Dios lo pide y lo concede
El Papa Francisco aprobará próximamente los últimos Decretos de reconocimiento de los mártires españoles del siglo XX que serán beatificados el 13 de octubre en Tarragona. Serán en total 523, que se unen a los 1.001 que ya han sido beatificados, pero quedan todavía miles a la espera de que se concluya su Causa. Entre los nuevos mártires, los hay que fueron martirizados en 1934; otros pudieron salvarse, pero decidieron quedarse para poder seguir atendiendo a enfermos y niños; y abundan los testimonios que recuerdan a muchos perdonando a sus enemigos antes de morir...
Entre los mártires cuyo martirio será reconocido próximamente por el Papa Francisco, se encuentran 15 religiosos Paúles. A dos de ellos, los padres Tomás Pallarés y Salustiano González, que ejercían su labor pastoral en el Seminario Diocesano de Oviedo, les sorprendió el golpe de Estado de octubre de 1934, en Asturias. Detenidos y encarcelados, murieron cuando los comunistas, en su huída, volaron con dinamita, estando los presos dentro, la improvisada cárcel en la que los habían detenido.
Casi dos años más tarde, ya estallada la Guerra Civil, doce Hermanos de Congregación también fueron coronados con la palma del martirio. Hay historias verdaderamente edificantes: por ejemplo, el padre Fortunato Velasco escribió desde la cárcel: «Estoy esperando me fusilen de un momento a otro. Ruega por mí. Moriré mártir en defensa de la fe. Yo ya me he ofrecido a Dios para que se haga su santa voluntad»; más tarde, en el momento del martirio oró a Dios por sus asesinos, los perdonó de todo corazón, y murió gritando: ¡Viva Cristo Rey! Hizo lo mismo el padre Antonio Carmaniú, momentos antes de ser fusilado: «Os perdono. ¡Viva Cristo Rey, ya podéis tirar!» El padre Ireneo Rodríguez llegó a ofrecer su vida a quienes le habían detenido para salvar al resto de presos, sobre todo padres de familia, con los que compartía su celda.
Cristo no deja a nadie en la estacada
A los padres Paúles Avelino Gutiérrez y Pelayo Granado, Dios les pidió una entrega especial antes de alcanzar la palma martirial. Al primero le hicieron subir a un monte mientras le punzaban con palos. «Iba hablando solo, es decir, rezando los Misterios dolorosos del Rosario», relató después un testigo; su último esfuerzo lo hizo levantando su mano ensangrentada para bendecir a sus verdugos. El padre Pelayo, al ver los acontecimientos que se avecinaban en España, confesaba en la intimidad: «Mira, yo no temo ser mártir. Lo que temo es que me hagan sufrir mucho, porque en esos momentos tan terribles no sé lo que puede pasar…» Pero lo que pasó es que Cristo nunca deja a nadie en la estacada, y estuvo a su lado durante su martirio: al padre Pelayo le mutilaron salvajemente, privándole de sus genitales y cortando con cuchillo trozos de carne, que luego cosían con agujas colchoneras; murió desangrado por una navaja que le surcó la espalda, pero no renegó de su fe, sino que murió repitiendo: «¡Señor, perdónalos!»
Nos quedamos junto a los enfermos
La Orden Hospitalaria de san Juan de Dios ha dado a España 95 mártires, 71 de ellos ya beatificados, a los que se suman 24 cuyo Decreto de martirio aprobará próximamente el Papa. Todos ellos tuvieron la oportunidad de abandonar los hospitales en los que servían, y así salvar la vida, pero decidieron quedarse con los enfermos y niños a los que atendían. «Me quedo junto a las enfermos, pase lo que pase, y quiero correr la misma suerte que el resto de los Hermanos», se sabe que dijeron varios de ellos. También hay testimonios de perdón a los enemigos: «Vosotros me mataréis, pero yo rogaré por vosotros», dijo el Hermano Gumersindo a los milicianos que, poco antes, le habían detenido mientras servía la cena a los enfermos.
