Carta pastoral del cardenal Juan José Omella sobre la beatificación por martirio del joven John Roig Digle
«¡Dios está conmigo!»
Carta pastoral del cardenal Juan José Omella sobre la beatifica- ción por martirio del joven John Roig Digle el próximo 7 de noviembre de 2020 en el Templo Expiatorio de la Sagrada Familia de Barcelona

“El pasado día 3 de octubre de 2019, recibimos con inmensa alegría la buena noticia de que el papa Francisco había firmado el decreto por el cual se reconoce que el joven Joan Roig Diggle, nacido en nuestra archidiócesis de Barcelona, martirizado por su fe, sería declarado beato en ceremonia que se celebrará, si Dios quiere, el próximo día 7 de noviembre en la basílica de la Sagrada Familia. (…) Ojalá su testimonio pueda suscitar en nosotros el deseo de seguir a Jesucristo con alegría y generosidad, tal como él lo hizo.
El día 12 de septiembre de 1936 al amanecer era ejecutado, sin juicio previo, un joven cristiano de diecinueve años: Joan Roig Diggle, hijo de Barcelona, bautizado en la parroquia de la Concepción, que vivía en El Masnou. La ejecución tuvo lugar cerca del cementerio de Santa Coloma de Gramenet.
Sólo fue uno el motivo de su muerte: Joan –o John, como le llamaba su madreMaud, inglesa de nacimiento– era un joven cristiano de corazón y de hechos. Vivía una profunda amistad con Jesús, que esparcía con ardor entre todos aquellos que se le acercaban, comenzando por el grupo de vanguardistas de la Federació de Joves Cristians de Catalunya (FJCC) en El Masnou –«la Acción Católica catalana», que agrupaba a niños y adolescentes de entre 10 y 14 años– y del cual él era responsable.
Joan, hombre de oración y verdadero apóstol, vivió como testigo del amor a Dios y a los demás, y murió como mártir de la fe en Jesucristo. Por ello, ha sido reconocido por el papa Francisco como modelo y ejemplo para los jóvenes cristianos.
Nuestra Iglesia de Barcelona se alegra de contar, entre los hijos que el Espíritu Santo le ha dado, con un joven que, como el beato Pere Tarrés, médico y presbítero, fundamentó su vida espiritual y su compromiso cristiano en la F.J.C.C., de la que Joan Roig era vicepresidente Comarcal del Maresme. La alegría de nuestra archidiócesis es grande porque la vida del nuevo beato puede ser propuesta a todo el pueblo cristiano, sobre todo, a los jóvenes, como tesoro de bien y santidad. En tiempos complejos como este de pandemia, brilla con más fuerza que nunca el testimonio de los mártires de Cristo.
«God is with me!»
Acerquémonos a la figura del joven Joan Roig Diggle a través de tres frases fundamentales que pronunció durante su pasión, entre la noche del 11 de septiembre de 1936 y el amanecer del día siguiente, en que la Iglesia celebra la memoria del Dulce Nombre de María.
Pocos instantes antes de abandonar el domicilio familiar en El Masnou, donde había ido a prenderle un pelotón de hombres de la FAI –organización anarquista radical–, Joan Roig se abrazó a su madre y con voz dulce le dijo: «God is with me!»(« ¡Dios está conmigo!»). Poco antes se había administrado a sí mismo la Eucaristía. Había recibido el cuerpo precioso de Cristo y, por lo tanto, realmente, ¡Dios estaba con él!
A las puertas de la muerte, el mártir revive los sentimientos de Jesús durante su pasión: « ¡Dios está conmigo!». Después de la última cena, Jesús deja el cenáculo y se va al huerto de Getsemaní a orar. Necesita sentir la presencia del Padre en su corazón de Hijo. Sabe que le llega la hora decisiva, la hora en que su espíritu deberá estar listo para hacer frente a la injusticia y a la violencia que le caerán encima. Es la hora de las tinieblas, el tiempo en que el mal parecerá vencer. Jesús se deja caer al suelo y ruega al Padre que, a ser posible, le sea ahorrada la pasión que le espera. Pero reacciona inmediatamente a la angustia que le invade ante la prueba tan dura que deberá pasar y se dirige al Padre exclamando: «Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres Tú» (Mt 26,39). La voluntad de Dios es que Él, Jesús, sea entregado en manos de aquellos que pronto vendrán a buscarlo. Y Jesús accede: «El Hijo del hombre va a ser entre- gado en manos de los pecadores»(v. 45).
