Celebración en Barcelona del 82ª del martirio del Obispo Polanco
Celebración en Barcelona del 82ºaniversario del martirio del Beato Anselmo Polanco Obispo de Teruel

Hispania Martyr ha venido peregrinando anualmente al monumento erigido en 1944 en el barranco de Can Tretze de Pont de Molins(Gerona), lugar del martirio de los Beatos Anselmo Polanco y Felipe Ripoll,allí asesinados con otros 41 presos el 7 de febrero de 1939 por tropas de En- rique Lister en su retirada a Francia.
Ante los signos de los tiempos que la Providencia nos envía para propiciar nuestra conversión, las medidas restrictivas de libertad de movimientos impuestasno han permitido la Santa Misa en su memoria en el lugar de su sacrificio, por lo que Hispania Martyr dispuso celebrarla en Barcelonaen la Parroquia de San Jorge el sábado 6 de febrero.
Las adversas circunstancias nos han permitido rememorar que nuestra ciudad tiene dos lugares martiriales especialmente vinculados a ambos beatos mártires, por haber permanecido presos a lo largo de todo un año en los conventos barceloneses de las religiosas Dominicas de Nuestra Señora de Sión, y en el de las Siervas de María, donde cabe recordar su martirio e invocar su protección.
La celebración se inició a las 10 de la mañana ante la Parroquia de San Raimundo de Penyafort de la Rambla de Cataluña de Barcelona, en cuyo atrio el Presidente de His- pania Martyr D. José Javier Echave-Sustaeta del Villar hizo breve semblanza del Obispo Polanco y de su detención y prisión tras la toma de Teruel por el ejército republicano el 7 de enero de 1938. Recordó como Anselmo Polanco había sido preconizado Obispo de Teruel y Administrador Apostólico de Albarracín sólo dos años antes, el 21 de junio de 1935, y como el 15 de agosto de 1937 falleció su madre en su pueblo de Buenavista de Valdavia de Palencia, pudiendo llegar a tiempo para darle la extremaunción.
Se entrevistó con Monseñor Antoniutti, delegado oficioso del Papa, quien le rogó que no volviera a Teruel, sito en primera línea del frente, alegando que ya otros prelados habían trasladado provisionalmente su sede, a lo que respondió: «Tendrán seguramente razones que yo no tengo». Pero al replicarle que una cosa era el valor y otra la temeridad, contestó: «Si eso valiera, nadie quedaría en las trincheras ni en los frentes de batalla. Mi trinchera y mi aprisco es Teruel». Recordaba mentalmente a San Agustín: “El que huya, dejando a la grey cristiana sin el alimento espiritual, es un mercenario”.
Cuatro meses después, el 15 de diciembre de 1937, comenzó la ofensiva republicana sobre Teruel, que quedó cercada, parapetándose los defensores en el seminario y en el convento de Santa Clara.
Se ha presentado a veces a Mons. Polanco como obispo audaz y decidido, pero nada más lejos de la realidad, pues era miedoso, impresionable y asustadizo. Durante el sitio celebraba la Santa Misa antes del amanecer porque tenía miedo de que, ya de día, la sirena que anunciaba los bombardeos le descontrolase y no pudiera terminarla.
El obispo rezaba, confesaba y ayudaba a bien morir, exhortando a llevar con resigna- ción las penalidades del asedio. Tras dos semanas de bombardeo y asaltos por las bri- gadas internacionales y tanques rusos, una continua nevada que dejó Teruel a 25º bajo cero, impidió su liberación por las tropas nacionales que tuvieron que detener su marcha a la orilla del Turia ante las puertas de la ciudad.

