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José María Peris Polo, rector del Seminario de Barcelona

15 de agosto de 1936

 BEATO JOSÉ MARÍA PERIS POLO, RECTOR MÁRTIR DEL SEMINARIO DE BARCELONA

 

Sacerdote Operario Diocesano del Corazón de Jesús

  

LA MAYOR HONRA, EL MARTIRIO

  José María Peris Polo nació en Cinctorres, Castellón, diócesis de Tortosa, en 1889. Estudiante en el Colegio de San José, unos misioneros llegados para dar unas conferencias invitaron si alguno quisiera ir con ellos. José María se ofreció. Pidió permiso a sus padres, y la madre, alarmada, se opuso, alegando, que allí lo matarían. A lo que repuso el niño: ¡Qué mayor honra le pudiera caber a usted que tener un hijo mártir!». A los 15 años ingresaba en el Seminario de Tortosa. Ordenado de menores, en 1912 fue admitido en la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos como aspirante. Dos años después recibía el presbiterado. En 1916 fue nombrado director del Colegio de Tortosa, cargo que desempeñó durante diez años, al cabo de los cuales fue nombrado director del Seminario de Córdoba.

 “No cambiaría a este rector por nada del mundo.”
Mons. Irurita Obispo de Barcelona

 En 1933 fue destinado a dirigir interinamente el Seminario de Barcelona con sus 250 seminaristas. El padre Gabriel María Brassó, monje de Montserrat, que fue alumno de mosén Peris en el Seminario de Barcelona, dice de él: «Transformó el Seminario. Cuando él llegó de rector, el Seminario atravesaba una fuerte crisis en todos los aspectos, particularmente disciplina, espíritu eclesiástico y piedad. Como prueba aduzco que incluso en un periódico de izquierdas de Barcelona se publicaron al menos dos artículos firmados con el seudónimo 'Un Seminarista', contra los superiores del Seminario y el régimen del mismo. Incluso ante el Santísimo solem- nemente expuesto en la capilla se realizaron actos colectivos de indisciplina. » Llegó don José María Peris e inmediatamente se notó un cambio en la disciplina y en el ambiente de formación».

 El obispo mártir don Manuel Irurita le apoyó en todos sus proyectos. Un testigo afirma: «Fue un excelente rector del Seminario de Barcelona. Yo mismo oí decir al señor obispo mártir, doctor Irurita, que no cambiaría a este rector por nada del mundo.» Consiguió en poco tiempo orden y disciplina en el Seminario. Su rectorado en Barcelona la considero como de oro» Para el curso 1935-1936 logró sesenta nuevos seminaristas, lo que no dejaba de ser un triunfo en circunstancias tan difíciles.”

 “Quisiera decir yo lo que dice el señor obispo: 'No nos caerá, no, esa breva, la breva del martirio” 

Cuadro representativo de la Iglesia mártir de Barcelona, presidida por su Obispo Mons. Irurita, y con el retrato de un mártir del clero regular y de cada Congregación religiosa asesinado en el cementerio de Montcada, que preside la sede de Hispania Martyr en Barcelona

 El Beato Peris escribe el 19 de febrero de 1936, tras el triunfo electoral de las izquierdas: »El trance es verdaderamente apurado. Los curas de los pueblos están muy amenazados, y acaso más que todos el señor obispo, contra el cual dirige la puntería la prensa izquierdista en los últimos días. Me ha dicho él, y lo he sabido también por otro lado, que estaban ya señalados y armados los que debían asesinarle la noche del lunes... y, a pesar de todo, está tan tranquilo y respirando paz y ansias de mártir.Nuestros chicos están preparados como para salir. Y en cuanto a nosotros, que el Señor disponga como le plazca. Quisiera decir yo lo que dice el señor obispo: 'No nos caerá, no, esa breva, la breva del martirio'»

 El 19 de abril escribía a don Francisco Ballester: « por aquí va cundiendo la convicción de que se acercan días de prueba... No hay sino prepararse tranquilamente y con gozo para cuanto el Señor quiera de nosotros. Aquí, en el Seminario, anteayer se presentaron a embargar el edificio... Creo que el embargo irá adelante y sacarán el edificio a pública subasta. Por lo demás, amenazas y avisos de que iban a quemarnos la casa, pero nada más. En fin, que son tiempos para favorecernos mucho en la fe porque el horizonte se ve cargado. Que se cumpla en todo la voluntad del Señor y ojalá que nos encontrase dignos de sufrir persecución, hambre y aun la muerte por su nombre

Estaba próximo el día en que Dios iba a colmar sus anhelos de martirio.  El Beato José María Peris se sabía predestinado al martirio

 El Beato José María estaba preparado para el martirio. Más aún, lo deseaba, pero no se sentía digno de ese don, que sabía Dios concede a pocos, sólo a sus elegidos.

