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Beato José de Jesús y María

MÁRTIR TRINITARIO DEL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE LA FUENSANTA (Villanueva del Arzobispo)

José Vicente de Ormaechea y Apoitia nació en Navárniz (Vizcaya) en 1880 en una familia vasca tradicional de recia fe. A los 16 años ingresaba como novicio en el convento Trinitario de Algorta (Bilbao), y acabados sus estudios, a sus 23 años era ordenado sacerdote en Madrid en 1903. Destinado a Cuba, al volver a España fue superior del Convento de Córdoba, y en 1935 del de Villanueva del Arzobispo en Jaén, donde le halló la revolución.

El Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta de Villanueva del Arzobispo es uno de los más bellos y antiguos de Andalucía y aún de España.

La Fuensanta, la Virgen morena de nombre blanco, de ojos grandes y porte de reina graciosa, es la Señora indiscutible de esta tierra, Patrona de sus Cuatro Villas, Reina del Olivar y Alcaldesa Perpetua de la Ciudad.

La Orden Trinitaria en España había desaparecido en 1835 por la desamortización de Mendizábal. En 1879 renacía en Alcázar de San Juan y tres años después se reincorporaba un anciano sacerdote llamado Juan Herencia, religioso trinitario exclaus- trado, que al saber que su Orden había vuelto a constituirse en España, dejó su parroquia para volver a vestir el hábito tricolor. La comunidad trinitaria de Alcázar crecía rápidamente, llegando a contar con cuarenta religiosos, y el P. Herencia sugirió fundarla en el Santuario de la Fuensanta de Villanueva del Arzobispo.

Don Tomás Millán Bueno, rico hacendado devotísimo de su Patrona, construyó a sus expensas un convento de nueva planta junto al Santuario, del que tomaron posesión los trinitarios el 29 de septiembre de 1884, quedando como primer presidente de la comunidad el P. Mariano de San José. Al año siguiente se erigía el Colegio mayor de filósofos y teólogos, y a los pocos meses de abrir la nueva fundación, la comunidad villanovense quedó constituida por 24 miembros, entre padres, estudiantes, hermanos y donados.

Los padres trinitarios procuraron fomentar el culto de la Virgen y a la propagación de su antiquísima cofradía, cuidando de la instrucción de los niños de las familias campesinas y del ministerio sacerdotal en el Santuario, en Villanueva y lugares comarcanos.

El año 1936 se había pensado en celebrar la coronación de la Patrona, pero el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero y la llegada de las nuevas autoridades aconsejó suspenderla.

Asesinato de los sacerdotes de Villanueva del Arzobispo

Tras el 18 de julio, el inicio de la pronosticada persecución fue cuestión de horas. Fueron detenidos la mayoría de los sacerdotes seculares presentes en Villanueva y llevados a prisión, y el párroco, don Matías Molina, el coadjutor don Vicente Vañó, y don Leandro Bago eran asesinados el 26 de julio. El siervo de Dios don Francisco López, párroco de Orcera, fue arrancado del lecho en que se encontraba gravemente enfermo y martirizado el 28 de agosto; don Alfonso Navarrete lo fue el 11 de septiembre, y don Cristóbal Muñoz el 11 de octubre.

Se dejó en sus conventos a las Hijas de Cristo Rey, que regentaban el Colegio-Orfanato, y a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, al cargo del Hospital-Asilo, por su insustituible labor social. En los últimos días de julio de 1936, las monjas dominicas fueron expulsadas de su convento de Santa Ana. Las monjas, en dos filas, con sus hábitos y con los mantos echados por la cara, fueron saliendo del convento entre el silencio de la masa que aguardaba expectante en la plaza. Uno de los jefes de los milicianos era familiar de la priora, y al salir la comunidad gritó: « ¡A quien toque a las monjas me lo como!». Nadie osó molestarlas, y juntas se recluyeron en una casa próxima alquilada donde pasaron la Guerra.

