
MONS. SALVIO HUIX, PRIMER OBISPO MARTIR CATALÁN EN 17 SIGLOS
Mons. Salvio Huix Miralpeix, es el primer obispo mártir titular de una diócesis catalana desde que hace diecisiete siglos san Severo fue martirizado durante persecución de Diocleciano. Su beatificación es un singular signo de esperanza para la Iglesia en tierras catalanas.
Hijo de familia campesina tradicionalista de fe recia, nació en su casa solariega de Huix de Santa Margarita de Vellors, provincia de Gerona, y obispado de Vic. El padre, con espíritu de zuavo pontificio, dejó escrito uno de sus propósitos de Ejercicios Espirituales: «… por el Papa, hasta dar la vida, si es preciso. » Dice su biógrafo Narciso Tubau que “en su fondo humano el P. Huix era un soldado de la tradición”. En la casa residía siempre un sacerdote. La Misa diaria en el oratorio familiar, el Rosario en familia, la visita al Santísimo Sacramento y los meses de María y del Sagrado Corazón, eran las prácticas habituales de su piadosa familia.
Salvio entra a los doce años en el Seminario de Vic, siendo ordenado sacerdote en 1903 por el Obispo Torras y Bages, e ingresando en 1907 en la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri, de la que sería elegido Prepósito en 1922. Veinte años permanecerá como “Filipón” “en Vic.
Mas Huix en la actualidad
Profesor en el Seminario, la mayoría de sus discípulos lo escogieron como director espiritual, asi como multitud de jóvenes y padres de familia. Se levantaban a las cuatro y media, después de una hora de meditación, entraba en el confesionario, del cual sólo se levantaba para celebrar, volviendo otra vez y permaneciendo en él mientras hubiera penitentes. Por la tarde, otra hora de meditación y más confesionario. El P. Huix se acostaba siempre después de media noche. ¿Cuántas horas dormía?; muy pocas y aun éstas eran con muchísima frecuencia interrumpidas por la llamada de los enfermos, dándose el caso de tener que levantarse cuatro veces en una sola noche, para atender a otros tantos en peligro de muerte. Era el alma de la ferviente vida religiosa en la Ciudad de los Santos.
Director de la Congregación Mariana de Vic, organizó la primera asamblea de Congregaciones Marianas de Cataluña.En 1923 organizó los actos de coronación canónica de la Virgen de la Gleva como Patrona de la Plana de Vic con tal éxito que el nuncio Mons. Tedeschini quedó admirado de sus dotes y piedad. Durante el banquete festivo, al no verle en el salón, el nuncio preguntó por él para felicitarle. Fueron a buscarlo hasta por fin hallarlo absorto ante el Santísimo. Cuatro años después, en 1927, le proponía como para obispo de Ibiza, diócesis que llevaba 75 años sin obispo propio y precisaba de un pastor celoso y capaz.
Obispo de Ibiza
Se fijó como objetivo pastoral reavivar en sus diocesanos las tres devociones que estimaba fundamentales: el Santísimo Sacramento, el Sagrado Corazón de Jesús, y la Virgen María, en su advocación patronal ibicenca de Nuestra Señora de las Nieves. Gobernó con prudencia su diócesis, pero ante las leyes sectarias de la República, defendió con valor y entereza los sagrados derechos de la Iglesia y la fe del pueblo. Así, cuando aquellas leyes ordenaron quitar las cruces de los cementerios, organizó procesiones de penitencia y reparación, y en las gradas de la catedral Monseñor Huix aguardó la llegada del gran crucifijo que venía desterrado del cementerio; lo abrazó, lo cargó sobre sus hombros y lo entró en la Catedral entre la emoción de los fieles que la abarrotaban.
En 1930 el obispo de Lérida Mons. Manuel Irurita fue preconizado al obispado de Barcelona, siguiendo como Administrador Apostólico, hasta que en enero de 1935 Mons. Tedeschini propuso a Salvio Huix obispo titular de Lérida.
Sólo un año llevaba como Obispo de Lérida a la llegada de la fase sangrienta de la persecución religiosa. No le vino de sorpresa, pues había predicho las consecuencias que traerían las leyes inicuas y las protervas doctrinas con que altas instancias habían ido envenenando durante años el alma de tantas pobres gentes. El 6 de junio de 1936 ordenaba en la catedral a varios sacerdotes que en cosa de un mes iban a ser llevados al martirio como su prelado ordenante.