 En carta que escribió el 25 de marzo de 1936 a don Buenaventura Pujol, Rector del Colegio Español en Roma, le dice: «Que venga lo que Dios quiera, y ¡ojalá que el Señor nos hallara dignos de ser elegidos para víctimas! Mas esto es pedir mucho, demasiado».

 Esta su aspiración al martirio le venía de muy atrás. Sintiéndose desde pequeño atraído por Dios, ello le impulsaba a llegar cuanto antes a Él, por el atajo más corto. Ante el sagrario había gustado cuán bueno es el Señor, y tenía «sed de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?».

 Testifica en el proceso don Clemente Sánchez: «Al estallar la guerra, estaba yo con el siervo de Dios José María Peris en el Seminario de Barcelona, y ante la proximidad de las turbas que habían incendiado varias iglesias vecinas, repitió varias veces: Quedémonos aquí, en el Seminario, y muramos mártires».

 Estalla la Revolución: marcha del Seminario

 Mosén Jaime Armengol, seminarista entonces de Barcelona, dice de Mosén Peris: «la mañana del día 19 de julio de 1936, mientras los superiores y seminaristas nos hallábamos reunidos en el salón de actos, oyendo la radio, presos de pánico y nerviosismo, don José María Peris estaba en el coro rezando con gran paz y quietud. Ordenó luego la salida del Seminario, y le noté gran serenidad y dominio de sí mismo, aunque también gran emoción al despedirse de nosotros».

 El Seminario convertido en Tribunal Popular.

 Mosén Peris en la clausura del curso en el verano de 1936 había dicho a sus seminaristas: “Seguramente no volveremos a reunirnos más en este salón del Seminario. Que todos vosotros, mis seminaristas, recéis con frecuencia tres avemarías reparadoras para que no claudique jamás ninguno de nosotros.”

 Don José Comas, también seminarista, dice del beato: « Aquellos días era más frecuente su oración y más profunda su confianza en la Divina Providencia. El domingo 19 permanecimos en el Seminario en expectativa; la Guardia Civil rodeó la Universidad, que está frente al Seminario. Aquella noche salimos todos. El lunes 20, por la mañana, el beato, con el vicerrector, un criado y el testigo, con algunas religiosas, volvimos al Seminario. Permanecimos hasta el día siguiente, 21, a media mañana. Yo, como el teléfono no funcionaba, fui al palacio del señor obispo para recibir órdenes. Cuando llegué acababan de asaltarlo los revolucionarios. Regresé al Seminario y en aquel momento empezaban a asaltarlo.

 En el Seminario de las Corts

 Sigue diciendo José Comas: “El Rector Peris y los demás salieron por una puerta disimulada y se refugiaron en la casa de un vecino, y luego marcharon al Seminario de Las Corts. Allí fui a verles y les ayudé en misa. Después pasaron a otra casa en la que celebró la santa misa por última vez el día 25, festividad de Santiago. Yo mismo se la ayudé. Me dijo que tenía el plan de marchar a su pueblo. Estaba muy tranquilo y conformado plenamente en la voluntad de Dios». Obtuvo un salvoconducto y a primeros de agosto marchó a su pueblo de Cinctorres para acompañar a su sobrina Lourdes, de diez años, que estaba hospitalizada en Barcelona.

 Preparación para el martirio en Cinctorres

 El viaje fue accidentado. Su hermana cuenta: “Al día siguiente de su llegada nos llamaron del Comité, y fuimos él y yo. Allí me dijeron a mí que si mi hermano desaparecía, lo pagaría yo. Él es- taba conforme con morir, pero yo procuré buscarle un refugio seguro, y no lo quiso. En casa ocupaba el tiempo rezando. No dijo misa aquellos días, porque ya estaba cerrada la iglesia. Rezábamos las tres partes del rosario en familia.»

 Refiere su sobrina religiosa: «Hablaba del martirio y parecía como que estaba convencido de que le matarían. Yo alguna vez llegué a pensar que se había ofrecido como víctima a Dios. He oído decir a la que era superiora de la comunidad del Colegio de la Consolación de Barcelona que, en la última plática que les dio el beato, muy pocos días antes de la revolución, les habló del martirio, y que tenían que prepararse, porque podían ser ellos mismos los mártires».