Del asilo de San Juan de Dios, en Valencia, fueron asesinados 11 Hermanos; de Málaga, 8; la comunidad Hospitalaria de Calafell, en Tarragona, fue asesinada al completo, excepto los Hermanos más jóvenes, a los que dejaron con vida para que atendieran a los enfermos; la comunidad de Ciempozuelos sufrió el asesinato de 24 Hermanos en Paracuellos de Jarama, ya beatificados por el Papa Juan Pablo II, en Roma, a los que se une ahora el Hermano Gaudencio Íñiguez de Heredia, hermano carnal del también mártir Hermano Mauricio Íñiguez de Heredia, e hijo del también Hermano Remigio Íñiguez de Heredia, que había enviudado muy joven e ingresado en la Orden...
Los 24 nuevos mártires Hospitalarios dieron un conmovedor testimonio de amor y hospitalidad hacia los enfermos que atendían, y hacia los enemigos que los llevaron a la muerte.
Cuando el Señor concede el martirio
Las Leyes de la Segunda República, abiertamente anticlericales, llegaron incluso a prohibir el tañido de las campanas de las iglesias. Cuando la norma se hizo efectiva en el pueblo barcelonés de Rubí, el párroco, don Josep Guardiet i Pujol, ideó un sistema de luces de colores que sustituía el sonido de las campanas. Ya para entonces estaba señalado como uno de los vecinos más testimoniales de la Iglesia; poco después, cuando se prohibieron las procesiones religiosas, don Josep se quejó al Ayuntamiento: «Jesús se quedará este año dentro de la iglesia, por el temor de que, saliendo, perturbe el orden público; Él, que es la pacificación de los espíritus y de los pueblos...» Cuando se desató la persecución por toda España, recibió varias oportunidades para esconderse, pero siempre las rechazó: «Mi sitio está junto a mis feligreses», decía.
El 20 de julio, una turba de gente asaltó la iglesia para quemarla, pero don Josep pidió permiso para retirar antes el Santísimo Sacramento y llevarlo a su casa. Pasó toda la noche rezando ante Jesús Sacramentado, preparándose para su previsible martirio. Llegaría por fin, apenas dos semanas después: el 3 de agosto, de madrugada, le sacaron de la cárcel y le fusilaron en la cuneta de la carretera de San Cugat al Tibidabo. Veinte años antes, había exclamado, de manera profética: «¡Rubí, Rubí, quién pudiera vivir en tu pueblo y dar por ti su sangre!» El Señor se lo concedió, y su generosidad sobrenatural la celebrará la Iglesia el mes de octubre próximo.
En la vida y en la muerte, somos del Señor
En este último grupo de mártires figuran también tres Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor, que fueron llevadas al cielo, en Madrid, en 1936. No se sabe mucho de ellas; de las Hermana Isabel Remiñán se cree que fue reconocida en la calle y una turba la apedreó, atándola luego a dos camiones para destrozar su cuerpo. A la Hermana Gertrudis Llamazares se la encontró, con la cabeza destrozada, junto a la tapia del cementerio de Hortaleza. Y de la Hermana Asumpta González, detenida el 20 de octubre, no se encontró nunca el cuerpo. Sin embargo, todas ellas, así como los 520 mártires que las acompañarán desde el cielo en la beatificación de Tarragona, y todos los mártires de la persecución religiosa de los años 30 del siglo XX en España, no hacen sino mostrar nuestra auténtica vocación: que nuestra vida está escondida, con Cristo, en Dios; y que el amor a Dios pide y concede, tanto en el día a día como en el momento del martirio, la entrega generosa hasta el amor al enemigo.