Podemos decir que Joan Roig entra en la pasión de manera similar al que es Maestro y Señor, en cuyo rebaño él es una pequeña oveja. Jesús acepta la voluntad de Dios y se pone en sus manos: «como quieres Tú». Esta frase de Jesús en Getsemaní significa que Jesús se abandona en las manos del Padre. El beato Carlos de Foucauld lo ha expresado así en su conocida oración: «Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea, te doy las gracias. Estoy dispuesto a todo,… Te confío mi alma,... con una infinita confianza, porque Tú eres mi Padre».
Existe una continuidad entre el «como quieres Tú» de Jesús en el huerto de Getsemaní y las expresiones de dos mártires tocados por la santidad, discípulos fieles de Jesús: el «porque Tú eres mi Padre» de Carlos de Foucauld y el « ¡Dios está conmigo!» de Joan Roig. Ante la pasión, lo único que sirve es ponerse en manos de Dios y constatar que Él no está lejos sino cerca, dentro de cada uno, en el corazón y en el pensamiento del mártir que toma la decisión de ponerse en sus manos.
« ¡Dios está conmigo!», «God is with me!» es su secreto. En otras palabras, el secreto de Joan Roig Diggle es su espiritualidad. Joan es un chico espiritual porque vive una familiaridad constante con las cosas de Dios: está unido a Él, se siente cercano a Jesús, se comporta con docilidad al Espíritu. No debemos pensar que Joan sea un superhéroe que haya tenido experiencias extraordinarias, inalcanzables para el resto de las personas.
Joan Roig abandonó sereno su casa en El Masnou, apresado por quienes serían sus verdugos. También es así, en paz, como Jesús dejó el huerto de Getsemaní, detenido por los guardias del templo. El joven cristiano de Barcelona había pasado por momen- tos de angustia cuando, antes de detenerlo, los miembros armados del pelotón habían casi forzado la puerta de la casa, habían registrado y medio destrozado la vivienda, y a él, a punta de pistola le habían obligado a quedarse en la habitación con las manos en alto. Joan Roig es un hombre de paz, que no practica ni responde a la violencia con más violencia, un cordero llevado a matar, quien, como Jesús, no engañó jamás a nadie, que no contesta con insultos, que no responde con amenazas (cf. 1Pe 2,22-23).
« ¿Qué mal ha hecho?»
La escena de violencia en la casa culmina con la exclamación de la madre de Joan, quien, desesperada ante los diez hombres armados del pelotón de la FAI, exclama: «No os lo llevaréis. ¿Qué mal ha hecho?». La pregunta es idéntica a la que Pilato, el gobernador romano de Judea, dirige a los que se han presentado ante él exigiendo la con- dena a muerte de Jesús (Mt 27,23; Mc 15,14; Lc 23,22). Pilato está convencido de la inocencia de Jesús y pide explicaciones a los que piden a gritos que decrete su crucifixión. La respuesta justa, sin embargo, es la del buen ladrón: «Este no ha hecho nada malo» (Lc 23,41) (…)
¿Qué mal ha podido cometer Joan durante sus 19 años de vida? Su madre, viendo que se llevan a su hijo, intenta desarmar a los violentos con la verdad, y casi lo logra: los hombres del pelotón dudan por un momento y se quedan inmóviles, sin saber cómo reaccionar. Entonces, el jefe los abronca: «¡Cogedle! ¡Vamos!». No hay ninguna razón para cogerlo y lo saben. Joan es inocente, no ha hecho ni ha dicho nada malo; el registro de su casa ha sido inútil.
El mártir es víctima de las tinieblas, las cuales, momentáneamente, pretenden apagar la luz, pero fracasan.Joan, que sale de su casa en El Masnou detenido dentro de un coche, es un joven cristiano que entra en su pasión y que se acerca al martirio de manera consciente y pacífica, sin miedo ni temor, con el corazón limpio de sombras y estorbos.
El mal se vence con el bien y el amor, y el Bien supremo es la presencia de Dios y de Cristo en el corazón de aquel joven atleta que seguirá el camino de la cruz de Jesús hasta el final, hasta el punto de dar la vida. (cf. Jn 1,5).Su santidad se manifiesta de manera luminosa en el martirio.