 “A aquellos que da mayor participación de su cruz es que quiere hacerlos más semejantes a sí.”

 Su sobrina Conchita —entonces una niña— recuerda: «En nuestra casa pasaba los días rezando y escribiendo, siempre retirado. Cuando llegaban milicianos forasteros, yo, que jugaba con las niñas por la calle, se lo avisaba, y mi tío, siguiendo las indicaciones de mi padre, se subía a una escalera para llegar al tejado y esconderse, o escapar ». Como si fuera un malhechor. Había cometido el crimen de seguir a Jesucristo.

 Lo sabía. Lo había escrito: «Una cosa hay cierta, y es que nuestra semejanza con Cristo se realiza principalmente sufriendo con El y por El, y que a aquellos que da mayor participación de su cruz es que quiere hacerlos más semejantes a sí. Por lo tanto, al mal tiempo buena cara y, sobre todo, muy conformes y contentos en poder ofrecer a Jesús algunos pasos caminados por la calle de la amargura, que El caminó antes que nosotros hasta el Calvario».

 A  las  doce  de  la  noche,  hora  del  poder  de  las  tinieblas

 «La noche que lo detuvieron rezamos juntos el rosario, como de costumbre. Al terminar, mi tío dijo: “Hoy ya nos hemos librado; mañana, Dios dirá». Como era tan de noche Conchita no estaba en la calle jugando con las niñas y no pudo avisar del peligro inminente a su padre y a su tío. Los milicianos iban a tiro fijo y a hora intempestiva, cuando nadie los esperara.

 Daniel, el hermano del beato, relata la detención: «Al cabo de unos quince días que estaba en mi casa, vinieron a detenerlo. Era el 13 de agosto, a las doce de la noche. Avisé en seguida a mi hermano, y los dos cogimos la ropa y nos subimos al tejado. Allí nos terminamos de vestir y de allí pasamos a la casa de al lado, desde donde salimos a la calle y pudimos ver que estaba ocupada por los milicianos.

 Empecé a correr y dije a mi hermano que me siguiera. Di un empujón a uno de los milicianos y salí corriendo al campo; mi hermano no pudo seguirme, porque acudieron tres milicianos y le prendieron. Él me llamó; pero yo no pude acudir a auxiliarle. Había unos veinte milicianos que eran del pueblo. Le llevaron a la cárcel. ».

 “Es una gran dicha morir por la fe”

 Continúa narrando sor Encarnación Peris: « El Comité de Cinctorres le detuvo, pero los del pueblo no se atrevían a matarle. Comunicaron al Comité de Morella la detención, pidiendo instrucciones. Cuando se trataba de sacerdotes, ya se sabe que las instrucciones se reducían a matar. Contestaron que dieran muerte a ese cura.

 Los de Cinctorres todavía se resistían, cuando llegaron unos milicianos forasteros que dijeron se encargaban ellos de darle muerte. Por la noche le llevé la cena; entonces me dijo: “Voy a morir; por mí no sufras. Es una gran dicha morir por la fe. Aquí, en la tierra, he hecho por ti cuanto he podido; pero desde el cielo podré hacerte mucho más.”

 Lo prendieron el día 13, jueves, como al Señor, y estuvo en la cárcel todo el viernes. La noche del 14 de agosto, víspera de la Asunción, sobre las once, «llegó un auto de fuera y se lo llevó. Iba con las manos atadas.” Dice su sobrina Conchita: «Le mataron porque era sacerdote. Mi tío no tenía ningún enemigo, ni se había metido nunca en política. Por el pueblo se dijo que, cuando lo subieron al coche, apareció alrededor suyo como un resplandor».

 Los milicianos del pueblo recomendaran a los forasteros que no lo matasen cerca de Cinctorres para que no se alborotase la gente. Se lo llevaron al cementerio de Almazora. Uno de los asesinos, tras la ejecución, en la taberna: 'Hoy hemos matado a uno que era algo así como el obispo de Barcelona”

 Celebró ya en el Cielo la fiesta de la Asunción con muchos otros sacerdotes mártires que él había formado

 Beatos Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús

 Se lo llevó la Virgen en su Asunción, cuando iba a romper el alba del 15 de agosto de 1936. En la puerta del el cielo le recibieron con sus palmas muchos sacerdotes mártires a quienes él había formado y trasmitido su deseo de martirio.

 Con él Juan Pablo II beatificó el 1 de octubre de 1995 a otros ocho mártires de su Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús.

 

 

 

 

 

 

 

 



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