La iglesia parroquial de San Andrés fue profanada, destruyéndose su riquísimo patrimonio histórico-artístico de imágenes y ornamentos. Igual suerte corrieron el resto de iglesias de la localidad, y el Convento de Santa Ana; la ermita de Nuestra Señora de la Cabeza, del siglo XVI, fue derribada.

Incendio del Santuario de la Fuensanta

Nadie había osado tocar a la Patrona en su Santuario de la Fuensanta, hasta el 18 de agosto, en que milicianos venidos de fuera quemaron la antiquísima imagen de la Virgen junto a las demás imágenes y ornamentos, biblioteca y archivo.

La persecución se llevó hasta los hogares, requisando las imágenes sagradas para su destrucción, por las que hubo auténtica obsesión, y que motivó que sus devotos se ingeniaran buscando escondites para imágenes y cuadros en cuevas de la Sierra de las Villas.

Era peligroso usar los saludos tradicionales de «adiós», «Dios os guarde» o «andad con Dios», o las expresiones «si Dios quiere», «ay, Dios mío» … Para evitar el apellido eclesiástico de la población, que hace referencia a don Pedro Tenorio, emancipador de Villanueva, en la documentación oficial se llegó a usar el nombre de «Villanueva de la F.A.I.»

Detención de la Comunidad Trinitaria

La comunidad trinitaria del Santuario de la Virgen de la Fuensanta estaba compuesta, a la sazón, por los padres José de Jesús María (superior), Mariano de San José, Matías de Jesús Nazareno, Vicente de la Purificación, y el hermano fray Lázaro de la Virgen de la Fuensanta.

El 21 de julio de 1936 subió al Santuario un grupo de milicianos que tras registro infructuoso conminó a la comunidad a «que entregara las armas escondidas», que sabían los frailes no tenían.

Villanueva del Arzobispo y su Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta

El Padre José de Jesús María, consciente del martirio que se avecinaba, llamó a un amigo y le dijo: «Ya ha empezado el calvario que tantas veces os he dicho». Su amigo le aconsejó que se marchara del Santuario, ofreciéndole su casa para esconderse: «me dijo que voluntariamente no abandonaba ni el lugar ni a los suyos, que en caso de abandono sería por la fuerza.»

Al día siguiente, 22 de julio, volvieron a subir al Santuario y con el pretexto de que no entregaron armas inexistentes, detuvieron a los cuatro padres presentes y en un camión bajaron a tres a la escuela habilitada como cárcel, pero al P. José lo hicieron ir a pie, detrás del camión entre burlas y amenazas de la mala gente. Cuando llegó a la prisión fue cacheado, arrancándole el escapulario, las medallas y el rosario.

Herido fortuito por arma de fuego, ingresa en el hospital

Al día siguiente de la detención, 23 de julio, en una de las palizas que le propinaron en la cárcel, un miliciano le golpeaba con la culata del fusil; el padre José, instintivamente paró uno de los golpes, sujetando con fuerza el arma. En el forcejeo, el fusil se disparó, hiriendo levemente al miliciano en el pie, y de forma más seria al P. José. Al verlo en aquel estado, decidieron los milicianos trasladarlo del Grupo Escolar-cárcel, al Hospital.

«El día 23 de julio de 1936 ingresó el Padre José en el hospital de la CasaAsilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Villanueva del Arzobispo, con heridas en la muñeca de la mano derecha y brazo izquierdo; ésta última le pasaba el brazo de parte a parte; y con los miembros inferiores hinchados y destrozados en extremo a causa de las palizas que había sufrido, sobre todo en los pies, que los tenía amoratados de los golpes.»

En el hospital exclamaba: «¡ay, alma mía! ¡ay, alma mía!». Las Hermanitas le preguntaron por qué se quejaba así, y el P. José les contó que durante las palizas sentía una sed terrible, pero que se contuvo, hasta que no pudo más y pidió agua. Le dejaron que saliera al patio, pero al verlo fuera, unos milicianos gritaron: «Matadlo; para lo que hace, quitadlo de en medio», produciéndose entonces la escena de los culatazos y del disparo del fusil.