Este martirio es la culminación de toda una vida no menos luminosa, ejemplo para todo el pueblo de Dios, particularmente para vosotros, jóvenes. El director espiritual de Joan Roig fue Mn. Pere Llumà, consiliario de la F.J.C.C. en el Maresme, que escuchaba cada semana en confesión al futuro mártir y le orientaba espiritualmente. Joan era obediente y le abría los rincones más íntimos de su conciencia.
Nos explica Mn. Pere que, durante un cierto tiempo, lo que preocupaba a Joan era si sabría mantener su amor a Dios para siempre y por encima de todo, «aunque dejara de haber cielo e infierno», insistía nuestro beato. El mismo Joan se respondió a sí mismo:
« ¡Oh, sí! Yo amaría a Dios». (…)
Joan tenía una duda que le molestaba y supo darle una respuesta desde la fe. No buscó ninguna respuesta fuera de la confianza en el Señor. Por ello, si mantenemos la confianza plena en Dios, la fe siempre será, en nosotros, más poderosa que la duda. Si aceptamos la certeza de que Dios nos ama y que no nos fallará, las posibles dudas se desvanecerán acto seguido.
La fortaleza del corazón viene de la fuerza del amor. El libro, de Lluís Badia Torras, Joan Roig i Diggle. Una vida jove que parla als joves, El Masnou: Associació d’Amics de Joan Roig i Diggle 2001, citado profusamente en estas páginas constituye el testimonio principal de la vida y muerte de nuestro mártir.
El amor que Dios nos tiene hace posible que le podamos dar nuestro amor. Joan exclama que Dios siempre tendrá su amor. La santidad arranca del diálogo de amor entre Dios y nosotros, y es el fundamento de la vida espiritual cristiana.
Joan poseía un alto sentido de paternidad en relación con su grupo de vanguardistas, del cual él era el responsable. Joan los cuidaba, se ocupaba de las cosas más pequeñas que les afectaban y los instruía de forma comprensible y directa. Todo ello brotaba de su oración y de su deseo de estar cerca de Dios (…)
Joan Roig quería «alcanzar la máxima felicidad para siempre», y escribía: « ¿De qué me servirá poseer una sólida cultura si no ha de servirme para conocer a Dios?». Y así insistía: «¡Yo sé que desde el día en que abrí los ojos al mundo, nací, no a una vida de 10, 40 o 90 años, sino a una eternidad!»
Joan Roig era un chico que vivía en una presencia constante de Dios. Lo llevaba en su interior, de manera discreta –¡la santidad siempre es discreta!– pero real y efectiva. Persona arrebatada y nerviosa en las formas y humilde en el fondo, era «limpio de corazón», un joven cristiano que vivía el espíritu de las bienaventuranzas evangélicas, amigo del bien y enemigo del mal, transparente como el mar azul de su Masnou, modelado por el amor a Dios y presto al servicio de todos sus hermanos más pequeños.
«Estoy feliz. Seré otro Tarsicio»
Aquella noche del 11 al 12 de septiembre de 1936 los vehículos del pelotón rompieron el silencio. Joan y su madre estaban en sus habitaciones cuando oyeron que se acercaban a su casa, que pronto quedó rodeada de gente armada e iluminada por los faros de los vehículos. Era inútil la fuga. Madre e hijo estaban en la habitación de Joan. Allí se encontraba la reserva eucarística, que Mn. Pere Llumà le había entregado en Barcelona el día anterior, para poder nutrirse del sacramento eucarístico y distribuirlo a otros en una situación en que su vida estaba realmente en peligro.
El mártir le dijo que incluso iría a Francia a pie para recibir la Eucaristía ni que fuera «una sola vez» y Mn. Llumà le confió, como él mismo escribe, «el sublime tesoro de la Eucaristía», lo que provocó inmediatamente la gratitud de Joan, que exclamó: «Estoy feliz. Seré otro Tarsicio». Faltaban veinticuatro horas para que Joan Roig diera la vida por Cristo. Providencialmente, fue fortalecido por el cuerpo de Cristo el último día de su vida. El día 11 de septiembre por la mañana Joan Roig distribuyó la comunión a personas amigas de El Masnou en el domicilio de la Sra. María J. Rosés. La comunión que Joan Roig se dio a sí mismo el 11 de septiembre por la noche huele a Jueves Santo, respira un aire sacerdotal.
La pasión del joven Joan Roig Diggle quedó sellada por la comunión que la precedió.