Premonición de martirio: Confidencias entre dos Obispos Mártires: Salvio Huix y Manuel Irurita
En reseña del viaje a Roma en visita «ad limina», escribe Mons. Huix: «Sentíamos cómo el corazón nos palpitaba con fe renovada y confirmada, en firme propósito de fidelidad hasta la muerte y el martirio si fuera menester, con la ayuda de la divina gracia.»
El Dr. Amadeo Colom Freixa, que fuera familiar del Obispo Huix, le contó al P. Salvador Nonell, fundador de Hispania Martyr, como él fue testigo de excepción de una distendida conversación entre dos prelados que pronto iban a ser mártires. Pocos días antes del estallido de la guerra, Mons. Irurita, de paso por Lérida de regreso a Barcelona desde su Navarra natal, visita a Mons. Huix, su amigo y sucesor en la mitra.
Comen juntos y comentan las crecientes amenazas que se ciernen sobre sus personas como máximos representantes de sus respectivas iglesias diocesanas, y convienen en no abandonar a sus fieles, pase lo que pase, y en ofrecer a Dios sus vidas defendiendo la fe católica del pueblo en la persecución de sangre que ahora sentían ya segura y cercana. “Y se preguntan mutuamente si Dios les tendrá por dignos del martirio; y en caso afirmativo, si sabrían prestar ellos la docilidad necesaria, y se animaban tú a tú, ambos Obispos, a decir sí… Y todos sabemos lo que pasó…”
El martirio de Mons. Huix le causó a Mons. Irurita extraordinaria pena y dolor, y queriendo imitar la conducta de su amigo, anunció a la familia Tort, en cuya casa se refugiaba, que, como él, iba a presentarse a las autoridades para ser también sacrificado. Mucho le costó a esta familia y a su Vicario General Padre Torrent disuadirle de este propósito.
Comienza el Viacrucis martirial
El 20 de julio Mons. Huix dice aun misa en su capilla, pero a mediodía golpean la puerta de Palacio gentes armadas asistidas de un oficial y varios Guardias de Asalto exigiendo practicar un registro en busca de armas.
El teniente de la Guardia de Asalto que asume el papel de dirigente lanza una velada amenaza: “desde el campanario de San Lorenzo se ha causado la muerte de una persona, por disparo, y… ” comienza el saqueo de las dependencias por turba de forajidos protegida por la Autoridad. El Obispo contiene al familiar que trata de protestar: «Es inútil, todo se ha de consumar». La Generalitat ordena que el obispo y sus familiares permanezcan presos dentro de Palacio y retiran a los guardias, dejándolos al albur de la turba revolucionaria.
Martes 21 de julio: asalto del Palacio y huida del Obispo
La sirvienta Francisca Guiu testimonia en el proceso: «A la una y media de la tarde, 21 de julio, cuando ya las turbas habían comenzado a violentar las puertas del Palacio Episcopal, tras largas cavilaciones, el santo obispo se decide a salir a la calle. Vacilaba porque, por salvar su vida, nunca hubiera tomado él semejante resolución, ya que «su deber —decía-—era de no abandonar su puesto, en el cual había resuelto morir». Pero la tomó para salvar la vida de sus familiares, todos los cuales, hasta el último portero, se resistían a abandonarle, no obstante las reiteradas instancias para que se pusiesen a salvo.” Esta su decisión de salir solo para proteger la vida de los demás, al cabo de los hechos, se demostrará acertada, pues, por su salida de palacio, «de todos aquellos que estuvieron con él hasta el último momento, ni uno solo pereció»
“Por el huerto, salió de su residencia y se dirigió a la casa de unos familiares de los porteros, distante unos diez minutos, en las afueras de la ciudad, casi en plena huerta, los cuales se la habían ofrecido aquella misma mañana. Las noticias de los incendios, saqueos y asesinatos de personas y familias enteras, y la de la llegada a la ciudad de varias columnas de los terribles milicianos de Barcelona, hacen que el pánico se apodere de esta modestísima familia de labradores, tan dispuesta días antes a tener bajo su techo a su buen pastor, y el día 23 el dueño le advirtió que su presencia les llenaba de desazón, y le dijo con toda claridad que, por el peligro en que los ponía a todos, más valía que se marchara. Don Salvio salió a las nueve de la noche solo y desorientado.»