El P. José contaba a las religiosas que el motivo por el que se quejaba era porque le remordía la conciencia de haberse opuesto a la voluntad de Dios, parando la agresión del miliciano; y concluyó sus palabras confesando que, acto seguido, se había encomendado a la Virgen de la Fuensanta, pidiéndole la gracia de que le sacasen de aquella cárcel, antro de crimen y barbarie, porque allí no era posible morir mártir.

“Le golpeaban con la cruz y luego le decían: “bésala, y la besaba”. Querían obligarle a «que pisoteara un crucifijo, y se negó”

El P. José estuvo en el Hospital durante más de un mes, y continuamente pasaban por allí milicianos y milicianas a cualquier hora del día o de la noche para pegarle, ultrajarle e insultarle. El Padre José oía sus blasfemias e injurias contra Dios y la Iglesia con inalterada paz y con los ojos cerrados en actitud de orar.

«Contó el Padre a las enfermeras que una noche, los milicianos le habían pegado con una cruz de madera de las que estaban colgadas en las enfermerías. Le golpeaban con la cruz y luego le decían: bésala; y la besaba». Los milicianos quisiseron obligarle entonces a «que pisoteara un crucifijo, a lo cual se negó rotundamente».

«Durante ocho días consecutivos atormentaron al Padre con frecuentes palizas; una de ellas, teniéndole arrodillado sobre una silla y golpeándole después hasta que la silla se rompió, dando el Padre en el suelo con su cuerpo. Estas palizas solían ser casi a diario, y cuando las religiosas nos retirábamos, hacia la una, podíamos oír los ayes del Padre. En una de estas ocasiones recibió tales golpes en la espalda que la pusieron casi negra, de tal forma que el médico, D. Manuel Arenas, hubo de llamar la atención al jefe de los milicianos. No sé cómo no mataron a este buen médico».

“Ha llegado nuestra hora, absolvámonos mutuamente para que Dios tenga misericordia de nosotros».

El martirio material del P. José tuvo lugar hacia las tres de la madrugada del 4 de septiembre de 1936, dentro del Hospital-Asilo. Hacia la una se presentaron bastantes milicianos y otras personas en tropel, pidiendo que abrieran las puertas. Las Hermanitas se negaron, llamando al alcalde para saber qué tenían que hacer. La Guardia Municipal les indicó que abrieran, porque les tenía cuenta hacerlo. Así lo hicieron; subieron en tropel al piso principal, y pidieron a las religiosas las llaves de la enfermería, ordenando al Padre José que se levantara, porque se lo llevaban a Jaén a declarar. Éste se dirigió al sacerdote don Joaquín Montoro, que yacía en cama contigua: «Ha llegado nuestra hora, absolvámonos mutuamente para que Dios tenga misericordia de nosotros».

Empezó a vestirse con mucha calma. El P. José era consciente de que lo iban a matar, y prefería que lo mataran dentro del Asilo, por lo que se dirigió a los milicianos, diciéndoles con dulzura: «Para salir de aquí preciso orden escrita del Gobernador». Los sicarios llamaron a su jefe.

Hacia las tres de la mañana entró el jefe, pistola en mano, ordenando al Padre José que lo siguiera. Éste sereno, se negó, diciéndole que saldría con orden escrita del alcalde. El jefe, despechado ante sus secuaces, le disparó a bocajarro sobre la sien derecha, muriendo el Padre José en el acto.

A la mañana siguiente vino un camión, que trasladó el cadáver al cementerio municipal, donde fue enterrado. Los restos mortales del P. José de Jesús María fueron trasladados en 1945 al camarín del Santuario de la Virgen de la Fuensanta, donde descansan en la actualidad.

Fray José de Jesús y María fue beatificado por el Papa Benedicto XVI en Roma el 28 de octubre de 2007.



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