El 7 de enero de 1938 el coronel Rey d’Hartour, agotada la capacidad de resistencia, firmó la capitulación de la plaza.
Como según lo acordado los civiles serían evacuados por la Cruz Roja, Mons. Polanco salió pisando la nieve de entre las ruinas del convento de Santa Claracon su hábito agustino y su cruz pectoral a la vista, calzando unas rotas alpargatas, acompañado de su vicario – el también beatificado don Felipe Ripoll- y de una docena de sus sacerdotes. Pero el Gobierno republicano nunca le reconoció como civil evacuado, sino como un prisionero militar más, pues así convenía a su propaganda para justificar la persecución religiosa por la pretendida connivencia de la Iglesia con los militares alzados.
Fueron conducido a Rubielos de Mora y luego a al penal de San Miguel de los Reyes de Valencia, donde estuvo ocho días, y en la tarde del 17 de enero salieron de Valencia, llegando a Barcelona a las 8 de la mañana al conventode las Dominicas de Sión, entonces cuartel “Pi y Margall”.

Convento de la Madres Dominicas en 1936 En el “Pi Margall” de Barcelona
En el atrio de entrada del Convento el Beato Ansel- mo, bajo un cartel en que figuraba como cruel fascista, fue expuesto a la burla pública de transeúntes y escarnio de los enemigos de Dios.

Lugar del atrio del convento donde Mons. Polanco fue expuesto al ludibrio público. Miembros de la Junta de Hispania Martyr con el Vicario Mn. Pep Roca.
En el interior de la parroquia se veneró la reliquia de la Beata dominica Madre Josefina Sauleda martiriza- da el 31 de julio de 1936.

En el convento de las Siervas de María, cuartel “18 de Julio”
En el “Pi y Margall” los presos estuvieron una semana escasa, y el 23 de enero los pasaron al cuartel “19 de julio”, convento de las Siervas de María, cuya iglesia había sido incendiada, y estaba habilitado como “Deposito de prisioneros y evadidos”.
Fueron alojados en celdas del tercer piso, correspondiendo la núm. 6 al Obispo An- selmo Polanco, con D. Felipe Ripoll y el D. Javier García Blasco. El 17 de abril llevaron al castillo de Montjuich a los presos militares, y se trasladó a los religiosos a una celda en el piso primero
Convento de las Siervas de María, cuartel “19de julio” en 1936

Actual jardín del convento por el que se les permitía pasear una hora al día
Condiciones indignaspara liberar a Mons. Polanco

Si la situación de tener preso a un obispo sin causa procesal abierta era embarazosa para el Gobierno, resultaba insostenible para los políticos católicos que colaboraban con él. Viendo el sesgo desfavorable de la guerra, se anunció un programa de moderación que proponía el libre ejercicio de prácticas religiosas, pero para su credibilidad había que resolver el asunto Polanco, que se confió al ministro de Justicia, el católico Manuel Irujo, cuota asignada al nacionalismo vasco por su integración en el gobierno.
Irujo encomendó la gestión al canónigo Alberto Onaindía,dirigente de asuntos eclesiásticos del gobierno vasco, quien en marzo de 1938visitó a Mons. Polanco, ofre- ciéndole en nombre del Gobierno la libertad a cambio de dos condiciones.
Alberto Onaindía con el Presidente Aguirre
Del resultado de la entrevista da cuenta Onaindía al Vicario General: «Padre Torrent, porque lleva el señor Obispo a tal extremo su intransigencia y terquedad,que, habiéndole yo dicho: -mañana mismo pasará su Ilustrísima la frontera, si promete no volver a la España facciosa -, ha llegado a responderme: "-Señor Onaindía, soy Obispo católico y debo estar a las órdenes del Romano Pontífice. No puedo, de consiguiente, aceptar esa condición, aunque el rechazarla me cueste la libertad y la vida». Ante tal respuesta, el emisario no se atrevió a insinuarle la segunda condición, que sería la de reconocer haber sido presionado a firmar la Carta Colectiva del Episcopado.