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
«El martirio es una gracia extraordinaria»
Juan Pablo II fue quien dio el impulso definitivo a los procesos de beatificación de nuestros mártires del siglo XX. No en vano, recordaba que «es preciso que las Iglesias locales hagan todo lo posible para no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio». Entre estos esfuerzos, destaca el de la asociación Hispania Martyr, creada por Mosen Salvador Nonell, que durante décadas ha mantenido vivo el espíritu de los mártires. Su actual Presidente, don Arcadio del Pozo, nos ofrece una esclarecedora entrevista para una correcta comprensión del martirio
Con las últimas beatificaciones de nuestros mártires, ¿se les está haciendo, por fin, justicia?
Nuestros mártires no precisan de nuestra pobre justicia. Ofrecieron su vida para que Jesucristo, Rey de los mártires, reinara en nuestra patria. Él se la aceptó y ya les ha hecho justicia eterna: están día y noche con sus blancas túnicas intercediendo por nosotros delante del trono del Cordero que les enjuga toda lágrima de sus ojos. Con los mártires de la persecución religiosa de los años 1934- 1939, la Iglesia en España mantiene una impagable deuda de agradecimiento que, aunque impagable, ha de ser reconocida.
¿Cree que los católicos españoles somos conscientes de este tesoro de nuestra Iglesia?
Entre los católicos españoles de hoy se halla extendida la falaz opinión de que la persecución religiosa y el martirio en España de los años 1934-1939 son cosa del pasado, una desgracia derivada de unas estructuras de injusticia social, pobreza, incultura, intolerancia y falta de diálogo..., ya superadas. Se ha dicho que la Iglesia en España en los años 30 no habría sabido evolucionar ni adaptarse a las exigencias de los nuevos tiempos, y que por ello sus mártires habrían sido sus víctimas inocentes, de cuyo recuerdo hay que pasar página cuanto antes, para que, sobre todo, no puedan repetirse.
Frente a este erróneo planteamiento sociológico, se ha olvidado una perspectiva sobrenatural de teología de la Historia, que afirma la persecución y el martirio en la vida de la Iglesia como episodios recurrentes de la perpetua lucha del demonio contra Dios. El martirio es una gracia extraordinaria que Jesucristo reserva a los que Él ya ha elegido desde toda la eternidad, y en cuya intercesión cifra nuestra Iglesia su esperanza en estos tiempos de tentación de apostasía.
¿Qué podemos aprender de nuestros mártires?
Nuestros mártires murieron proclamando: ¡Viva Cristo Rey!, y su mensaje es de alegría y fundada esperanza en que el Corazón de Jesús reinará en España, y que para ello hay que estar dispuestos a ofrecerle nuestro sacrificio y hasta nuestra vida, si fuera preciso.
Algunos pretenden minimizar este mensaje reduciéndolo sólo al perdón y a la reconciliación. Al respecto, debo decir que, entre los numerosísimos familiares y paisanos contemporáneos de nuestros mártires que he tratado a lo largo de los años de vida de nuestra asociación Hispania Martyr, no he conocido a uno solo que guarde rencor, inquina o haya deseado mal alguno a los que asesinaron a sus queridos familiares y amigos mártires. Sus deudos, al igual que ellos, ya les perdonaron y pidieron a Dios por su conversión para tenerlos con ellos en el Cielo, pues fueron quienes, sin saberlo, les abrieron su puerta franca.
Tampoco parece razonable reconciliar el odio a la fe de los inductores de la persecución religiosa de los años 30 –del que sus herederos no han abdicado– con el firme testimonio de nuestros mártires de ofrecer gustosos su vida por Jesucristo y por su Iglesia.
¿Cree usted que la Iglesia en España de hoy tiene la misma tensión martirial?
El cardenal Ángelo Amato, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, ha constatado que en los seminarios de aquellos tiempos se proponía y se vivía una auténtica pedagogía martirial que preparaba a los seminaristas a la eventualidad concreta del ofrecimiento total de la vida por Jesucristo y por su Iglesia. Debemos pedir a los nuevos mártires que no perdamos esta pedagogía martirial y la disponibilidad para el martirio, mediante la confesión pública de la fe; y que su plegaria, su intercesión y su sangre derramada sean garantía de un grande futuro para la Iglesia en España.