Joan Roig, preguntado por su director espiritual sobre los motivos que lo llevaban a levantarse cada día a las cinco de la mañana para ir a misa y recibir la sagrada comunión antes de ir a trabajar, respondió, como los mártires de Abitinia, que «no sabría cómo vivir sin comulgar».Su madre explica que Joan, cuando todavía era niño, le comunicó que de mayor quería ser misionero para que todo el mundo conociera y amara a Jesús.
Joan comulgó de noche como lo hicieron los discípulos el Jueves Santo en la Última Cena. Como ellos, tomó el cuerpo de Cristo. Joan Roig recibió el pan del cielo e inició su pasión nutrido con el alimento de vida eterna, y quedó sellada por la comunión que la precedió.
Jesús, el Dios con nosotros, estuvo con él acompañando todo su camino martirial. La amistad con Jesús, vivida sobre todo en la Eucaristía, traspasa toda la vida de Joan, sus palabras, su manera de hacer, su relación con los demás, sus proyectos vitales, su capacidad de entregarse. Mn. Llumà da testimonio de ello cuando escribe que «su profundo amor a Cristo... le hacía permanecer arrodillado tres cuartos de hora ante Jesús sacramentado».
Ahora me gustaría detenerme en un breve texto escrito por Joan, que manifiesta cómo su corazón se sentía unido a la persona de Jesús y cómo comunicaba a los demás jóvenes su relación con Él. El escrito lleva por título «Vida...!» y salió publicado en la revista local del grupo 159, el Mar Blava, miembro de la Federació de Joves Cristians de Catalunya.
Joan Roig era el delegado de la sección de Piedad de este grupo fejocista y en este artículo subraya, con palabras vibrantes, que «la plenitud de nuestro ideal es Cristo», puesto que «solo Él, el Maestro divino, puede llenar la gran penuria de amor, de vida, de luz, que anhela el corazón de los jóvenes».
Ser delegado de Piedad significaba promover la vivencia cristiana de los miembros del grupo de la F.J.C.C., y este servicio pasa por el conocimiento y el amor a Jesús. Joan iba a la raíz de las cosas y sabía hablar tocando el corazón de los jóvenes.
Apóstol de los jóvenes, todo lo sacaba de su amistad con Jesús. Esta amistad, sólida y apasionada, le llevaba a un intercambio de vida con Jesús, según las palabras del apóstol Pablo a las cuales él hace referencia en el breve artículo. Joan escribe: «Nos podremos lanzar a la conquista decidida, por Cristo... de toda la juventud de nuestra tierra, porque haciendo nuestras las palabras de san Pablo podremos decir: “No somos nosotros sino Cristo quien vive en nosotros”. ¡Todo lo podremos en Cristo!».
La frase de san Pablo es uno de los puntos culminantes de su mística. Pablo escribe:
«No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). Observamos que Joan, un auténtico apóstol de los jóvenes, ha cambiado el singular por el plural, porque quiere impulsar que sus lectores fejocistas entren en la relación de amor con Cristo que él mismo vive de manera personal y encendida. Joan sueña en llevar a toda la juventud de Cataluña al Evangelio y piensa que esta es la tarea de los jóvenes cristianos de la Federación: «Salvaremos la Patria... con el fuego santo del Amor, con Dios». Para Joan Roig, esto quiere decir apartar el odio y la envidia y alcanzar la paz verdadera, que se consigue gracias al amor.
La unión con Dios y con Jesús es el fundamento de la vida interior y, por ello, escribe que la persona «vencerá el mal, no con sublimaciones, ni con luchas sino con la caridad».Este último pensamiento, escrito en marzo de 1936, es sobrecogedor si pensamos en la fuerza del mal que estaba a punto de abatir la vida de aquel joven cristiano de diecinueve años y de impactar sobre el conjunto de la sociedad. Un mal incontenible provocaría un desgarro terrible, una persecución implacable que llevaría a la muerte a unos trescientos jóvenes fejocistas, mártires de Cristo,entre ellos a nuestro Joan.
Joan entendió que el mal solo podía ser vencido con el amor, y cuando llegó la hora decisiva, se revistió, como dice el apóstol Pablo, «con la coraza de la fe y del amor, y teniendo como casco la esperanza de la salvación» (1Te 5,8). Es así como aquel soldado de Cristo salió a librar el último combate.