« Soy el obispo de Lérida y me entrego a la caballerosidad de ustedes»
El Dr. Huix, al salir de aquel refugio, al final de la calle Alcalde Costa, junto a la carretera de Madrid, ve un control, con unos números de la Guardia civil y unos milicianos, y se dirige a los primeros diciendo: «Soy el obispo de Lérida y me entrego a la caballerosidad de ustedes». La sorpresa es enorme. Los guardias civiles discuten con los milicianos que lo quieren matar allí mismo, pero se impone el criterio de los guardias de consultar antes a la Generalidad. Llaman comunicando que tienen a «un pez gordo» y que ellos creen que lo procedente en aquel momento es llevarlo a la cárcel, en aquellas circunstancias el mejor refugio. Llegaron al poco un grupo de guardias de Asalto que se hicieron cargo del detenido, que a eso de las once de la noche entra el Obispo en la prisión, vestido con traje negro, e ingresa en la antigua capilla de la planta baja, donde encuentra hacinadas a unas setenta personas, una de las cuales - el tradicionalista Lisardo Portal - le cede su petate de dormir. El obispo es un preso más.
El Boletín Eclesiástico de la diócesis núm. 3 de 1938, da cuenta de sus 12 días de estancia en la cárcel, y de como le recuerdan sus compañeros: “ Obispo, humilde y sencillo, no permitía ser relevado en los oficios más bajos, yendo a por agua y haciéndolo todo como los demás presos; distribuía siempre la comida que almas piadosas le traían, entre los reclusos más necesitados, contentándose con el rancho de la cárcel; valiente y apostólico animaba a todos con su palabra, ejerciendo decididamente los sagrados ministerios, confesando, predicando a grupos de fieles, distribuyendo la Sagrada Comunión...». La sirvienta Francisca corrobora que estaba a rancho, pues repartía con los necesitados lo que ella le llevaba; que barre los suelos, lava los platos y limpia el sucísimo retrete.
El inesperado y Real Visitante de la Víspera de Santiago
El 24 de julio, víspera de Santiago, ingresaba en la cárcel de Lérida mosén Antonio Benedet, cura de Benavent. Avisado en su pueblo del peligro que sobre él se cernía, pues ya su iglesia está ardiendo, corre a salvar el Sacramento, y huye con el copón a una masía. Al poco fue detenido por unos patrulleros que tenían mucha prisa, y sin apenas registrarlo, le empujan a palos hasta su camión, sin advertir que bajo la sotana del cura va el Santísimo. Así llega a la cárcel. Un vez en la celda, Mosén Benedet le entrega su Tesoro al obispo, quien lo irá distribuyendo cada día a todos los presos que asisten a su misa clandestina.
El Obispo, baza disputada entre los Comités de Lérida y la Generalitat
Las autoridades efectivas en la ciudad del Segre eran por entonces el Comité Militar y el de Salud Pública. Sus jefes, Juan Farré y José Rodes, ambos del POUM, forcejeaban entre sí por el destino a dar a la persona el obispo preso, baza importante para su reputación y méritos revolucionarios. Rodes fue designado Comisario de Orden Público y logró en seguida que los Guardias de Asalto y la Guardia civil reconocieran el nuevo poder revolucionario.
Según Álvarez Pallás, - en « Lérida bajo la horda », pág. 43, - el Comité Militar había logrado «gran popularidad entre la chusma ordenando el fusilamiento de los jefes y oficiales de la guarnición», en tanto que el Comité de Salud Pública, celoso de este aplauso, «estimaba conveniente la selección y fusilamiento de los numerosos detenidos, incluyendo entre ellos la figura destacada del señor obispo», temiendo además que el Comité Militar afiance su prestigio revolucionario si era él quien llevaba a cabo golpe de tanta resonancia».
Barcelona reclama la entrega del Obispo Huix
A esta rivalidad sobre quién debe “despachar” el asunto del obispo, se suma un tercer pretendiente: la exigencia del Departament de Gobernació de la Generalitat de Barcelona, que reclama al prisionero, entre otros de acusada personalidad, para juzgarlos en la Ciudad Condal. Dice Fernando Gómez Catón en su “Iglesia de los Mártires”, que se trataba de dar impresión de legalidad al caso; que la desconfianza entre los tres poderes era mutua, que no se puede calibrar esta rivalidad en sus profundas motivaciones, “pero que el descabezamiento de la sociedad eclesial era la primera preocupación revolucionaria.”