A fines de septiembre le llevaron a la cárcel el pliego de cargos para que los contestara. El Vicario General, P. Torrent le trajo el «Codex» para argumentar su defensa, y narra que a la imputación de haber firmado la Carta Colectiva, Mons. Polanco res- pondió: “Hay en la carta doctrina y hechos. En cuanto a la doctrina nada tengo que rectificar, pues es doctrina dela Iglesia.
En cuanto a los hechos cabe algún error, que, una vez demostrado, lo rectificaré con gusto; mas en el hueco del dato erróneo, eliminado y rectificado, puedo colocar otros de los que fui testigo; por ejemplo, los crímenes rojos de Albarracín, que no puedo ni debo silenciar».Tras entregarel obispo la contestación a los cargos, no se practicó diligencia alguna y el expediente fue archivado.
Durante los trece meses en que Mons. Polanco estuvo preso hubo distintas gestiones para su liberación, la mayoría a través de dirigentes nacionalistas vascos aliados al Gobierno republicano, y de Unió Democrática en Cataluña, pero todas fracasaron.
El 30 de julio el P. Torrent llevo la Comunión al obispo y a sus sacerdotes compañeros de cautiverio, y les autorizó a celebrar misa en su celda. Las mujeres de la capilla vasca le llevaron una casulla y ornamentos pero el obispo se negó a recibir nada de ellas, por lo que tuvieron que dárselo al Vicario Episcopal para que se lo hiciera llegar. La primera misa la dijo el obispo el 28 de agosto, fiesta de su Padre San Agustín. Cada quince días el P. Torrentle llevaba formas y vino. Recibió del cardenal Verdier un preciado regalo que le había pedido a través de un mediador: una reliquia de santa Teresita del Niño Jesús que llevó consigo hasta la muerte.
Salida de los presos del “19 de julio” hacia la frontera francesa
El 8 de noviembre retornaron los presos militares de Montjuich y la vida del obispo en el “19 de Julio” transcurre monótona hasta el 23 enero de 1939 en que ante la in- minencia de la entrada de los nacionales en Barcelona son llevados a Santa Perpetua.El día 25, les suben a un tren con destino a Puigcerdá, y el día 27 fueron llevados a Ripoll, y desde allí a pie a San Juan de las Abadesas bajo un torrencial aguacero. El 31 de enero los presos mayores de 50 años fueron llevados a Pont de Molins.
Llegó orden de Vicente Rojo que«el Obispo de Teruel y demás personalidades de relieve fueran llevadas a Valencia desde Rosas», pero haciendo caso omiso, Enrique Líster ordenó al comandante Pedro Díaz se apoderara de los recluidos en Pont de Molins y los asesinara, lo que éste hizo a las afueras del pueblo. Aquel 7 de febrero de 1939 las almas de Mons. Anselmo Polanco y de Don Felipe Ripoll llegaban directamente al Cielo, pues para los mártires no hay purgatorio.
Santa Misa en la Parroquia de San Jorge de Barcelona
Tras la visitas y oraciones en la Parroquia de San Raimundo de Peñafort y el convento de las Siervas de María, a medio día se celebró la Santa Misa en la Parroquia de San Jorge de Vallcarca.

Fue oficiada por su titular, Consiliario de Hispania Martyr, Mn. Antonio Gómez Mir, quien en fervorosa homilía destacó la sorprendente serenidad y firmeza del Beato Anselmo Polanco ante las adversidades, y su testimonio como un don que el Espíritu Santo da a sus mártires que, como dijo el Papa San Juan Pablo II en su beatificación, es: «Signo vivo del poder de Cristo que actúa en la debilidad humana», que hemos de pedir por su intercesión.
Acabada la Misa, Mn. Antonio Gómez tomó la reliqua del Beato Anselmo y bendijo con ella a cada uno de los asistentes en sus bancos, mientras se cantaba el «Cristus Vincit»y el motete de su beatificación: «El mismo Cristo, único señor de todo el univer- so, el Rey de reyes y Señor de señores, es la gloria de los mártires. A Él se dé la gloria, el honor en los nuevos beatos mártires, ahora y por siempre».

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