Pocas semanas después de las elecciones de febrero de 1936, que dieron el triunfo al «Frente Popular», Joan Roig escribe un breve artículo en la revista Flama, el semanario de la Federació de Joves Cristians de Catalunya, que lleva por título «Ara més que mai» («Ahora más que nunca»)en el que futuro mártir reflexiona sobre las causas que han dado la victoria a los partidos «revolucionarios», y responde que no es porque el pueblo catalán sea partidario de la revolución, sino por «la existencia de un anhelo de justicia social.»El joven fejocista concluye: «Ante el monstruo de la revolución... demos a los hombres esa paz, esa justicia, ese amor que buscan con tanto afán y no saben encontrar. Es necesario predicar, propagar y hacer conocer la Doctrina Social de la Iglesia» (…)
Nunca se separó del Evangelio, y murió perdonando, compadeciéndose de las multitudes que vivían «extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). La misericordia le acompañó mientras vivió y en el momento de la muerte, y cuando el 19 de julio de 1936 quemaron la iglesia de San Pedro de El Masnou, y la casa de Dios quedó profanada y vacía, Joan no dejó de mirar la situación con ojos de misericordia: los que habían quemado la iglesia movidos por el odio eran, de hecho, hijos del Padre del cielo y hermanos de los que ahora se habían quedado privados de la casa de Dios en la tierra.
«Que Dios os perdone, como yo os perdono»
Tras el incendio de la iglesia parroquial y los locales de la F.J.C.C., Joan se recluyó dos semanas en una casa amiga de El Masnou, pero luego decidió volver al trabajo en Barcelona, a donde iba y venía en tren cada día, con el fin de contribuir a la precaria situación económica de la familia.
Ya entrada la noche del 11 de septiembre, los coches del pelotón se trajeron al prisionero Joan Roig de El Masnou a Barcelona con la probable intención de que los condujera hasta su padre, escondido en la capital. Llegados a Barcelona, no encontraron al padre de Joan en los dos domicilios que registraron –el segundo de los cuales era un estanco del paseo de Gracia, regentado por el tío de Joan. Entonces hicieron el camino de vuelta al Maresme, hasta que llegaron cerca del cementerio nuevo de Santa Coloma de Gramenet. Allí hicieron bajar al joven del coche. Había llegado el momento del martirio.
«Queremos una Cataluña roja, pero roja de la sangre de sus mártires»
Joan Roig se había preparado interiormente para ese momento. Después de que en julio quemaran la Federació, se quedó un par de días sin poder articular palabra, hasta que al final exclamó: «Ahora más que nunca tenemos que luchar por Cristo». Estas palabras constituían la concreción de un discurso que meses atrás había dirigido a los vanguardistas, en el que les había dicho: «Quizá entre vosotros habrá algún mártir... No importa. Queremos una Cataluña roja, pero roja de la sangre de mártires». Era una profecía de martirio. El mártir no busca el martirio pero lo acepta –¡y lo prevé!– cuan- do la persecución llega. Entonces no se echa atrás. Acoge la voluntad de Dios sobre él y con toda mansedumbre y humildad se prepara para el momento de la prueba.
Explica su madre, Maud, que en aquel período Joan se preocupaba de los que eran asesinados y que cada noche, arrodillado a los pies de su cama, apretaba su crucifijo entre las manos y oraba pidiendo fortaleza para los unos, perdón para los otros, misericordia para todos. Al amanecer del 12 de septiembre también fueron estoslos sentiimientos de Joan Roig.
¿Cómo mueren los mártires? Como Jesucristo, el Maestro, siguiendo sus huellas, es decir, perdonando. Cuenta el Evangelio de Lucas que «cuando llegaron al sitio llamado de la Calavera, crucificaron a Jesús... este decía:“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”» (Lc 23,33-34). Joan llega a un lugar cerca del cementerio de Santa Coloma, que será, para él, la colina del Calvario.
Quienes le fusilarán han escuchado sus palabras, dulces y firmes, amables y profundas. Se quedaron atónitos de la fortaleza de aquel chico delicado y flaco. Joan Roig muestra una serenidad y una entereza fuera de lo común. Antes de disparar, le permiten hablar. Entonces, el mártir queda totalmente asimilado a Jesús, el Señor, el Rey de los mártires, que desde la cruz pidió el perdón para quienes le crucificaban. Joan, discípulo de Cristo, pide igualmente a Dios el perdón para los que tienen que matarle: «Que Dios os perdone». Y acto seguido les ofrece su perdón: «como yo os perdono». La oración por quienes serán los ejecutores de su muerte y la declaración pública de perdón hacia ellos sellan su camino martirial.