La orden de Barcelona es protestada, alegando, con razón, que la jurisdicción para juzgar a los presos leridanos no corresponde a Barcelona, sino a la “justicia” de Lérida. Gobernació insiste y los Comités de Lérida exigen que la orden de traslado se les dé por escrito, pero la autoridad barcelonesa, no queriendo dejar pruebas, insiste en que se cumpla y más tarde enviará escrito. El comité más recalcitrante, el de Salud Pública, al fin dió su conformidad al traslado, aunque planeando el modo de burlarlo mediante su asalto y asesinato a la salida de la ciudad.
En la madrugada del 5 de agosto, Fiesta de Virgen Blanca Era la madrugada del 5 de agosto, festividad de N.S. de las Nieves, Patrona de Ibiza, por cuya advocación siente Mons. Huix devoción destacada. Se despierta a los presos enumerados en una lista. La lista de saca incluye la apostilla «Para su traslado a Barcelona», bajo la custodia del sargento Venancio Navas. Momentos antes de la salida el obispo, que intuye su destino, prepara a todos los compañeros para éste viaje sin retorno, dándoles la comunión. A las tres y media de la madrugada les montan en la caja de un camión. Acompañan al sargento unos pocos guardias. Cruzan el puente sobre el Segre y enfilan la carretera de Barcelona. A la altura del cementerio, Navas y su gente se ven frente a «una partida de unos doscientos hombres armados» que en medio de la carretera les cierran el paso. Mons. Huix comenta socarronamente “¡Ja i som a Sants!” (“Ya estamos en Sans”, primer barrio a la entrada de Barcelona)
“No temáis, la mejor confesión es el martirio.”
Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de Ibiza
El camión y comitiva se detuvieron. –“¿A dónde vais con éstos? - A Barcelona. -¿La orden de traslado? – La tenemos verbal. – No sirve, ¡todos abajo!” Arrarás se preguntan si los doscientos milicianos que detuvieron el camión de los presos iban de acuerdo con el sargento Navas, responsable del traslado de los presos encomendados a su custodia, al no haberlos defendido, ni haberse provisto escolta suficiente. VenancioNavas aduce en su descargo que entre los milicianos que impidieron el paso de su convoy con los presos se hallaba su jefe el alférez de Guardias de Asalto Ruperto Montoro, quien le ordenó se retirara ya que él se hacía cargo de los presos.
Encañonados los encaminan hacia el cementerio. Por el camino de cipreses piden al obispo confesión y absolución. Mons Huix les tranquiliza sonriente: “No temáis, la mejor confesión es el martirio.”
Escribe Tubau que este viacrucis “no le inmutó ni le quitó la serenidad de espíritu, porque, como san Esteban, vio los cielos abiertos.” Ruega a los fusileros lo dejen el último para confortar a sus compañeros. Mirando a su prelado y recibiendo su bendición fueron cayendo todos. Uno de los escopeteros miraba al Obispo con ojeriza y le disparó a la mano derecha, pero Mons. Huix continuó bendiciendo con la izquierda. Al llegarle su vez aquel pobre hombre quiso ser su verdugo, y le disparó varias veces sin derribarle, exclamando: ¡Parece de madera! Finalmente fue abatido.
“El Señor le había concedido la gracia del martirio que tanto había pedido” escribe un anciano sacerdote, cuyo testimonio recoge Narcsio Tubau: “El martirio, el dar su sangre, para el P. Huix no era sólo un deseo, constituía, como si dijéramos, una verdadera y constante obsesión.” En un opúsculo que redactó en Vic para sus dirigidos se contiene este ofrecimiento: “Os pido, Señor, la gracia de querer sufrir siempre cualquier tribulación, trabajo o enfermedad e incluso la muerte… y derramar la sangre si es necesario para sostener y defender el honor de vuestro Sagrado Evangelio. Confirmad Vos este propósito y con vuestra virtud divina haced eficaz y perseverante esta promesa mía.” De regreso de Roma tras visita “ad límina”, recordando las palabras de su padre, escribe: “Sentíamos como el corazón nos palpitaba con fe renovada y confirmada, con adhesión más filial al Santo Padre, y firmes propósitos de fidelidad hasta la muerte y el martirio, si fuera menester, con la ayuda de la Divina Gracia”
Este su deseo iba a cumplirse al amanecer del 5 de agosto de 1936, festividad de Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de Ibiza. La Reina del Cielo, agradecida, había hecho su postrer regalo a su fiel y valeroso siervo, el de llevarlo consigo por el camino directo del martirio a celebrar con Ella su fiesta, como primicia y cabeza de sus 270 sacerdotes diocesanos, dos tercios del total, que iban a ser como él inmolados por la fe en Lérida.