilados, perecieron en este intento de asesinato general. Las “sacas” continuaron en todas las cárceles de Madrid desde aquel fatídico 7 de noviembre en que comenzaron. El 27 de noviembre, festividad litúrgica de la Milagrosa, comenzaron a bajar, en la cárcel de San Antón, a los que iban a ser fusilados, entre ellos el comediógrafo Pedro Muñoz Seca. Entre los sentenciados y llamados estaban los 15 oblatos que había en la cárcel de San Antón. A eso de las once de la noche salió la primera expedición de dos autocares con unos sesenta presos, atados de dos en dos”.

Entre los expedicionarios salieron los oblatos P. Delfín Monje y el H. Juan José Cincunegui Sarasola. Eran los últimos de la lista que embarcó para Paracuellos. “-Suban a los autos”, escribe el P. Juan José.

“Nos fuimos subiendo y cuando estábamos dentro nos ataron el brazo de uno con el brazo de otro, dos en cada asiento. Cuando todo el grupo ya estaba dentro de los autobuses, uno de los jefes de los milicianos dijo: Salgan hacia Alcalá de Henares, y salimos; al llegar a Paracuellos el que mandaba a los que conducían los coches tocó un pito y dijo: “alto aquí”.

Unos milicianos se alejaron unos cincuenta metros y empezaron a conversar; no oíamos lo que hablaban. En este preciso momento llegó a donde estábamos los presos un escuadrón de caballería de militares que iban para Madrid.

El jefe que iba al frente, dijo: “alto”; y dirigiéndose a dos milicianos les preguntó:

“-¿Quiénes son éstos?”.

“-Son presos”, le contestaron los milicianos.

“-¿Presos, aquí y a estas horas? ¿Qué hacen con ellos?”, volvió a preguntar el jefe de caballería.

Allí se encuentra un camarada que está hablando con aquellos compañeros. El jefe se apeó de su caballo y se acercó al grupo que estaba dialogando. Ya no pudimos oír nada de lo que hablaban. Como a unos cinco minutos volvieron todos hacia los autobuses y el que sin duda hacía de jefe dijo: “-Sigan adelante”.

Y salimos hacia Alcalá a donde llegamos como a la una y media de la noche del 27 al 28 de Noviembre, día de la Milagrosa, patrona de las Hijas de la Caridad, en las cuales yo tenía tres tías y una hermana. En Alcalá nos metieron en la prisión militar y allí estuvimos, yo dos meses más y el Padre Monje quedó todavía en prisión”.

Hasta aquí el testimonio del Oblato. Jambrina continua refiriendo en su artículo que “las tres tías y la hermana de Juan José, desde el primer día de la guerra, habían hecho la promesa de ofrecer a la Virgen Milagrosa todos los sacrificios del día, todas las oraciones, rosarios, misas y comuniones por la liberación de Juan José. Cada semana se turnarían en esta oración continua. Finalizaba el día de la Milagrosa y Ella, sin duda, accedió a la petición de las orantes: Cuando Juan José y sus compañeros esperaban en la ladera de Paracuellos el disparo de las ametralladoras, hizo acto de presencia un capitán de caballería con su escuadrón, quien ordenó a los asesinos conducir a la cárcel de Alcalá de Henares a aquel puñado de patriotas cautivos.

¿Quién era ese capitán? Lo más probable es que jamás lo sepamos. Yo creo recordar que en el frente de Somosierra y comarca de Buitrago hubo algún sacerdote que tuvo que huir de su pueblo donde nadie le ofreció cobijo y deambulaba por los montes comiendo lo que la naturaleza le ofrecía, hasta que un día del mes de septiembre un capitán de caballería, jefe de un destacamento que procedía de Valencia encontró al fugitivo. Al interrogarle y darse cuenta de su personalidad ordenó a un sargento que, con la debida garantía, entregase al sacerdote en la Dirección General de Seguridad. Muchas veces me he preguntado si el que salvó a este sacerdote fue el mismo capitán que salvó del asesinato en Paracuellos a Juan José, al P. Delfín Monje y a cincuenta y ocho presos más de la cárcel de San Antonio. Mas lo cierto es que los que esperaban la muerte inmediata, a su voz de mando emprendieron el camino de regreso a la carretera general, y ya en ésta tomaron rumbo a Alcalá de Henares, a cuya prisión militar llegaron a altas horas de la noche del 27 al 28 de noviembre.

En la madrugada del día 28 del mismo mes y año, en la expedición que iba Pedro Muñoz Seca, sacaron de San Antón a los trece oblatos que esperaban allí y fueron todos asesinados en Paracuellos. El Dios de Misericordia habrá, sin duda, premiado con largueza a aquel capitán insigne, pues para Él ni un pensamiento, ni un gesto, ni un vaso de agua quedan sin recompensa.

Donde quiera que estés y quien quiera que seas, que Dios te lo pague, capitán”.

 El artículo completo puede leerse en:

http://www.martiresdeparacuellos.com/historia_paracuellos.htm

 



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