Cinco disparos traspasan el cuerpo del joven mártir, como las cinco llagas que agujere- an el cuerpo de Jesús crucificado, como los cinco padrenuestros que cada noche Joan rezaba. Después, uno del pelotón le disparó el tiro de gracia en la sien, para certificar su muerte. Tampoco en eso Joan Roig no fue más que su Señor, al que un soldado, para asegurarse de que ya estaba muerto, «le traspasó el costado con una lanza»(Jn 19,34). (…)

Conclusión
En la encíclica Tertio millennio adveniente (1994), el papa san Juan Pablo II dirigía su mirada a la historia cristiana y hacía esta afirmación: «Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires» (n. 37). … Es aquella multitud de la que habla el libro del Apocalipsis (Ap 7,9): «multitud de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas» que iban «vestidos de blanco y llevaban palmas en las manos.»
El joven mártir subraya la soledad de la villa de El Masnou, que ha quedado sin la presencia eucarística de Jesús. El mártir recibe la ayuda divina de la paz interior. Desde que lo detienen en su casa de El Masnou hasta el momento de la muerte cerca del cementerio de Santa Coloma, Joan está lleno del amor de Dios, de aquel «God is with me!», «¡Dios está conmigo!», con el que se había despedido de su madre. Existe un contraste absoluto entre la paz del mártir y la violencia que le rodea. El mal acecha al mártir, pero él se fía de las palabras de Jesús («no hagáis frente al que os agravia», Mt 5,39) y responde con el perdón.
Joan Roig se añade a aquella multitud de mártires cristianos de todos los tiempos, gente mansa y humilde, que ha apartado la violencia de su corazón y en su lugar ha puesto la alegría de la fe y del amor. Joan quería salvar su alma y la de los que le rodeaban, deseaba vivir con el Señor, tanto en este mundo, donde ya experimentamos la vida que el Padre nos da, como en el Reino celestial, donde todo llega a la plenitud de Dios.
Debe tenerse presente, sin embargo, la gran paradoja cristiana. Dice Jesús: «Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,35). Joan quería salvar el alma, es decir, la vida, y lo consiguió dándola, perdiéndola y volviendo a encontrarla. Cuando la dio muriendo por Cristo, ya la había dado muchas veces por Él y por el Evangelio, aunque sin llegar a derramar la sangre. Todo su corazón era de Jesús y de los hermanos. Su castidad, puesta en manos de María, la Madre de Dios, era un don que movía su corazón de apóstol. No se había buscado a sí mismo, no había buscado su «yo» y, por lo tanto, era «limpio de corazón» (Mt 5,8).
Llegado el momento de la prueba, Joan ofreció la propia vida, no contaminada por el pecado, y demostró que, con la ayuda de Dios, la violencia y el odio pueden ser vencidos por el amor y el perdón. El joven mártir barcelonés siguió las huellas de Jesús y, en palabras del santo obispo Ignacio de Antioquía, se hizo «imitador de la pasión de mi Dios» (Carta a los romanos 6,3).
Igual que su homónimo, el joven apóstol Juan, hijo del Zebedeo, Joan Roig proclamó que podía beber la copa que bebió el mismo Jesús (cf. Mt 20,22). Joan Roig bebió, ciertamente, la copa del martirio y ahora, santo entre los santos, intercede por todos nosotros.
Deseo que los jóvenes de nuestra archidiócesis, a quie- nes precisamente se está de- dicando el Plan Pastoral Diocesano de este curso, aprendan a seguir las huellas del beato Joan Roig. Solo podrán ser auténticos apóstoles si saben acercarse a Cristo con la sencillez y la generosidad con la que él lo hizo.
A nuestro nuevo beato Joan Roig Diggle, le confiamos toda la actividad pastoral con y para los jóvenes. Que él interceda por nosotros y nos acompañe desde el cielo. Y no olvidemos nunca las bellas palabras con las que se despidió de su madre antes de morir: « ¡Dios está conmigo!».
Sant Pere del Masnou (Barcelona), 12 de septiembre de 2020
† Card. Juan José Omella Omella Arzobispo de Barcelona
Leer íntegra la carta de Mons Omella en catalán en: https://joanroigdiggle.com/documents/carta-pastoral-deu-es-amb-mi/Video de presentación de la futura beatificación en https://youtu.be/APKlHY4Xx-4Más información en Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

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